En los Estados Unidos, la Hispanidad no se celebra solo un día al año, sino a lo largo de todo un mes. Es el National Hispanic Heritage Month. Durante estos 30 días la nación americana celebra las enormes diversidad y riqueza que aportan las gentes de ascendencia hispana.
La celebración inspiró el programa de la segunda velada del ciclo de Gustavo Dudamel y Los Angeles Philharmonic en el icónico Carnegie Hall de Nueva York. El prestigio de los intérpretes y la promesa de un viaje sonoro en español entre la fantasía de Shakespeare y la modernidad vibrante de la compositora mexicana Gabriela Ortiz atrajo a un público interesado por lo novedoso del cartel.
El programa entrelazaba dos mundos: el lirismo casi etéreo de El sueño de una noche de verano de Mendelssohn, narrado en español por la actriz madrileña María Valverde, y el vanguardismo desafiante de «Dzonot», el último concierto para violonchelo de Ortiz, protagonizado por la virtuosa chelista Alisa Weilerstein.
La noche marcó el estreno en Nueva York de «Dzonot», una obra que explora el misticismo de los cenotes de la península de Yucatán. El concierto para chelo es una obra algo inconexa y sin ligazón, pero por momentos inspirada y evocadora, con pasajes de irresistible encanto y con la magia ancestral de la música mexicana. En su estreno en Nueva York, la obra nos pareció algo brusca con el espectador e innecesariamente exigente con la chelista. El oyente no puede evitar sentirse un intruso en la selva musical de Ortiz, que en lugar de acogerlo, lo expulsa con su misterio y su belleza. Así, el pretendido mensaje ecologista de la obra pierde fuerza cuando renuncia a empatizar con el que escucha, y se presenta como una brillante y elaborada bofetada musical.
Lo cierto es que «Dzonot» no está al alcance de todas las orquestas, pero Los Angeles Philharmonic dejó patente su enorme capacidad técnica. Desde el primer acorde, fue evidente la conexión que Dudamel tiene con las composiciones de Gabriela Ortiz. Ese conocimiento profundo de la obra hizo que Dudamel optara por una visión comedida, centrada en mantener el orden y en modular el sustrato orquestal para arropar a Weilerstein.
Ortiz escribió esta obra pensando en Alisa Weilerstein, y se notaba: la chelista navegó por los complicados pasajes con una claridad impecable, transformando los ritmos sincopados y las intrincadas disonancias en algo casi tangible. El diálogo entre la orquesta y la solista fue molopolizado por la asertiva línea del chelo, que dejó para la orquesta pocos momentos para el lucimiento.
Weilerstein, quien ha colaborado con Los Angeles Philharmonic en varias ocasiones, manejó su chelo de manera magistral, aunque tamaño esfuerzo parecía caer en saco roto en una audiencia a la que le costaba mantener la atención. El público, entre hipnotizado y aturdido, respondió con un aplauso prolongado, comprendiendo la dificultad de la partitura pero algo desconcertado con el significado de la obra.
Pero si «Dzonot» fue un viaje al presente y a las raíces culturales de México, el segundo acto de la velada nos transportó al mundo de las hadas y los sueños con la encantadora música incidental de Mendelssohn para «El sueño de una noche de verano». Dudamel, quien sabe cómo encontrar el equilibrio perfecto entre su energía, aún juvenil, y la precisión técnica, llevó a Los Angeles Philharmonic a tocar de manera tan impecable como evocadora.
El añadido de la actriz española María Valverde como narradora fue un acierto que inyectó una dimensión teatral única al «El sueño de una noche de verano». Con una dicción precisa y una pasión sutil, Valverde recreó los momentos más memorables de la obra de Shakespeare en un español melodioso, fusionando su voz con la orquesta de manera que cada palabra parecía flotar sobre las notas de Mendelssohn. La esperada complicidad entre Dudamel y Valverde, que además de estar casados desde 2017 han colaborado en diversos proyectos artísticos, fue evidente en los momentos donde la música y la narración se entrelazaban, creando una atmósfera que hizo las delicias del Carnegie Hall.
El coro Musica Sacra, dirigido con maestría por Kent Tritle, brindó un gran soporte vocal, especialmente en los fragmentos más íntimos, donde las voces parecían susurrar secretos de un mundo invisible. Las jóvenes solistas, Jana McIntyre (soprano) y Deepa Johnny (mezzosoprano), aportaron calidez y poesía a sus respectivas intervenciones. Sus voces, aun en desarrollo, conectaron el canto en inglés con el texto recitado por Valverde.
El escenario del Carnegie, casi siempre desnudo, se vistió en esta obra con las proyecciones de Alberto Arvelo, con la colaboración de artistas visuales como Nascuy Linares y Miguel Guerrero. El videoarte de Arvelo consigió por momentos no resultar prescindible, con imágnes que evocaban los paisajes soñados del bosque shakesperiano.
Gustavo Dudamel demostró de nuevo su capacidad para sorprender al público con sus propuestas, así como el gran nivel de su orquesta. Muchos esperan con interés su regreso triunfal a Nueva York en 2026 como director titular de la New York Philharmonic.
El aplauso final no fue solo para él, sino para todos los involucrados en esta novedosa noche de teatro, música y arte visual que celebra la influencia de la hispanidad en la cultura universal. A la salida del concierto, el espíritu juguetón de Puck seguía revoloteando, y el eco de las célebres melodías de Mendelssohn aun resonaba por las calles de Nueva York.
Carnegie Hall, a 9 de octubre de 2024. Los Angeles Philharmonic.
Gustavo Dudamel, director de orquesta.Alisa Weilerstein, violonchelo. María Valverde, narradora. Jana McIntyre, soprano. Deepa Johnny, mezzosoprano. Coro Musica Sacra dirigido por Kent Tritle.
Obras de Gabriela Otiz y Félix Mendelssohn.