Crítica: «Die Zauberflöte» en Les Arts

Por Pedro Valbuena.

Concluye la temporada de ópera del Palau de Les Arts con una brillantísima (y muy cara) producción de La Flauta Mágica (Die Zauberflöte) de Mozart. Un montaje que ya pudo verse hace una década, y que se ha mostrado como plenamente vigente, a juzgar por la respuesta del público y en gran medida, de la crítica. En coproducción con la Dutch National Opera, el Festival d´Aix-en-Provence y la English National Opera, el espectáculo que hemos visto esta tarde es posiblemente el mejor de la estación, y dejará el listón bien alto para las siguientes producciones, que a juzgar por el adelanto de la  temporada será difícilmente superable.

Una escena de «Die Zauberflöte» en Les Arts / Foto: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

Estrenada en Viena pocos meses antes de la muerte del compositor, La Flauta Mágica fue escrita de forma un tanto apresurada, ya que Mozart tenía otros proyectos en los que trabajaba simultáneamente, y aunque su talento y fuerza creativa no parecían tener límites, lo cierto es que optó por fórmulas de escritura más breves, que se adaptasen mejor al espíritu popular que intentó insuflar al texto de su amigo Schikaneder. A pesar de ello, el genio salzburgués no pudo contener su exegético dominio de las formas, e incluyó algunos recursos considerados anticuados, demasiado eruditos o directamente incompatibles con el lenguaje teatral, como la vibrante fuga de la obertura o el coral sobre canon del dúo de los hombres armados. Crítica: «Die Zauberflöte» Les Arts

A la caída del telón tuve la sensación de haber visto algo novedoso, repleto de elementos arriesgados y con una poética diferente a cuanto se ha llevado a las tablas del auditorio valenciano, pero después uno echa mano de su bagaje y comprende que, en realidad, tampoco había tanto de originalidad. A pesar de que en términos generales la representación me gustó mucho, creo que ni los elementos musicales ni los visuales fueron tan extraordinarios, sino que más bien, fueron una acertada mezcla de recursos cuya efectividad está comprobada desde hace ya mucho tiempo. Me refiero a, por ejemplo, representaciones que empiezan ex abrupto, cantantes que hacen su irrupción desde la platea, músicos que se suman a la figuración, proyecciones de realidad virtual, instrumentistas sobre el escenario, y un largo etcétera de modismos propios de la escenografía mas o menos contemporánea. Sin embargo, el resultado era verdaderamente brillante, el público se lo pasó de miedo y servidor, mutatis mutandis, también.

Una escena de «Die Zauberflöte» en Les Arts / Foto: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

Me llamó primeramente la atención que se hubiese sobreelevado el foso de la orquesta y se hubiesen dispuesto varias escaleras de acceso. Los contrabajos, situados a la izquierda, dejaban al resto de la cuerda en una posición que ni era antifonal ni dejaba de serlo, y al resto de instrumentos desperdigados con un criterio que desconozco por completo. Es cierto que cada director persigue sacar un timbre particular a sus conjuntos, pero en este caso parecía claramente un capricho. Comenzó a sonar la música con la sala totalmente iluminada y el público departiendo distendidamente, hasta que el nivel de las luces fue decreciendo y por suerte, la algarabía del respetable también. A ambos lados del escenario se situaban dos chiringuitos que iban a encargarse de los efectos visuales y sonoros, que comenzaron por la rotulación en tiza de los créditos. En el centro una plataforma suspendida por cuatro cables tirantes me hizo temerme lo peor, otra ocurrencia moderna para suplir un costoso decorado, pero no. Esa superficie que subía, bajaba y se inclinaba en casi cualquier ángulo, resultó ser un elemento muy dinámico que en perfecta simbiosis con la iluminación, cumplió su objetivo de forma muy convincente. Sería justo decir que la escenografía diseñada por Michael Levine fue el elemento más destacable de todo el espectáculo (ya le he perdonado lo del himno regional). Crítica: «Die Zauberflöte» Les Arts

Una escena de «Die Zauberflöte» en Les Arts / Foto: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

