Crítica: «Gal·la Placídia» Teatro Zarzuela Por José Antonio Lacárcel
Al salir del entrañable Teatro de la Zarzuela a la fría y lluviosa noche de Madrid íbamos pensando en lo paradójicas que son algunas situaciones que nos tocan vivir. El frío ambiente contrastaba con los cálidos sentimientos de alegría, de auténtica felicidad musical, que nos había provocado el escuchar, en versión de concierto, la ópera en tres actos de Jaume Pahissa, Gal·la Placídia, afortunada recuperación ciento diez años después de su estreno en el Liceo barcelonés. Muchos son los años que han pasado e incomprensible nos resulta el silencio, el desdén que ha rodeado a esta obra que no solamente es una creación interesante sino que bien puede constituir un hito importante en la noble tarea de crear ópera española, que no necesariamente tiene que estar unida al concepto de nacionalismo musical. Ópera creada en España que anda por unos derroteros propios, con las lógicas influencias, pero demostrando la enorme calidad musical de un compositor que, como tantos otros, tuvo que abandonar España como consecuencia de la guerra civil del 36 al 39 del siglo pasado. Crítica: «Gal·la Placídia» Teatro Zarzuela
Poco se conoce por estos lares la figura de Pahissa, que considero fundamental en la historia de nuestra música, por la recia personalidad de sus creaciones, por su constante trabajo, por su erudición y altura intelectual. No es un compositor centrado únicamente en su música. Es un hombre que podemos considerar del Renacimiento aunque sea del siglo XX, y digo que podemos considerarlo renacentista en el sentido de su conocimiento de las distintas ramas del saber, del arte y de la ciencia. Un hombre al que debemos uno de los mejores estudios analíticos sobre la figura de Manuel de Falla. Un creador que es al mismo tiempo un musicólogo de verdadera altura. Nuestra tierra es pródiga en ingratitudes con sus hijos más ilustres que tantas veces han tenido que tomar el camino del exilio, – en ocasiones voluntario, en la mayoría forzoso- y rehacer su vida en tierras extrañas. Que hayan tenido que pasar tantos lustros para que en un teatro español se vuelva a interpretar la música de Pahissa es, por un lado, una verdadera vergüenza, y por otro una gran alegría por el valor y por la importante apuesta que ha hecho el Teatro de la Zarzuela, ofreciendo una obra que tiene unos valores innegables. Si bien no ha sido representada y hemos tenido que conformarnos con la versión de concierto que, por otro lado, no dudo en calificar de muy afortunada. Nos daba por cavilar y preguntarnos una y otra vez, cómo era posible que haya estado sumida en un injusto silencio una partitura tan rica, tan importante, tan llena de grandes hallazgos musicales como es esta Gal·la Placídia, con música y libreto del propio Jaume Pahissay basada en la obra de Angel Guimerá. La edición que nos ocupa la debemos al trabajo de Juan de Udaeta y Enrique Amodeo.
Todo el argumento gira en torno a la figura de la reina Gala Placidia, hija del emperador de Roma Teodosio el Grande y hermana del también emperador Honorio. Gala Placidia fue la esposa del rey de los godos , Ataúlfo. Guimerá hace una recreación libre, muy libre, de este personaje real. Recreación que recoge en su libreto Pahissa y que adolece de la absoluta falta de rigor histórico, pero a cambio se consigue una historia muy interesante, con unos personajes que tienen una fuerte personalidad, un vigor teatral nada desdeñable y que originan una música de un nivel y de una altura verdaderamente importantes. Dejemos por tanto todo lo relacionado con lo auténticamente histórico y demos paso a la libertad artística, a las licencias literarias, para componer un libreto pleno de interés y con la suficiente dosis de dramatismo que hace muy vibrantes a unos personajes, con un dramatismo intenso y que se asoman a su vertiente literaria aportando una intensidad fuera de toda duda. El libreto está conseguido y despierta el interés del espectador desde los momentos iniciales en los que Ataúlfo hace su presentación hasta el dramático final, donde es inevitable ir hacia el recuerdo de Tristán e Isolda.
