Crítica: ‘Dido, reina de Cartago’ de Graupner en el Festival de Innsbruck

«Dido, reina de Cartago» de Graupner o el “imbroglio” inextricable Crítica Dido Graupner Festival Innsbruck

Por Xavier Rivera

Cuando uno tiene en la memoria la obra maestra de Purcell sobre el mismo tema, con su impecable dramaturgia que conduce como un surco rectilíneo a la catarsis del «Remember me», descubrir una obra tan colorista y con una trama llena de nudos dramáticos del sajón Christoph Graupner (1683 – 1760) es una experiencia sorprendente. Si leemos cualquier buen libro sobre historia de la música, encontraremos siempre unas líneas sobre cómo unos cuantos compositores del Hamburgo de principios del siglo XVIII allanaron el camino a Händel. Y se mencionan sus obras como si fueran menores, algo anecdóticas y sin verdadero interés dramático. El Festival de Innsbruck, con su producción de la «Dido» germánica, (estrenada en 1707) ha dado un vuelco total a esta visión tradicional de los precursores de Händel. En su juventud, Händel tocaba el violín en la orquesta junto a Graupner al clave bajo la dirección de Reinhard Keiser, autor él mismo de un centenar de óperas. Graupner dejó un millar de composiciones, entre ellas ocho óperas y un notable corpus de piezas para clave, algunas de las cuales se han conservado grabadas por su propia mano. El clavecinista y musicólogo belga Florian Heyerick ha elaborado un catálogo de sus composiciones, disponible en línea. Una anécdota ilustra la personalidad de este creador: tras haber sido elegido cantor en Santo Tomás de Leipzig justo antes de J. S. Bach, recomendó calurosamente a este último para el puesto cuando él mismo conservó su empleo en Darmstadt, tras haberlo perdido y luego reencontrado por problemas presupuestarios relacionados con el pago de sus atrasos.

Jone Martinez (Juno) & Robin Johannsen (Dido) en ‘Dido, reina de Cartago’ (c) Birgit Gufler / Festival de Música Antigua de Innsbruck 2024

La directora de escena de la producción, Deda Christina Colonna, escribe: «Después de la invención de la llamada “cuarta pared”, se dio por sentado que el público permanecería a oscuras y en silencio durante toda la ópera. Esto no sucedía así en absoluto durante los siglos XVII o XVIII: la comunicación entre el escenario y el público tenía lugar a través de una amplia variedad de formas de compartir la atención y la energía». Inmediatamente, pone el dedo en la llaga: para el público de hoy, la Dido de Graupner es un desafío absoluto. Reconocer los distintos personajes y sus interacciones mientras se desarrollan en escena varias historias superpuestas es un reto que no resulta fácilmente accesible al espectador medio. Es cierto que, antaño, la mitología grecorromana formaba parte de la buena educación de las clases acomodadas y que algunas de las historias les resultaban familiares. Hoy en día, en cambio, el libreto de Heinrich Hinsch podría parecerse a una enrevesada novela policíaca con todo tipo de personajes, pero la construcción dramática no formaba parte de las prioridades del autor. Las famosas tres unidades de acción, lugar y tiempo que preconizaba Racine no aparecen por ninguna parte, y un universo completamente desconcertante se despliega ante nuestros ojos y oídos.

En el apartado musical, el oído se sentirá halagado por la imaginación desbordante del compositor: por unas arias de sobrecogedor virtuosismo con interminables y audaces coloraturas o por notas extremas que harán el lecho del éxito a los cantantes más intrépidos o experimentados. También puede enmarañar al oyente que busca algún tipo de orden, alguna construcción musical de conjunto: encontraremos momentos llamativos, muchas sorpresas y rupturas e incluso conjuntos polifónicos, pero ningún hilo conductor. Es indispensable hacer tabula rasa de nuestros prejuicios como oyentes de óperas de Mozart o Puccini. Para empezar, se canta principalmente en alemán, o más explícitamente en un dialecto arcaico. Pero casi quince de las arias están cantadas en italiano… ¡no sé quién lo entendería! Quizá el objetivo de los hamburgueses era atraer a los famosos castrati napolitanos hacia la ciudad hanseática. Crítica Dido Graupner Festival Innsbruck

