Teatro Campoamor de Oviedo. 17 Septiembre 2012.
Werther volvía a Oviedo tras 20 años de ausencia y cargando con el recuerdo de Alfredo Kraus, que fue su protagonista en dicha ocasión. Si ya en vida Kraus era una referencia en el personaje, tras su muerte se ha convertido en un paradigma, ante el que todos los que osen enfrentarse a su memoria en el rol corren el riesgo de ser infravalorados, cuando no despreciados. Hoy cantar Werther en España es enfrentarse a unas dificultades que están muy por encima de las que encierra la partitura. Kraus, tras su desaparición, es un gigante disfrazado de Molino de Viento, ante el que el osado atacante puede darse por contento con no acabar malparado como el pobre Don Quijote. No estaría de más que el aspirante a cantar Werther entrara en escena cantando “Morituri te salutant, Alfredo” en lugar de “O, nature”.
Esta ópera de Massenet tiene, además de lo referente al protagonista, otras grandes dificultades, que no son fáciles de superar por los teatros de ópera. En primer lugar, su carácter eminentemente romántico y, por otro, el hecho de tratarse de una ópera francesa, con un estilo inconfundible. La dirección escénica ha de ofrecer una visión acorde con el romanticismo exacerbado de la obra, mientras que la dirección musical ha de prestar especial atención a los matices y los detalles, tan importantes en este tipo de ópera, y, finalmente, está la figura de Werther. Si alguno de los tres aspectos falla, Werther no puede ser un triunfo en un teatro. En Oviedo la producción ha fallado, la dirección no ha sido arrebatadora y Werther ha tenido luces y algunas sombras de importancia.
La producción escénica procedía del Teatro de La Monnaie de Bruselas, si bien su estreno tuvo lugar hace 12 años en el Theater an der Wien de Viena. Una de las ventajas que tiene alquilar una producción es la de que no puede haber sorpresas, como muchas veces ocurre con las nuevas producciones. En este sentido me pegunto qué ha podido ver de interés la Ópera de Oviedo en esta producción de Guy Joosten.
La escenografía se debe a Johannes Leiacker y es de corte minimalista, reduciendo el espacio escénico a un pequeño espacio que apenas ocupa un tercio del escenario. En él no está presente sino una habitación, como escenario único para toda la ópera, independientemente de que la escena pida a gritos exteriores, como ocurre en el segundo acto. El vestuario de Jorge Jara responde a la primera mitad del siglo XIX, al periodo conocido como Biedermeier y resulta adecuado. La iluminación de Davy Cunningham deja bastante que desear. Resulta llamativo que el último acto, el de la muerte de Werther, que uno siempre lo relaciona con un ambiente oscuro y depresivo, en esta ópera se convierte en el acto de mayor luminosidad.
La dirección escénica de Guy Joosten está llena de incongruencias y no hace sino chirriar ostensiblemente lo que uno ve con lo que uno oye. No deja de ser un capricho más que discutible convertir al Bailli en un ser despótico y violento, que saldrá de casa en el primer, tras atemorizar a Sophie. Otro capricho bastante absurdo es el de convertir a Johann y a Schmidt en dos borrachos empedernidos y un tanto libidinosos. El segundo acto no tiene un pase. Convertir una escena de exterior en una de interior es muy difícil, a menos que el responsable sea un prodigio de imaginación, lo que no es el caso. El aria de los versos de Ossian pide a gritos el clavecín, porque lo dice el libreto. Aquí parece ser uno de juguete, que estaría dentro de un paquete de regalo de Navidad. Otro capricho de Joosten es convertir a Albert en un ser violento, que acaba amenazando con la pistola a Charlotte, lo que ya había hecho ésta anteriormente con Werther. En resumen, una producción para olvidar, si no fuera por el hecho de que uno se pregunta: pero, ¿qué habrán visto en esta producción para traerla a Oviedo?