Pero sobre todo nos interesa la música. Una música de un altísimo nivel. Es cierto que se advierten claras influencias wagnerianas, cosa por otro lado muy habitual en la época, donde se inclinaban hacia el impresionante autor germano en claro contraste con el italianismo que imperó durante años y años a lo largo de todo el siglo XIX. Pero las influencias wagnerianas que se advierten no menoscaban en absoluto la fuerte personalidad que emana de una música muy bien concebida, perfectamente desarrollada y que alcanza, como hemos escrito anteriormente, un nivel que nos atrevemos a calificar de excepcional. Podemos ligar con la estética wagneriana la aparición de distintos leitmotiv, o también la riqueza de una orquestación espléndida, el vigor melódico que parece conducir en algún momento al ideal de la melodía infinita. Pero todo esto queda tamizado por una estructura compositiva donde se advierte que late una clara personalidad. Se aceptan, se integran influencias de los grandes, en este caso Wagner del que es profundo admirador Pahissa, pero sin perder en ningún momento ese criterio de auténtica personalidad, que aleja por completo cualquier idea de copia o de seguir dócilmente un camino trazado anteriormente. Por el contrario quiero volver a insistir en que la música nos revela a un compositor que está al día, que conoce incluso las corrientes que surgen desde la aparición de Schönberg por el que no siente una especial admiración. Pero asume todo lo concerniente al drama musical que varió decisivamente con la aparición de Wagner. Lo asume pero desarrolla su propia personalidad, su manera de ver y entender la música.
Un aspecto que me ha llamado poderosamente la atención es la riqueza melódica que la obra tiene. Quizá aquellos que están demasiado influenciados por un tipo de melodía cerrada, que se hereda desde los comienzos del clasicismo, podrán sorprenderse porque hable o escriba sobre la riqueza melódica de Gala Placidia. Pero es que, ya lo he advertido antes, estamos ante una melodía muy abierta, alejada de los encorsetamientos que imponen épocas pasadas. Y repito que en muchos momentos nos acercamos hacia el concepto de melodía infinita. Por tanto, me reafirmo en la idea de que estamos ante una espectacular riqueza melódica, pero dentro de los parámetros que antes he señalado y que además vienen adobados por la recia forma de escribir y de concebir la música que ofrece Pahissa.
Y la orquestación. Llama la atención la hermosa orquestación que tiene esta obra. Llama la atención la maestría con la que el autor consigue esto. Es poderosa, es bella, está perfectamente concebida y llevada a cabo con toda fortuna. Conoce perfectamente los recursos tímbricos y ahí se nota un tanto la influencia del gran Strauss. Saber dominar a la orquesta, saber hacerla protagonista como ocurre en esta ópera. Conseguir que la orquesta cree un ambiente y tome un papel preponderante no limitándose a ser simple acompañamiento, ni a subrayar los momentos del texto. La orquesta en Pahíssa es un elemento importantísimo, decisivo. Algún comentarista influído por lo pictórico diría que la orquesta ofrece una paleta amplia de distintos colores. Y es que al erigirse también en protagonista es elemento indisoluble de la acción. Quedan lejos aquellos tiempos en los que los cantables eran acompañados por arpegios de forma casi rutinaria aunque produjeran un buen efecto. Aquí es que se ha prescindido de las arias en solitario,aquí todo es un conjunto donde voces y orquestas se complementan pero sin que el elemento instrumental pierda importancia, pierda protagonismo. Creo que una de las grandes virtudes de esta Gala Placidia estriba en el papel tan importante y tan decisivo que tiene la orquesta. Hermoso trabajo en verdad. También las voces han sido objeto de un adecuado tratamiento. Aunque la partitura tiene dificultades éstas no son insalvables ni el autor se plantea llevar al límite a los intérpretes. Están suficientemente cuidadas si bien no está pendiente del lucimiento de los cantantes sino que éstos se integran en todo el proceso creativo del autor, como también ocurre en muchos momentos wagnerianos y en otros compositores posteriores.
Sin querer extenderme demasiado vuelvo a insistir en que Gal·la Placídia constituye un hermosísimo ejemplo de ópera bien construída, inteligentemente planteada y con unos resultados francamente espléndidos. Vuelvo a la carga: ¿cómo se ha mantenido lustros y lustros en el silencio cuando es una obra que bien puede considerarse, con todos los merecimientos, obra de repertorio? Tendremos parafrasear a Eduardo Marquina cuando en su obra “En Flandes se ha puesto el sol” pone en boca de uno de sus personajes esta frase que explica muchas cosas: “España y yo somos así, señora”.