El elenco vocal fue estupendo, y habría que empezar diciendo que los papeles secundarios fueron interpretados excepcionalmente bien. Alejandro López y Jorge Franco hicieron un doblete cantado irreprochablemente. Respecto a las primeras voces destacó por encima de todos la soprano española Serena Saenz (Pamina), que estuvo tan acertada que parecía que toda la trama rodaba en torno a ella, pese a no ser más que un personaje de “complemento”. Estuvo afinada y lució un timbre fresco y homogéneo. Por la escena se movió con la misma ligereza que por los pentagramas, y en los números de conjunto supo integrarse sin estridencias, o sea que todo bien, o muy bien incluso. El Papageno de Gyula Orendt fue la otra piedra angular del reparto. Es cierto que ese papel es especialmente agradecido porque resulta simpático a priori, está presente a lo largo de todo el hilo argumental, y además no reviste especial dificultad, pero dicho esto, lo cierto es que hay que saber defenderlo. Noté un desajuste rítmico con la orquesta en la mitad de su primera aria, pero este fallo no tuvo mayor trascendencia. Orendt cantó bien, pero sobre todo insufló al personaje esa gran energía que requiere, y esos matices tragicómicos que pueden fácilmente derivar en el ridículo si no se calcula bien la dosis. El príncipe Tamino, una especie de botarate que parece no enterarse de nada en todo el rato, fue interpretado por Giovanni Sala que cantó muy bien,  pero de una forma un tanto plana, sin aportar nada destacable al personaje. Estuvo correcto en lo musical y adquirió un cierto aire de pasmarote en lo dramático, y en este punto cabría preguntarse si fue defecto o virtud. El personaje más universal y quizá con merecimiento es el de la malvada Reina de la Noche, que a pesar de tener solamente dos intervenciones es el papel con más sustancia musical de todo el Singspiel. Esta noche las endiabladas florituras corrieron a cargo de Rainelle Krause, una formidable cantante que, sin embargo, no tuvo una noche acertada del todo. En su primera intervención, O zitiren nicht, una escena concebida con tres tempos diferentes, fue aplastada por una  batuta que marcó los tres movimientos por igual, y la parte posterior al recitativo no pudo emocionar a nadie porque iba demasiado rápida. Por la misma razón no lució tampoco la pirotécnica parte final, a la que llegó con un fiato muy ajustado. En el acto segundo reaparece el personaje, pero tampoco vinieron aquí bien dadas, ya que la repetición del motivo sobreagudo estuvo abiertamente desafinada. Quizá si le hubiesen permitido cantar erguida en vez de postrada en una silla de ruedas hubiera podido apoyar mejor la columna de aire, pero los directores de escena muchas veces  parecen ajenos a estas cuestiones técnicas.

Las tres damas de la reina,  (Antonella Zanetti, Laura Fleur y Luzia Tietze) estuvieron graciosas, empastaron perfectamente sus variopintos timbres y circularon por la escena con un itinerario muy bien trazado. Los tres muchachos sabios, y es que va la cosa de tres, procedentes del Trinity Boys Choir, cantaron con mucha elegancia, y yo no sé cómo lo hacen pero los niños ingleses cantan de una forma especial, que afecta hasta a su propio timbre natural. Contra todo pronóstico no desafinaron ni una nota. Mathew Rose se apoyo en su enormidad anatómica para proveer de dignidad y nobleza a Sarastro. Cantó haciendo gala de una voz grande y redonda, pero sin duda su momento estelar llegó antes del segundo acto, cuando pidió al publico que apagara sus móviles. Iria Goti defendió el breve papel de Papagena con mucha solvencia, aunque no me gustó que evitara el staccatto del duo, debo de estar chapado a la antigua. Por último reseñar que no me convenció en absoluto el papel de Monostatos ya que la voz de Brenton Ryan apenas se escuchó por detrás de la textura orquestal. Crítica: «Die Zauberflöte» Les Arts

Una escena de «Die Zauberflöte» en Les Arts / Foto: Mikel Ponce y Miguel Lorenzo

La dirección musical de Gaffigan me resultó un poco empalagosa, movió muy poco el metrónomo, y aportó poco a la brillante partitura, si bien es cierto que mantuvo a todos cohesionados, y que nada escapó a su control. Supo frasear con elegancia en algunos momentos y para mi sorpresa contuvo el volumen en todo momento, o casi. La Orquestra de la Comunitat estuvo tan brillante como siempre y otro tanto cabría decir del coro. Crítica: «Die Zauberflöte» Les Arts

En resumidas cuentas una noche triunfal y por tanto un excelente final de temporada. Seguiremos informando.


Valencia. 12 de junio de 2024. W.A.Mozart.  La Flauta Mágica. James Gaffigan, dirección musical. Simon McBurney, dirección de escena. Mathew Rose, Sarastro. Giovanni Sala, Tamino. Alejandro López y Jorge Franco, dos hombres armados y dos sacerdotes. Rainelle Krause, La Reina de la Noche. Serena Sáenz, Pamina. Antonella Zanetti, Laura Fleur y Luzia Tietze, tres damas. Trinity Boys Choir, tres muchahchos. Iria Goti, papagena. Gyula Orendt. Papageno. Brenton Ryan, Monostatos. OW