La dirección musical estuvo en manos del canadiense Yves Abel, cuya actuación fue buena, pero lejos de la lección de cómo se dirige Werther, que nos ofreció Michel Plasson en Sevilla hace 4 años y medio. Yves Abel dirigió con mano segura y llevó la obra con buen ritmo, lo que hay que agradecer. Faltaron matices y detalles, que en Massenet no son accesorios, precisamente. En general, estuvo mejor en los momentos más dramáticos, mientras que en los momentos más intimistas la tensión caía. Comprendo que no es fácil pedir muchos detalles y matices, cuando uno tiene en el foso a la Orquesta del Principado de Asturias, cuyo sonido deja bastante que desear, particularmente unos violines bastante deficientes. Yo tenía un recuerdo mucho mejor de esta orquesta, y me resultaba difícil reconocerla. El Coro de Niños de la Escuela de Música Divertimento cumplió con su cometido.
No es que los grandes intérpretes de Werther sean muy numerosos, pero todavía hay algunos en circulación que pueden hacer plena justicia a las exigencias de este personaje. Para mí Jonas Kaufmann, Piotr Beczala, Roberto Alagna y Marcelo Álvarez forman el poker más brillante de posibles Wether en la actualidad, especialmente los dos primeros. José Bros no está en esa categoría, lo que no significa que no sea un buen intérprete de Werther. El catalán frasea estupendamente y expresa muy bien, siendo ambas características muy importantes en cualquier personaje, pero especialmente en éste. Su dicción es impecable, lo que no deja de ser algo importante. La emisión de Bros me resultó excesivamente nasal en muchos momentos, pero su mayor problema radica en el hecho de que los agudos en forte ofrecen una gran oscilación, dignos de una voz fatigada impropia de un cantante de su edad. Esto no es nuevo en Bros, pero no se corrige y me temo que no tiene solución. Como decía antes, un notable cantante con sombras de no poca importancia.
La mezzo soprano canaria Nancy Fabiola Herrera hizo una Charlotte convincente desde un punto de vista escénico, pero tiene también problemas que afean su actuación. Sus notas graves son muy débiles y el registro alto está muy comprometido, calando en muchas ocasiones. Su afinación deja bastante que desear. Entre la canaria y Sophie Koch, que cantó el personaje el año pasado en el Real, hay bastante diferencia.
Sophie es un personaje siempre agradecido, ideal para una soprano ligera, que, generalmente, se encomienda a jóvenes y prometedoras cantantes. En Oviedo se han decidido por un valor seguro, como es Elena de la Merced, que lo hizo bien, aunque no recuerdo ninguna Sophie que lo hubiera hecho mal de todas las que he visto.
El barítono francés Marc Barrard no tiene hoy en día mucho que ofrecer en la parte de Albert, si es que alguna vez lo tuvo. Vocalmente, no tiene ningún interés. Hay barítonos españoles que lo pueden hacer mucho mejor. Sin ir más lejos, Ángel Ódena.
En los personajes secundarios la calidad ´no estuvo muy presente. Víctor García Sierra fue un Bailli basto y de poco interés. Lo mejor vino por parte de Jon Plazaola como Schhmidt, que es una garantía plena en estos personajes secundarios. David Sánchez fue un Johann de voz muy basta y, lamentablemente, sonora.
El Teatro Campoamor celebraba en este día su 120º aniversario, por lo que se leyó una breve nota por megafonía, tocando la orquesta el Cumpleaños Feliz.
El día anterior el teatro tenía casi un 25 del aforo disponible para la venta. Sin embargo, los huecos que se veían eran muy inferiores. Parece ser que hay entradas de última hora sumamente rebajadas, lo que puede explicar la aparente anomalía. Espero que esta supuesta política de rebajas no se convierta en la pescadilla que se muerde la cola. El público ofreció una acogida más cortés que cálida a los artistas y apenas hubo algún bravo aislado para José Bros.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 2 horas y 41 minutos, incluyendo un intermedio de 27 minutos y una breve parada de otros dos minutos entre los dos primeros actos. La duración puramente musical fue de 2 horas y 11 minutos. Los aplausos finales se prolongaron durante 5 minutos y fueron un tanto arrastrados.
El precio de la localidad más cara era de 160 euros. En los pisos intermedios los precios iban de los 105 a los 49 euros. En el piso más alto el precio era de 44 euros.
Fotografías. Cortesía de Ópera Oviedo
Fotógrafo: Carlos Pictures
José M. Irurzun