Pues bien, la reposición en versión concierto, de esta interesante obra no consiguió llenar el Teatro de la Zarzuela en la tarde del viernes. Caso insólito cuando vamos a lleno por función. Bien es cierto que fue un día lleno de manifestaciones por las cales madrileñas, que fue un día muy frio y lluvioso. Pero tengo que añadir que aquellos que se decidieron a quedarse en casa se perdieron algo realmente hermoso, algo realmente bello y a lo que no estamos demasiado acostumbrados. Obra importantísima que debería volver a ponerse en cartel, pero en versión escénica. La edición musical, muy acertada, se debe a la labor realizada por Juan de Udaeta y Enrique Amodeo. La dirección orquesta estuvo encomendada a Christoph König que estuvo sumamente afortunado en su labor. Supo hacer brillar a la orquesta, estuvo pendiente de conseguir y redondear todos los efectos tímbricos. Le dió a la orquesta todo el protagonismo que deseó el autor y su labor la calificaríamos de brillante salvo un pequeño pero. Y es que no siempre mantuvo el equilibrio sonoro cuando intervinieron los cantantes llegando a apagar un tanto las voces.
Voces que en líneas generales cumplieron adecuadamente con el papel que se les había encomendado. Bien es cierto que el peso de la obra parece recaer en el tenor que da vida a Vernulf, personaje éste un tanto poliédrico pero que se alza casi con todo el protagonismo de la obra. El tenor mallorquín Antoni Lliteres estuvo bastante afortunado teniendo a veces que esforzarse por el volumen sonoro de la orquesta. Es cierto que si hubiera estado representada esta obra, la orquesta hubiera ocupado su lugar en el foso, con lo cual el necesario equilibrio de los planos sonoros no hubiera estado desfasado. Pero hay que reconocer que el tenor mallorquín, que tiene un timbre bastante bonito, estando cerca del lírico ligero, supo dotar de pasión a su personaje. Cantó con mucho gusto, con una voz que es brillante y especialmente potente en los agudos, pasando un poco más desapercibido en los registros medios. Pero fue la suya una labor muy meritoria. La soprano Maribel Ortega encarnó a la princesa romana convertida en reina de los godos. Tuvo una buena actuación de acuerdo con los parámetros que tiene la obra en la que el excesivo lucimiento es prácticamente imposible. Aquí todos están al servicio de la música y eso lo entendió perfectamente la señora Ortega que tuvo una actuación impecable siendo muy fiel a la partitura. El bajo Simón Orfila estuvo en su habitual línea de buen cantante con una hermosa voz, poderosa y segura, y que brilló en todo momento. También es de destacar el buen quehacer del barítono Carles Pachon que incorporaba al nada simpático personaje de Sigeric y su trabajo fue muy encomiable. Crítica: «Gal·la Placídia» Teatro Zarzuela
Estuvieron a buena altura los demás componentes del elenco: Carol García, Carlos Daza, Marc Sala, Mario Villoria, Ángel Rodríguez y Joaquín Córdoba. Como es habitual el Coro sonó muy bien, siguiendo la tradición de excelencia en cada una de sus actuaciones, dirigido acertadamente por el maestro Antonio Fauró. Una buena actuación de todos los intérpretes que hizo posible que nos acercáramos a un Pahissa injustamente olvidado en muchos aspectos siendo como fue un gran músico, intelectual y brillante en varios campos de la cultura. Felicitar al Teatro de la Zarzuela por reponer estas obras tan interesantes y que dan un mentís a quienes no quieren aceptar que tenemos un patrimonio musical cuando menos muy interesante y con la suficiente calidad. A ver si de una vez vamos quitándonos absurdos complejos. Crítica: «Gal·la Placídia» Teatro Zarzuela
Madrid (Teatro de la Zarzuela), 8 de marzo de 2024. Gal·la Placídia Ópera en tres actos con música y libreto de Jaume Pahissa.
Elenco: Maribel Ortega, Antoni Lliteres, Simón Orfila, Carlos Pachon, Marc Sala, Carol García, Carlos Daza, Mario Villoria, Ángel Rodríguez, Joaquín Córdoba