Por Luc Roger Crítica El idiota Festival Salzburgo
El idiota no es quien ustedes creen. Traduttore traditore. El idiota, título de la novela del petersburgués Fiódor Dostoyevski de la que procede el libreto homónimo que Alexander Medvédev compuso para la ópera de Mieczysław Weinberg, es un término que en ruso no tiene precisamente el sentido extremadamente peyorativo que se le da en español. Su significado se acerca más a la raíz griega ἴδιος idios («propio», «particular») y al término griego idiốtês («hombre vulgar, inculto, necio, que no participa en la vida política de su república»). Así es como podemos definir lo que caracteriza al príncipe Myshkin. Su alteridad es achacable a una enfermedad: es epiléptico, como Dostoievski. Ha pasado unos años en un sanatorio y, al principio de la ópera, acaba de salir de ahí sin estar completamente curado. Además, su ingenuidad, su honradez y su bondad se topan con mucha incomprensión en la sociedad burguesa corrupta y embustera que empieza a frecuentar. Es un alma de Dios, una especie de santurrón loco, una figura semejante a Cristo que se hace amigo de sus enemigos y rivales (intercambia la cruz que lleva al cuello con la de su rival Rogozhin, que ha intentado asesinarle) y procura no hacer infeliz a nadie. Es incapaz de elegir entre las dos mujeres que intentan echarle el guante, no porque sea indeciso, sino porque le resulta imposible resistirse a los deseos de los demás. Absorbe literalmente el sufrimiento de la gente que le rodea, pero no puede detener la tragedia que está a punto de desencadenarse. Como sugieren su nombre y su apellido, es un león intrépido (Lev), pero ese león es un ratoncito (Myshkin) de laboratorio. Al mismo tiempo, su inocencia sirve para revelar la corrupción del mundo al que llega, y es como un espejo reflectante que obliga a los demás a cuestionarse, sin poder transformarse.
Krzysztof Warlikowski y su equipo han vuelto a realizar una puesta en escena magistral, muy detallada y bien documentada. Para ello han desplegado una serie de decorados panelados a lo largo de las paredes de la Felsenreitschule, el carrusel de rocas. En el centro, una gran pizarra escolar que de vez en cuando se convierte en pantalla de cine. A la izquierda, unos sillones rojos enfrentados hacen las veces de sala de espera de una estación de tren. Los desconocidos se presentan, entre ellos el príncipe Myshkin, Rogozhin, un borracho que habla inmediatamente de su amor por Nastasia, y el intrigante Lebedev. Para evocar el viaje, dos de los sillones se mueven lentamente por el escenario mientras un vídeo proyecta paisajes sobre el fondo de paneles. Entendemos que un tren lleva pasajeros a San Petersburgo. Crítica El idiota Festival Salzburgo
Muchas escenas transcurren en los salones de la familia Epantchine, cuyas tres hijas no consiguen casarse, para disgusto de la matrona, Yelisaveta Prokofievna Epantchina. El segundo acto tiene lugar en la residencia de la familia Ivolgin, cuyo hijo Gania ha aceptado, por interés propio, casarse con Nastasia Filippovna Barachkova, una joven hermosa y deshonrada que acaba de dejar a su tutor Totski, un pederasta que abusó de ella cuando aún era adolescente y que compra su silencio dándole dinero. El dinero juega un papel importante, la gente apuesta y pierde, juega a la bolsa y lo despilfarra ostensiblemente. Rogozhin llega a casa de los Ivogine con sus prestamistas y quiere comprar el amor de Nastasia ofreciéndole una enorme suma de dinero, que Nastasia arroja al fuego en una especie de sartén con forma de pequeño volcán. La siguiente escena transcurre en casa de Nastasia, que celebra una fiesta para anunciar cuál de sus pretendientes, Rogozhin o Gania, va a ganar su mano. El príncipe, que hasta entonces se creía sin un céntimo, anuncia que acaba de heredar una fortuna colosal y que él también tiene la intención de casarse con Nastasia para salvarla del deshonor.
Una de las escenas más bellas, en mi opinión, es aquella en la que el cuerpo cataléptico del príncipe Myshkin, que acaba de sufrir un ataque paroxístico del grand mal, yace inconsciente sobre una mesa. El ataque le ha salvado del asesino Rogozhin, que estaba a punto de darle muerte. La pantalla muestra una pizarra escolar en la que el Príncipe ha grabado con tiza una fórmula de Newton superpuesta a otra de Einstein. Debajo hay una copia del cuadro del Cristo Muerto pintado por Hans Holbein el Joven en 1521. El cuerpo del Príncipe reproduce con gran detalle la posición del protagonista de dicho lienzo.
