Crítica: «La Juive» Turín Por Federico Figueroa
Un espléndido inicio de temporada ha ofrecido el Teatro Regio de Turín con esta nueva producción de La Juive, por primera vez en su lengua original en la capital del Piamonte, título ausente en este teatro desde 1865. No hay duda que la ópera francesa, en especial la grand opéra, tiene ese atractivo de gran pompa para la circunstancia de una apertura de temporada. Si Madrid abrió con Medée y Ginebra con Don Carlos, Turín tira la casa por la ventana con La Juive y en pocos días lo hará Marsella con L’Africaine. No creo que sea propiamente una especie de renacimiento de la bombástica grand opéra pero se aplaude y agradece que los responsables de teatros, que cuantan con los medios adecuados para afrontar estos desafíos, lo asuman. En Turín, me parece, se ha dotado generosamente a los responsables del empeño para alcanzar sus ambiciones artísticas. Crítica: «La Juive» Turín
La Juive se estrenó en 1835 y fue muy apreciada por Berlioz, Wagner y otros compositores de la época. Gozó de gran fama, como varias otras de sus hermanas de molde, y en el siglo XX se esfumó de los teatros. No es que sea una rareza pues de vez en cuando es programada por alguna gran casa de ópera (Viena, París, Venecia) y este año ha sido vista en Dortmund, Hannover y Vilna. En Turín han sido Stefano Poda (director de escena) y Daniel Oren (director de orquesta) los que se han puesto al frente de la esta apuesta del Regio de Turín. Crítica: «La Juive»
Stefano Poda, director de escena, diseñador de la escenografía, el vestuario, la iluminación y creador de coreografía; nos propone un mundo sobrecargado de simbolismos que no siempre se entienden bien y hasta parecen contradictorios. El anclaje espacio-temporal se abstrae de referencias geográficas, aunque el libreto nos diga, a través de las voces de los solitas y el coro, que estamos en el Constanza (Alemania), en los días en que se celebró allí el famoso concilio ecuménico católico, por tanto los años 1414-1418, y se inscribe en un entorno oscuro y opresivo. El lema Tantum religio potuit suadere malorum , tomado de «Sobre la naturaleza de las cosas» de Lucrecio, preside en todo momento la escena. Poda utiliza un gran número de bailarines, actores y figurantes para dotar de de dinamismo a la escena mientras que los protagonistas parecen más «libres» en sus movimientos. La propuesta es muy atractiva visualmente, con una iluminación hecha concienzudamente para resaltar la grandiosa escenografía e incidir en el color y la textura del vestuario, factor este último en donde encontré el eslabón más débil: trajes poco ortodoxos que no aportaron a los personajes. A la princesa Eudoxia le tocó usar el peor de ellos. La grandiosidad del conjunto fue lo que finalmente terminó por arrancar la salva de aplausos en el final de la representación.
Daniel Oren, que ya lleva tres producciones (2006 en Londres, en versión de concierto; 2007 en París, puesta en escena por Pierre Audi; 2010 en Tel Aviv, puesta en escena por David Poutney), obtuvo un merecido éxito. Su lectura fue enfática en el estilo y cuidadosa con los matices y con en el volumen. Con la aplicada orquesta que tuvo en el foso, la titular del Teatro Regio, consiguió una intensa y alambicada íntimidad en las arias, a la vez que una extensa paleta en los números del coro, estupendo, preparado por Ulisse Trabacchin. Los cantantes solistas se beneficiaron de su claridad en las indicaciones y rindieron lo máximo posible.
Mariangela Sicilia, Rachel, dio un carácter dramático con una voz bien pertrechada en los extremos y sólida en la zona media; expresiva y con un canto de buena escuela consiguió que este su personaje, cantado por primera vez por Marie-Cornélie Falcon, conmoviera a la audiencia. Magnífica en la interpretación de su aria «Il va venir». El tenor Gregory Kunde, a sus casi 70 años, debuta en el personaje del joyero Eléazar con enorme éxito. Su carisma interpretativo, la autoridad de su canto y prodigiosos agudos consiguieron la mayor ovación de la noche tras la vibrante interpretación de su aria más famosa, «Rachel, quand du Seigneur». Kunde es artista, no solo cantante. El tenor rumano Ioan Hotea, ganador de Operalia en 2015, es un lírico-ligero con excelente proyección y suficiencia; con encomiable fraseos y buena técnica, convenció como Léopold, al igual que la soprano ligera Martina Russomanno como la princesa Eudoxie, exhibiendo un virtuosismo refinado. El bajo Riccardo Zanelatto construyó un Brogni más suave, subrayando la complejidad del carácter del cardenal y atemperando los arrebatos entre la venganza y la clemencia con una voz un tanto opaca. Todos los personajes secundarios estuvieron muy bien defendidos, entre ellos destacar a Gordon Bitner (Ruggiero) y Daniele Terenzi (Albert). Un dos líneas un gran inicio de temporada, con el público aplaudiendo en pie una decena de minutos a los cantantes y con opiniones encontradas en cuanto a lo escénico.