Bienvenido sea un opíparo banquete de aquellos que proporcionan la satisfacción de constatar el placer de estar vivo paladeando el inconfundible sabor de la buena cocina francesa. Fue el rasgo distintivo del programa galo de la New World Symphony bajo la soberbia conducción de Stéphen Denève. A los cuarenta y tres años, el director francés es una estrella en ascenso -flamante titular en Bruselas y principal en Filadelfia- y con justos motivos, bastó ver la excelente química obtenida con los miembros de la orquesta respondiendo fervorosa y atentamente a su liderazgo. Denève corroboró la excelente impresión causada temporadas atrás cuando actuó junto a Jean-Yves Thibaudet y luego con Renaud Capucon, esta vez en un concierto que tuvo por estrellas absolutas a Arthur Honegger, Francis Poulenc y Camille Saint-Saëns.
La sensualidad de Rimbaud del “Sumido en una aurora estival” que inspiró a Honegger para su Pastoral de verano fue ideal inicio del concierto transmitido via Wallcast al parque lindante. Breve y perfecto para un ocaso asimismo cálido y perfecto disfrutado por centenares “en la hierba”. Con cada actuación, Christian Reif demuestra su versatilidad estilística como Conducting Fellow de la NWS. Evocadora y plácida, esta madrugada del compositor suizo-normando parisino por adopción mucho le debe a la “Siesta del fauno” debussyniana. La misma delicadeza y transparencia que Reif supo plasmar con naturalidad como aperitivo al banquete.
Una deliciosa sorpresa fue la poco frecuentada Suite de Los animales modelos de Poulenc con la acertada narración del actor inglés Richard Haylor a cargo de las fábulas de LaFontaine que motivaron el ballet estrenado por Serge Lifar en 1942. De rigor entonces, pensar en las alusiones, ironías y circunstancias en las que fue escrita, plena Segunda Guerra Mundial y con Paris ocupado. Entre las horas de un amanecer y un almuerzo típicamente francés, desfilaron un león enamorado, dos gallos de riña, un veterano entre amantes y un leñador ante la muerte enmascarada, sutiles referencias al momento cuando no la antigua melodía Alsacia y Lorena de la guerra Franco-Prusiana como protesta disfrazada. Cada sección fue dibujada por Denève, magistral y preciso, enfatizando los aspectos visuales casi cinematográficos, de obvia raíz escénica, plenos de color y texturas que la orquesta reflejó a cada instante para deleite del público.
De hecho, la suite de Poulenc logró restarle importancia al protagonista de la noche que en la segunda parte conquistó de manera tan obvia como previsible: la Tercera Sinfonía para órgano, piano y orquesta de Saint-Saëns. Epítome del europeo enciclopédico, Saint-Saëns no sólo fue un bon-vivant que absorbió lo mejor de los dos siglos entre los que vivió sino que supo reflejarlo en una obra vasta y multicolor, de visión fuertemente europea hasta cuando miró al África y Oriente. En la monumental Tercera abraza tanto la tradición de Liszt, a quien está dedicada, como al desmesurado Berlioz, su gran predecesor. El abanico orquestal que permite lucimiento a cada sección, cuando no instrumento, del ensamble fue delineado por Denève con inusual brillantez así como el experto balance en una obra que tiende al desborde ensordecedor, máxime en una sala de las características de la NWS. El dominio de las dinámicas -y decibeles- fue la impronta del director que llevó a buen puerto una obra tan conocida como exuberante y por lo tanto propensa a excesos grandilocuentes. Bronces – en especial trombones -, cuerdas, maderas y el órgano a cargo de Yu Zhang vibraron e hicieron vibrar a la multitud dentro del hall y afuera en el parque. Una audiencia satisfecha que tuvo la oportunidad de paladear un auténtico banquete que conjugó lo campestre y cosmopolita a la vez, innegablemente francés.
Sebastian Spreng