Por Carlos J. López Rayward
El tenor peruano Juan Diego Flórez tenía trabajo pendiente en el Carnegie Hall. Después de la cancelación de su esperado recital al principio de año, la mayoría de sus seguidores en Nueva York aguardaban al cantante con las ganas propias de tan larga espera.
Sin embargo, Flórez no estaba en su mejor momento. De nuevo enfermo, y ante la inposibilidad de cancelar dos veces el mismo concierto, el peruano decidió reaparecer a pesar de tener que cantar muy congestionado.
Pero Juan Diego Flórez cuenta con el favor del público y hace tiempo que llegó a lo más alto del escalafón operístico, por lo que ya no tiene nada que demostrar. Como veremo, fueron su madurez y el apoyo constante de la audiencia los elementos que convirtieron el desastroso inicio del recital en una agradabilísima velada lírica.
La primera parte del programa estaba dedicada al repertorio belcantista italiano. Flórez comenzó con “O del mio dolce ardor” de la ópera de Gluck, Paride ed Elena. Cantó con mucha incomodidad, pero con poesía y frases ligadas con dulzura, marca de la casa. Al final del aria, Flórez tuvo que sonarse la nariz, tras lo que pidió disculpas y explicó que cantaba muy resfriado.
El concierto prosiguió con la misma elegancia estilística y la misma comatosa emisión. Así “Amarilli, mia bella” de Romolo Caccini y “Vittoria, mio core!” de Giacomo Carissimi, se escucharon con detalles de gran canto, delicados trinos, una media voz aterciopelada y un timbre convenientemente sobreoscurecido por la mucosidad. Con todo, Flórez sufría lo indecible cada vez que la línea se volvía más lírica y la emisión requería mayor proyección.
Quizá lo peor del concierto llegó con los Péches de vieillesse de Rossini. En la normalmente inflamada L´Esule, Juan Diego Flórez apenas pudo marcar la entonación en la zona alta, y se conformó con colorear la línea. El agudo fallido al final de la página fue anticlimático y provocó no pocos murmullos de preocupación entre el público.
Las notas constreñidas en la garganta y enredadas en la máscara continuaron en ¨La lontananza¨ y en ¨Deh! tu m´assisti amore¨. Lo que la voz de Flórez perdió por la enfermedad parecía compensarlo el cantante con un exceso de gesticulación: un incesante bracear que hacía aún más obvios los apuros del artista.
Con todo, Vincenzo Scalera supo replegarse para sustentar la vocecita de Flórez sin dejar de sonar en estilo, tan elegante como siempre. Su inspirada versión de la Danse Sibérienne de Rossini sirvió para mostrar su arte, pero durante el resto del concierto Scalera tuvo que someterse a los requerimientos de la convaleciente voz de Flórez.
El público se fue preocupado al descanso, tras una fallida ¨La speranza piú sovae¨ de Semiramide. La página, una de las que hizo famoso a Flórez como el mejor tenor rossiniano de su tiempo, fue la prueba más clara de la ruinosa forma del instrumento. Pese a todo, el artista seguía ahí, trabajando con denuedo en las agilidades, demostrando su musicalidad y su compenetración con Scalera. Incluso sin voz, Flórez desarrollo un canto amable y propositivo, un milagro al alcance de pocos solistas.
Pero el público seguía aplaudiendo, entre respetuoso y agradecido por el esfuerzo. Por eso tras el descanso, los dos artistas atacaron con ilusión renovada ¨Linda! Si ritiro¨ de la Linda di Chamounix de Donizetti. Juan Diego Flórez parecía poseído por una fuerza especial, y cantó la complicada estrofa Lassú nel cielo un termine, la nostra guerra avrá con un sorprendente buen resultado.
El peruano era, pese al resfriado, el de siempre, con una línea de canto impecable y muy comunicativa, puro estilo. El sonido resultaba agradable pese a la pastosidad y la rigidez del instrumento. Las notas más altas nada tenían que ver con las que le hicieran célebre, y en esta aparición en el Carnegie sonaban siempre forzadas, apretadas y musculares. El fin del sufrimiento no llegó hasta después de una ¨Questa o quella¨ del Rigoletto verdiano totalmente olvidable.
Flórez resucitó con ¨Je veux entendre encore¨de la ópera Jérusalem de Verdi. El solista llevó la página (más conocida por ¨La mia letizia infondere¨ de I Lombardi) a su terreno, y cargó las tintas en la poesía de su media voz. El resultado fue fantástico y motivó un gran aplauso que resultó renovador para el cantante.
A partir de entonces, la garganta de Juan Diego Flórez pareció sanar progresivamente gracias al ánimo de sus seguidores, la magia del Carnegie Hall, y un repertorio francés más adaptado al canto ligado, tan estilizado, del tenor peruano. Así, la sugestiva ¨Vainement, ma bien aimée¨ de Le roi d´Ys de Eduard Lalo, y la conocida ¨L´amour, l´amour! … Ah! Léve-toi, soleil» de Roméo et Juliette de Gounod, fueron cantadas con enorme gusto y menos dificultad.
La supervivencia de Flórez al programa oficial del recital fue celebrada por el público y el cantante como si de un triunfo rotundo se tratara. Es por ello que Flórez se animó a tomar la guitarra e interpretar como propinas las canciones populares que ya son tradición en sus conciertos. Más allá de la calidad de las mismas, soprendente tras tanto esfuerzo, Juan Diego Flórez supo crear esa atmósfera de entendimiento y disfrute con el público en la que todos disfrutan plenamente de la música.
De esta manera, las obras de Pablo Sorozábal, Chabuca Granda, Carlos Gardel y Tomás Méndez fueron las que quedaron en la memoria del público de Nueva York, que las tarareaba satisfecho mientras salía a encarar el viento gélido de la Séptima avenida, con mucho cuidado de no resfriarse.
Nueva York (Carnegie Hall), 29 de noviembre de 2023. Juan Diego Flórez, tenor. Vincenzo Scalera, piano.
Obras de Gluck, Caccini, Carissimi, Rossini, Donizetti, Salvi, Verdi, Lalo, Gounod, Puccini, Cardillo, de Curtis, Sorozábal, Chabuca Granda, Carlos Gardel y Tomás Méndez.