Se sabe que a Dostoievski le cautivó el cuadro de Holbein El Cristo muerto. Lo cuenta Anna G. Dostoyevskaya en sus Memorias de una vida: «De camino a Ginebra, nos detuvimos un día en Basilea. Queríamos ver un cuadro en el museo local del que mi marido había oído hablar. El cuadro era de Hans Holbein, y representaba a un Cristo inhumanamente sufriente que había sido bajado de la cruz y cuyo cuerpo se había dejado descomponer. Su rostro hinchado está cubierto de heridas sangrientas y su aspecto es horrible. Este cuadro impresionó sobremanera a Fiodor, que se detuvo ante él como fulminado por un rayo. En cuanto a mí, no tenía fuerzas para mirarlo: me dolía demasiado, sobre todo porque mi salud no era muy buena. Fui a ver las otras habitaciones. Cuando volví, quince o veinte minutos más tarde, Fiodor seguía mirando el cuadro, como encadenado. Su rostro angustiado tenía esa expresión de horror que yo había visto en los primeros minutos de un ataque epiléptico. Suavemente, cogí a mi marido del brazo, lo conduje a otra sala y lo senté en un banco. Afortunadamente, no pasó a mayores: Fiodor se fue calmando poco a poco y, cuando estaba a punto de abandonar el museo, insistió en volver para ver el cuadro que le había causado tanta impresión». En la novela de Dostoievski, este cuadro, que según el autor «puede hacer perder la fe a cualquiera», cuelga en la morada de Rogozhin. Crítica El idiota Festival Salzburgo
Como no soy matemático, las dos fórmulas de Newton y Einstein me intrigan, y tengo que descifrar su significado atreviéndome a lanzar una interpretación a ciegas. Apostemos por la ley de la atracción universal de Newton, que, indiscutida hasta principios del siglo XX, permitía predecir con gran precisión los movimientos de muchos cuerpos y la forma en que podían atraerse, y luego por la teoría de la relatividad general de Einstein, que también permite describir la forma en que los cuerpos pueden atraerse, pero se basa en una idea radicalmente distinta: las masas de los cuerpos se atraen distorsionando el espacio-tiempo. En la ópera, los cuerpos ciertamente se atraen, con cuerpos masculinos gravitando en torno al de Nastasia Filippovna Barachkova, empezando por el de su infame tutor Totski. Gania Ivolgin, Rogozhin y Myshkin son como tres planetas en órbita alrededor de la bella joven, y no parecen tener otra opción. ¿Apuntan estas fórmulas matemáticas que no existe el libre albedrío y que sólo podemos someternos a las leyes de la atracción? El programa nos informa de que, para el director ,las matemáticas y la astrofísica tienen una pureza abstracta, alejada de las esencias del mal, y su presencia puede ser una metáfora de la pureza del loco sagrado, el Príncipe Myshkin. Quizá también podamos interpretar la superposición de los tres planos en esta escena. En ella confluyen la abstracción matemática de la ciencia, el cuerpo sacrificial de Cristo pintado por Holbein y, por último, el mundo real de un hombre simple y puro en catalepsia epiléptica.
A la derecha del escenario vemos un globo terráqueo y un esqueleto cerca de un armario que contiene cráneos y frascos, una colección anatómica. A la izquierda del escenario, en un armario similar, encontramos copas, champán y bebidas. A un lado la ciencia, al otro los elixires de una sociedad degenerada. Las paredes de la casa de Rogozhin lucen motivos inspirados en los coloridos bordados de las mujeres rusas, quizá un recordatorio de que Weinberg toma prestados elementos musicales del folclore. Aquí vive ahora Nastasia. El príncipe Myshkin se ha enamorado de Aglaïa, el miembro más joven de la familia Epanchin. Pero Aglaïa, que ve a Nastasia como una rival, fuerza al Príncipe a discutir con esta. Una serie de giros de guion lleva al Príncipe a renunciar a Aglaïa, casi contra su voluntad, en un intento de salvar el alma de Nastasia Filippovna casándose con ella. Finalmente, Nastasia regresa a Rogozhin, quien la asesina utilizando el mismo cuchillo con el que pretendía matar a Myshkin. El final de la ópera difiere del de la novela: Rogozhin confiesa a Myshkin que ha matado a Nastasia. Los dos hombres se reconcilian. Llegan a tumbarse a ambos lados de Nastasia en la cama donde yace asesinada. Un vídeo de esta escena se proyecta en directo en la pantalla.
