Crítica: ‘La Dolores’ Teatro Zarzuela Por José Antonio Lacárcel
La Dolores, de Bretón, volvió a triunfar en el Teatro de la Zarzuela
Frío intensísimo en Madrid la tarde noche del viernes, cuando el Teatro de la Zarzuela volvía a poner en escena la ópera de Tomás Bretón, libreto y música, basada en una obra de José Feliú y Codina, muy en la línea del verismo, con un ambiente claramente rural o, si se quiere en este caso, provinciano. Todo gira en torno a una copla, a una fatídica copla en la que se destroza la honra de una muchacha, a unos versos que pregonan la intimidad que con ella tuvo un miserable que no es otro que el que intenta dañarla haciendo correr una acusación de la que es autor. Estamos pues ante un drama de corte verista donde se conjugan todos los ingredientes propios de la nueva concepción creativa operística: pasiones, celos, amor, entrega, venganza, odio y al final… muerte.

El Teatro de la Zarzuela se llenó en una noche de lujo con un público entregado al buen hacer de excelentes cantantes, a la irreprochable dirección musical –otro éxito indiscutible de Guillermo García Calvo–, y a la buena dirección escénica de Amelia Ochandiano, alejada de excesos personalistas aunque dejando bien claro cuál es su concepto. A ello hay que sumar la interesante escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda y el vestuario de Jesús Ruiz, así como la encomiable aportación del resto de responsables como el coreógrafo maño Miguel Ángel Berna, y los distintos equipos que han colaborado en el desarrollo de la producción. Crítica: ‘La Dolores’ Teatro Zarzuela
Decía antes que estamos ante una obra netamente verista. La influencia de Cavallería rusticana, estrenada cinco años antes, está clarísima: ambiente rural, celos, honor puesto en entredicho, venganza y la muerte como solución ante el problema planteado. Pero aquí, a diferencia de lo que ocurre en la obra de Mascagni, no existe la infidelidad conyugal, sino solo una voluntad de difamación, expresada en una copla donde quedan compendiados todo el odio y toda la maldad, fundidos con el deseo, una copla que lleva entre sus notas y entre sus versos nada menos que el dolor y la muerte.
Como muy bien recuerda la profesora Elena Torres, la fatídica copla –parece que tuvo un origen real– se ha plasmado en diversas obras porque Dolores acaba convirtiéndose en un ser mítico. Se trata de una mujer que nace del pueblo y que en el pueblo tiene su razón de ser, sus raíces, sus sentires. Una mujer con voluntad propia, yo diría que un tanto rebelde, como lo es Carmen en la obra de Bizet. Bretón escribe un libreto en el que respeta casi escrupulosamente toda la acción de la obra teatral de Feliú y Codina. Digo que casi, porque lógicamente el compositor y libretista tiene que introducir algunos cambios al hilo del desarrollo operístico. Crítica: ‘La Dolores’ Teatro Zarzuela

Habrán observado mis hipotéticos lectores que no he pronunciado la palabra zarzuela, ya que esta obra es una auténtica ópera y como tal está pensada, concebida y desarrollada. El propio autor pasa casi de largo ante la famosa polémica –bastante estéril por otra parte– porque el tema lo tratará en profundidad en su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes. Pero insisto en que la obra ha sido concebida y trabajada con las premisas habituales de la ópera, y aprovecha el autor que el tema sea de tipo regional para incorporar hábilmente aires y danzas propias de nuestro rico –riquísimo– folclore.
Escribir ópera es el gran reto de los compositores de finales del XIX, quienes quieren de verdad hacer realidad la ópera nacional, mas saben que el mejor terreno es precisamente el que se basa en la música del pueblo, lo cual se observa en esta obra con toda claridad cuando suena la gran jota o cuando aparecen esos compases taurinos, o durante la escena en la que el fanfarrón sargento canta las seguidillas andaluzas. No se libra este personaje de los tópicos pero hay que reconocer que musicalmente está muy bien trazado y muy bien conseguido. Y es que en esta ópera Bretón realiza con gran maestría retratos musicales de cada uno de los personajes. Por ejemplo, los de Patricio (barítono) y Celemín (tenor), personaje éste último que alterna con el coplero, o mejor, con el jotero, en el momento culminante de la jota. A pesar de ser protagonistas, el autor los trata con verdadero mimo, de modo que adquieren una importancia considerable. Tienen mucha presencia en escena y parte de sus intervenciones van a ser decisivas en el desarrollo de toda la trama.
Por supuesto los dos personajes centrales de la obra también están cuidadosamente trazados por el compositor. El seminarista Lázaro, que acabará colgando los hábitos, tiene un inicio un tanto balbuceante, pero este personaje va adquiriendo cuerpo conforme se va configurando el drama. Sus vacilaciones entre la fatal atracción que sobre él ejerce Dolores y los escasos residuos que quedan de su anterior vocación religiosa sirven de base al dibujo de un personaje –literario y musical– que se debate entre lo que se espera de él y sus sentimientos y que acaba alcanzando una robustez y una entidad contundentes, sobre todo en el acto final donde se define musicalmente su carácter vehemente y apasionado y donde triunfa, sobre cualquier otra consideración, el amor que alberga por Dolores y que le conduce, fatalmente, a derramar la sangre de su indigno enemigo. Me quedo con el hermoso dúo casi al final del acto, donde el personaje saca al exterior toda la riqueza que le confiere la inspiración del compositor.

