Este Requiem de Giuseppe Verdi era uno de los grandes acontecimientos que ofrecía esta temporada la programación del Baluarte. El otro, saldado con gran éxito, fue la versión de concierto de la ópera Alcina con la presencia estelar de Joyce DiDonato. No se tiene todos los días la oportunidad de asistir a un concierto de la London Philarmonic con su titular Vladimir Jurowski a la cabeza, a lo que habría que añadir la presencia del Orfeón Pamplonés, que celebraba el 150 aniversario de su fundación. No era, por tanto, sorprendente ver en el Baluarte caras conocidas venidas de provincias próximas, ya que la ocasión lo merecía.
El Requiem de Verdi no es algo extraño en la programación del Baluarte de Pamplona. Yo mismo he tenido la oportunidad de asistir a otros tres conciertos anteriores en el mismo recinto y en los últimos 7 años. El concierto que nos ocupa no es sino la parada en Pamplona de una gira de la London Philarmonic, que empezó hace unos días en el Royal Festival Hall de Londres (precedido de la obra Cánticos de Requiem, de Igor Stravinsky, y con el Coro de la London Philarmonic junto al Orfeón Pamplonés), siguiendo por el Auditorio de Madrid (tanto sin la obra de Stravinsky como sin el Coro de la London Philarmonic), terminando en el Teatro de los Campos Elíseos de París. La expectación era muy importante y el resultado del concierto no ha respondido a las grandes expectativas creadas de antemano.
A estas alturas me parecería totalmente injusto poner en tela de juicio la altura artística de Vladimir Jurowski, indudablemente uno de los grandes de la batuta en el mundo. Uno no llega a ser director titular de una orquesta tan prestigiosa como la londinense y menos todavía se mantiene a su frente durante ya más de 8 años sin reunir indudables méritos artísticos. Efectivamente, la dirección del maestro ruso fue de una autoridad y control indiscutibles. Es de esos maestros que irradian autoridad y no necesitan sino gestos muy sobrios para obtener de las fuerzas musicales a sus órdenes exactamente lo que él quiere. Digamos que en ese sentido su interpretación fue intachable.
Desde mi punto de vista el Requiem de Verdi exige algo más. Es necesario transmitir emociones profundas y es aquí donde Vladimir Jurowski quedó no sólo por debajo de lo esperado, sino por debajo de lo exigible. Verdi es emoción y, si ésta falta, significa que no está perfectamente servido. Tengo todavía muy fresco en mi recuerdo el resultado del Requiem del pasado verano en el Kursaal de San Sebastián. Toda la emoción que nos brindó el canadiense Yannick Nézet-Seguin la eché en falta en la versión de Jurowski. El de Pamplona ha sido un Réquiem cerebral, pero corto de emoción y este último ingrediente es fundamental en la música de Verdi.
Las fuerzas musicales que actuaron bajo la batuta de Vladimir Jurowski nos dedicaron un estupendo concierto. Siempre se discute cuál es la mejor orquesta europea, en general, y británica, en particular. Siempre la London Philarmonic Orchestra está en el ramillete de las escogidas, y no cabe duda de que existen buenas razones para ello. El Orfeón Pamplonés cubrió con mucha solvencia y buenas dosis de brillantez la importante parte coral de la partitura.
El cuarteto solista dejó bastante que desear. No podemos considerar la actuación del mencionado cuarteto como se hace con los solistas en una ópera, ya que en estas giras no hay que olvidar que la selección de los cantantes es responsabilidad del maestro y de ninguna otra organización ajena. Por tanto, el resultado positivo o negativo cae directamente en el zurrón del maestro.
La única voz verdiana del cuarteto correspondió a la mezzo soprano húngara Ildiko Komlosi, que fue además la mejor cantante en términos absolutos del mencionado cuarteto. Las únicas dosis de emoción del concierto las puso ella, aunque hoy presenta un excesivo vibrato en la parte alta de la tesitura.
La soprano letona Majca Kovalevska (no cantó en Londres por enfermedad) no tiene una voz de soprano verdiana. Puede cantar personajes como Mimí, Micaela o Liú, pero la soprano del Requiem requiere otras hechuras, que hoy no están a su alcance. A eso hay que añadir unos sonidos excesivamente percutantes en la parte superior, que no ayudan al recogimiento y mucho menos al entusiasmo.
El tenor ucraniano Dmitro Povov ofreció un instrumento de corte lírico, un pelín corto para las exigencias de la partitura. Su línea de canto no me pareció muy depurada, lo que no me ha ocurrido en otras ocasiones en que le he visto en escena, siendo lo más destacado sus agudos. Al contrario de lo que muchas veces ocurre, sus notas altas se abren muy bien y resultan brillantes.
En Londres la parte del bajo fue cantada por el ruso Vyacheslav Pochapsky, que es quien siempre estuvo anunciado. Ya en Madrid hubo de ser sustituido por Nikolai Didenko, que fue quien cantó también en Baluarte. Su presencia en este cuarteto se puede considerar como obligada por las circunstancias, pero su actuación dejó mucho que desear. La voz nunca ha tenido calidad y es de los que confunden cantar con vociferar.
El Baluarte ofrecía una entrada magnífica, aunque más de una localidad vacía se debía al temporal de nieve que convirtió a Pamplona en una ciudad intransitable. El público dedicó una cálida acogida a los artistas, con ovaciones cariñosas en especial al Orfeón Pamplonés.
El concierto comenzó con 9 minutos de retraso y tuvo una duración de 1 hora y 21 minutos. Seis minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 44 euros, siendo el precio de la más barata de 30 euros.
Terminaré mi crónica con un especial tirón de orejas dedicado al Ayuntamiento de Pamplona y al propio Baluarte. Ayer, como estaba previsto desde hace días, cayó una impresionante nevada en Pamplona. La nieve acumulada a la hora del concierto rondaba los 10 centímetros, como pude perfectamente constatar por las huellas que dejaba en mi pantalón. La ciudad estaba intransitable para los peatones, siendo un auténtico riesgo bajar de la aceras. Ni siquiera los pasos de cebra estaban limpios. Simplemente, el Ayuntamiento de Pamplona pareció considerar que los fines de semana son para descansar. Quien conozca el Baluarte sabrá que para acceder al mismo hay una gran plaza, teniendo que atravesarla durante unos 200 metros. La nevada estaba prevista, pero también estaba previsto que unas 1.500 personas iban a tener que atravesar la mencionada plaza o explanada para acudir al concierto. Pues bien, ni siquiera se molestó nadie en abrir un camino por donde poder transitar. Mal el Consistorio, pero los 1.500 espectadores eran clientes del Baluarte y nada más apropiado por parte de cualquier organización que facilitar la vida a los sufridos espectadores.
José M. Irurzun