Robin Johannsen (Dido) y Alicia Amo (Anna) en ‘Dido, reina de Cartago’ (c) Birgit Gufler / Festival de Música Antigua de Innsbruck 2024

El espectáculo visual ideado por el equipo de D.C. Colonna (Domenico Franchi para la escenografía y el vestuario y Cesare Agoni para la iluminación) también rebosa colorido: los elementos escenográficos (paneles deslizantes en su mayoría) y una iluminación muy cuidada crean atmósferas realmente evocadoras y ayudan a proyectar las voces. El trabajo actoral ha sido especialmente minucioso, casi coreográfico con su permanente gestualidad que adereza el discurso musical con miradas irónicas o incluso sarcásticas. Este lenguaje gestual va evolucionando discretamente, pero me pareció encontrar en algún momento un guiño artero a las manías gestuales del inefable Bob Wilson…

En la primera escena, la diosa Juno desciende literalmente de los cielos para anunciar la desgracia a la adormecida Dido. Colgada de un cable, la cantante vasca Jone Martínez nos regaló un chute de adrenalina con unas coloraturas de tremenda dificultad y un desempeño físico digno de una artista de circo. Una vez en tierra, como Menalippe, pudo desplegar todas sus cualidades de cantante, con una voz bella, aterciopelada y brillante y una singular inclinación por destilar las emociones de una mujer de imposibles amores. Dido fue interpretada por la americana Robin Johannsen, una artista que se entrega plenamente en su actuación y de un virtuosismo fantástico. Aquí o allá podríamos deplorar algunas imperceptibles carencias sonoras cuando aborda las facetas más dramáticas de su papel, pero como su compromiso interpretativo es intachable, nos olvidamos pronto de ellas. Como Ana, la confidente y hermana de Dido, nos beneficiamos del talento de la catalana Alicia Amo, una carismática cantante de voz tan brillante como ágil y una actriz consumada. Su voz es más conmovedora en el registro medio, porque tiende levemente a endurecerse a medida que alcanza el registro superior, aunque esto no desmerece esencialmente su interpretación. El australiano Jacob Lawrence fue un Eneas muy fluido. Aunque sus agudos no son brillantes, aporta unos toques de humor que tornan entrañable al personaje a pesar de su cobardía y precoz maquiavelismo. El tenor español Jorge Franco también brilló con humor y facilidad vocal como Achates, su escudero. El bajo-barítono alemán Andreas Wolf, como Hiarbas, el enamorado transido, ofreció una de las mejores interpretaciones masculinas de la noche. Su compañero español José Antonio López, como Juba, cantó y actuó con autoridad y presencia. Su voz es noble y sonora y proyecta su texto con bastante claridad, algo que los oyentes seguro agradecieron.

Coro NocoCanto con el elenco al completo de ‘Dido, reina de Cartago’ (c) Birgit Gufler / Festival de Música Antigua de Innsbruck 2024

Mención aparte merece la bravura de Andrea Marcon al frente de su conjunto, La Cetra Barockorchester Basel. La partitura está plagada de escollos, rupturas, cambios bruscos de tempo y dificultades de todo tipo para los cantantes. Marcon consigue navegar por estas aguas turbulentas con maestría, dejando que el oyente siga el canto sin trabas; sabe ser discreto o estar presente cuando es necesario de tal modo que, a veces, uno se olvida de que la orquesta existe, pues se diría una prolongación de la voz del cantante. Es verdad que este año ya habían interpretado esta Dido varias veces en concierto, pero lograr semejante grado de complicidad es realmente extraordinario.

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Innsbrucker Festwochen der Alten Musik, 25 de agosto de 2024. Dido, reina de Cartago, música de Christoph Graupner y libreto de Heinrich Hinsch.

Andrea Marcon, dirección musical. Deda Cristina Colonna, dirección escénica. Domenico Franchi, vestuario y escenografía.

Robin Johannsen, Dido. Alicia Amo, Anna. Jone Martínez, Juno y Menalippe. Andreas Wolf, Hiarbas y Elgabal. José Antonio López, Juba. Jorge Franco, Achates. Jacob Lawrence, Aeneas.

La Cetra Barockorchester Basilea.

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