Pero está claro que el personaje central, la gran protagonista que llega a convertirse en mito, es precisamente Dolores, formidable figura literaria con ribetes históricos, y formidable figura musical. Aquí el autor derrama toda su inspiración, toda su técnica compositiva, todo su ímpetu creador para dotar de lo mejor de sí mismo a esta muchacha que es, a la vez, voluble, graciosa, caprichosa, apasionada y capaz de llegar a amar con intensidad. No es la mujer fatal que aparece en la obra de Bizet, otro gran mito. Aquí el personaje es mucho más vario, más poliédrico, pienso que humanamente es muy superior. Frente al egoísmo de la gitana sevillana, la moza aragonesa presenta un carácter complejo, capaz de burlarse, de despreciar, de suplicar, de amar profundamente, de odiar clamando venganza y también de sucumbir ante el milagro de un amor nuevo y sincero. Mientras la sevillana es la amante de un día, la aragonesa presenta los rasgos firmes de una mujer que está sufriendo la injusticia de una copla que la injuria, de un ataque brutal y grosero de un hombre tan miserable que, por venganza, es capaz de la gran cobardía de manchar para siempre el nombre honrado de una muchacha. Pues bien, ahí es donde más se esmera Bretón, en el formidable retrato musical que hace de la heroína de la obra. Teniendo en cuenta ese carácter vario, de diversas fisonomías, traza una acabada partitura que es también como un homenaje y un modo de restituir la integridad de una desventurada mujer a la que el destino lleva a un final fatal. Dibuja primorosamente el personaje con fuerza creativa en muchos momentos y sobre todo en el último acto, donde recrea toda la posibilidad de lirismo mediante una sucesión de melodías que terminan de completar el retrato musical de esta mujer. Crítica: ‘La Dolores’ Teatro Zarzuela
Y es que no podemos olvidar que estamos ante una partitura realmente excelente. Pienso que quizá el primer acto se prolonga demasiado y hay momentos que bien pueden considerarse reiterativos. Pero se impone la fuerte técnica musical de Bretón, su excelente tratamiento orquestal, su irreprochable técnica contrapuntística, su acertado tratamiento armónico. La orquesta tiene un papel importante, nada de mero acompañante, nada de arpegios para subrayar la melodía de un aria. En sus páginas, entra de lleno el concepto nuevo, vibrante, de lo que hemos dado en llamar verismo. Y con estos mimbres construye el autor una obra digna de todo aplauso. Qué vamos a contarles de la Jota. Es la síntesis de nuestra música popular, es lo más vibrante, hermoso y apasionado que se puede dar tanto en cuanto a música como a danza. Una gran parte de zarzuelas conceden a la jota un puesto de honor. Recordemos, así a vuelapluma, Gigantes y Cabezudos, con su sucesión de jotas, La Bruja, con la extraordinaria jota que canta Leandro, o La linda tapada, o tantas y tantas otras jotas. Pero ninguna como la gran jota de La Dolores, tan llena de fuerza, de pasión, pletórica de belleza. Por eso no nos extrañó la explosión de entusiasmo que se desbordó del público al terminar esa página musical incomparable. Y el resto de la obra con un tercer acto precioso, espléndidamente conseguido por el autor que sabe subrayar musicalmente de forma admirable a los distintos personajes. Repulsivo, odioso Melchor, un tanto cómicos Patricio y Celemín, ingenuo y apasionado Lázaro, un tanto histriónico Rojas y un compendio de fuerzas encontradas, de variados y enfrentados sentimientos, de ser capaz de odiar y de amar con la misma intensidad. Pincelada vibrante, acabada, la que hace Bretón de su Dolores.