La música tonal de Mieczysław Weinberg posee exquisitas cualidades narrativas y emocionales, una lírica nerviosa e insistente, con cuerdas cadenciosas, que nos habla del exaltado, exacerbado, paroxístico mundo interior de los personajes, en un lenguaje que no carece de similitudes con el de Shostakóvich, que fue mentor, amigo y protector del compositor. Su ópera moderna, casi contemporánea –data de 1986/87, aunque su primera versión escénica no tuvo lugar hasta 2013– es inmediatamente accesible a la primera escucha. Como en muchas composiciones modernas, Weinberg concede un lugar de honor a los instrumentos de percusión: celesta, timbales, triángulo, batería, campana, glockenspiel, xilófono y marimba. La directora lituana Mirga Gražinytė-Tyla, una de las mayores especialistas en Weinberg, ha contribuido a redescubrir su música desde 2019 (con un CD en Deutsche Grammophon), y la pasada primavera dirigió Die Passagierin en el Teatro Real de Madrid, una ópera que la Bayerische Staatsoper también había programado casi al mismo tiempo. Dirige con rigurosa precisión y claridad, una sensibilidad y una belleza gestual que encantan a la vista. La Orquesta Filarmónica de Viena se muestra muy receptiva a su dirección, desplegando las sonoras armonías de la partitura, su intensa sensualidad, sus tempestuosos vientos y sus amenazadoras tormentas emocionales. Crítica El idiota Festival Salzburgo
Un reparto de primera contribuye al éxito triunfal de una velada para el recuerdo. En el papel del príncipe Myshkin, el tenor lírico ucraniano Bogdan Volkov ofrece una de las mejores caracterizaciones que hemos visto nunca en la ópera. Encarna a este ser con un físico extremadamente débil, un andar inseguro y a veces vacilante, pero al mismo tiempo dotado de un carisma y una inocente ingenuidad, una fuerza interior y una fe ardiente, un misticismo dostoievskiano. Su actuación es asombrosa, sobre todo en su interpretación del gran mal epiléptico. La conmovedora expresividad de su pianos, sus notas mantenidas y aflautadas y su sensibilidad sólo son igualadas por la intensidad de su voz, que consigue atravesar los arrebatos de la orquesta. Las mismas cualidades expresivas se encuentran en la interpretación y el canto de la soprano dramática lituana Ausrine Stundyte, cuya voz oscuramente cálida, a veces incandescente, retrata el personaje de Nastasia, cuya degradación social se remonta a los primeros años de su adolescencia. La herida de las incesantes violaciones por parte de un tutor abusivo es incurable, y sin duda ha dado lugar a su impulsividad, su deseo de independencia y sus actitudes provocativas. En cambio, el papel antagónico de Aglaïa requería una voz clara y luminosa, que es lo que ofrece con talento la mezzosoprano australiana Xenia Puskarz Thomas, actualmente miembro del Estudio de Ópera de Múnich. El barítono bielorruso Vladislav Sulimsky, que debutó en Salzburgo como Tomsky en 2018, presta la oscura belleza de su voz y su sólida interpretación a la dureza alcohólica de Rogozhin, enfermo de deseo y cautivo de fuerzas oscuras con las que es incapaz de lidiar. Los papeles secundarios están muy bien elegidos, destacando el del intrigante Lebedev, encarnado por el barítono ucraniano Yuri Samoilov; la excelente Gania de Pavol Breslik y el papel de Yelisaveta Prokofievna Epantchina, al que la mezzosoprano rusa Margarita Nekrasova, convierte en una mujer dominante que se desespera por no poder casar a sus tres hijas.
Tras Múnich y Madrid, la exitosa producción salzburguesa de Mirga Gražinytė-Tyla y Krzysztof Warlikowski contribuye a dar a conocer y poner en valor las óperas de Mieczysław Weinberg, a situar en suma a este gran compositor en el lugar que le corresponde.
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Festival de Salzburgo, Felsenreitschule, 15 de agosto de 2024. El idiota, ópera de Mieczysław Weinberg (1919 – 1996) en cuatro actos Op. 144 (1986/87), estrenada en 2013. Libreto de Alexander Medvedew basado en la novela de Fiódor Dostoievski.
Mirga Gražinytė-Tyla, director musical. Krzysztof Warlikowski, director de escena. Małgorzata Szczęśniak, escenografía y vestuario. Felice Ross, diseño de iluminación. Kamil Polak, videoproyecciones. Claude Bardouil, movimiento escénico. Christian Longchamp, dramaturgia
Elenco:
Bogdan Volkov – Príncipe Lev Nikoláievich Myshkin
Ausrine Stundyte – Nastasia Filippovna Barachkova
Vladislav Sulimsky – Parfion Semiónovitch Rogozhin
Yuri Samoilov – Lukian Timofeevich Lebedev
Clive Bayley – Ivan Fyodorovich Epanchin, General
Margarita Nekrasova – Yelisaveta Prokofievna Epantchina, esposa
Xenia Puskarz Thomas – Aglaïa Ivanovna Epantchina
Jessica Niles Alexandra Ivanovna Epantchina
Pavol Breslik – Gavrila (Gania) Ardalionovitch Ivolgin
Daria Strulia – Varvara (Varia) Ardalionova Iwolgina
Jerzy Butryn – Afanassi Ivanovitch Totzki
Alexandre Kravets – Afilador de cuchillos
Konzertbereinigung, Coro de la Ópera de Viena. Pawel Markowicz, director del coro. Orquesta Filarmónica de Viena
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