Para ofrecer una obra tan importante tuvimos la suerte de contar con un reparto espléndido, sin una sola fisura, sin la menor laguna. Saioa Hernández fue una afortunada Dolores. Mucho más de lo que acabo de decir. Fue una extraordinaria cantante que supo dar vida y hacer más que creíble a su personaje. Voz tersa, de gran pureza, con un timbre muy bonito y una enorme capacidad de adaptación a lo que el personaje requería. Su aria o romanza del tercer acto fue verdaderamente antológica. Supo expresar toda la pasión, todo el lirismo conmovedor, toda la capacidad amatoria de su personaje, así como su fiereza ante la injusticia, su dolor ante el agravio, su revolverse sin rendirse ante la vejación de que era objeto. Fue una extraordinaria cantante y una actriz consumada. Se creyó su papel y lo interpretó en toda su intensa dimensión. En todo momento estuvo formidable, pero sobre todo en la romanza antes aludida y en el dúo con el tenor. Diversas caras de un mismo personaje. Enhorabuena, gran versión la suya.
Es Jorge de León un tenor de brillante trayectoria. Poseedor de una hermosa voz, con unos agudos limpios y musicales, con una voz media robusta, llena de belleza. Es tenor al que he escuchado muchas veces y, casi siempre lo escribo, al que tuve la suerte de escucharle un esplendido Radamés, en el Teatro alla Scala de Milán. En la noche madrileña cumplió sobradamente con su personaje, aunque éste al principio resulte un tanto confuso. En el primer acto considero que estuvo bien, pero demasiado lineal en su interpretación canora, sin explotar los posibles matices del personaje. Ya en el segundo acto dio una visión mucho más completa del tímido seminarista, para alcanzar una gran brillantez en el tercer acto, donde en todo momento estuvo a gran altura tanto en lo actoral como en lo vocal. Su voz se mostró mucho más hermosa en este último acto, segura y matizada, alternando el apasionado lirismo del dúo con la fuerza y la pasión de los momentos decisivos.

Fue José Antonio López un felicísimo Melchor. Dueño de una hermosa voz baritonal supo centrarse en el personaje y dotarlo de toda la maldad y cobardía, disfrazada de chulesca provocación, que le exige el libreto. No cayó nunca en la sobreactuación y tanto en lo referente a la técnica vocal como a su calidad de actor resultó convincente. La voz media es buena y los registros agudos seguros y musicales. Los graves, no tanto, pero en general fue buena su actuación.
Como lo fue la del barítono Gerardo Bullón, muy sobrio y elegante, aunque su personaje pueda tener mucho de cómico. Lució seguro fluctuando entre el enamoramiento y la cobardía. Como cantante tiene una voz bien timbrada, muy equilibrada en todo momento. Fue la suya una actuación muy interesante. Y lo mismo podemos decir del tenor Javier Tomé, quien hizo un efectivo Celemín, bien cantado y actuado. Destacó la segunda estrofa de la jota, que supo decir con intención y gracia, demostrando el bonito timbre de su voz de tenor cercano a la tesitura de ligero. Mención aparte merece el espléndido Rubén Amoretti, tan seguro y tan dueño del escenario como siempre. Dibujó un personaje fanfarrón y tontaina, ridículo, sin pasarse en ningún momento. Las seguidillas del primer acto estuvieron muy bien interpretadas, al nivel que nos tiene acostumbrados este bajo de voz hermosa, amplia y con un registro muy considerable. María Luisa Corbacho cumplió sobradamente en su papel y creo que es justo destacar al jotero Juan Moral Novo, de bonita voz y buen gusto interpretativo. El resto, en sus episódicos papeles, estuvieron a buena altura.
¿Qué decir del Coro? Nos tiene tan bien acostumbrados que solamente cabe afirmar que estuvieron como siempre, o sea, muy bien. Sobre todo en la jota y en cualquiera de los momentos de la obra en los que tiene que intervenir. Una vez más hay que felicitar a Antonio Fauró, así como al Coro de Voces Blancas Sinan Kay y a su directora Mónica Sánchez. Mención aparte merece el ballet, que llevó a cabo con un excelente nivel la coreografía anteriormente comentada. En el “debe”, no obstante, me gustaría señalar que, aunque bailaron muy bien la jota, por instantes más me parecía un ballet andaluz que la versión de una vibrante jota aragonesa. Pero es ésta opinión muy personal.

Y la orquesta, francamente bien, con toda la importancia que Bretón le da, con ese fuerte protagonismo que tiene. Bien, muy bien de afinación y con la dirección segura y brillante de Guillermo García Calvo, tan eficaz en la labor de acompañante y, al tiempo, haciéndola hacerla brillar en los pasajes que así lo requieren.
En definitiva, gran alegría nos produjo el reencuentro con esta estupenda muestra de ópera española que, injustamente, queda relegada al olvido aun cuando por su calidad musical y su fuerza escénica bien merece ser obra de repertorio.
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Teatro de la Zarzuela de Madrid, a 27 de enero de 2023. La Dolores, con música y libro de Tomás Bretón. Guillermo García Calvo, dir. musical. Amelia Ochandiano, dir. escénica, Ricardo Sánchez Cuerda, escenografía, Jesús Ruiz, vestuario, Miguel Ángel Berna, coreografía. Reparto: Saioa Hernández, Dolores. Jorge de León, Lázaro. José Antonio López, Melchor. María Luisa Corbacho, Gaspara. Rubén Amoretti, Sargento Rojas. Javier Tomé, Celemín. Gerardo Bullón, Patricio. Juan Noval, cantador de coplas. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Coro de voces blancas Sinan Kay.