La nueva «Aida» de Michael Mayer llega a la Metropolitan Opera de Nueva York, por fin.
La Metropolitan de Nueva York llevaba más de un lustro tratando de reemplazar la longeva produccion de «Aida» de Sonja Frisell, tan imponente como añeja. El esfuerzo estuvo a punto de concretarse en la temporada 2019-2020, pero la llegada de la pandemia truncó el estreno de la nueva producción de Michael Mayer, que está abriendo por fin el 2025 en el Met.
Michael Mayer es uno de los directores de escena más importantes en el Met de hoy, con producciones muy celebradas como la reciente Grounded, o La Traviata, Marnie, y Rigoletto, en temporadas anteriores. Su Aida toma el testigo de la de Frisell sin romper con el estilo tradicional del Met. El diseño escenográfico de Christine Jones mantiene los grandes decorados y las escaleras en las que disponer a muchos coristas y extras en el tableau de la Marcha Triunfal en el segundo acto. Emplea proyecciones que ni distraen ni desvían el devenir del drama, pero ayudan a la continuidad de una produción que, a diferencia de la de Frisell, no requiere de pausas para los cambios escénicos.

Mayer emplea el ya muy visto recurso de los arqueólogos deambulando por las ruinas egipcias, cuando no robando los tesoros faraónicos de camino a cualquier museo europeo (o norteamericano). El efecto conseguido no sorprende, pero es al punto efectivo, y suma. Los vestuarios de Susan Hilferty merecen especial mención. Más allá de los clichés faraónicos, optó por un enfoque estilizado, utilizando texturas y colores que evocaban un Egipto idealizado y atemporal, con un énfasis en la realeza y lo místico. El diseño de iluminación de Kevin Adams acentuó con gusto los momentos de tensión e intimidad amorosa.
En la propuesta de Mayer destaca también el inspirado ballet del segundo acto, compuesto enteramente de bailarines masculinos y firmado por el coreógrafo ruso Oleg Glushkov, en su debut en el Met. Glushkov propone una alegoría de la guerra como un estado natural del ser humano, que da sentido, hermana y enfrenta y, finalmente, destruye las vidas de los que la sufren. La propuesta es fresca y excitante, sorprende por contraposición estilística al resto de la producción y resulta un negativo de modernidad ante la adustez general de la escena.

El director artístico de la Metropolitan Opera Yannick Nézet-Séguin se puso de nuevo a los mandos de la orquesta titular en una lectura colorista y vital de la partitura, balanceando la grandiosidad orquestal con la atención a los matices emocionales de los personajes. Como ya nos tiene acostumbrados, Nézet-Séguin se mueve siempre en terrenos de cierta asepsis estilística, sin concesiones a la italianidad verdiana. Lo peor fue su falta de conexión con los solistas, una situación incompresible e inexcusable en un músico de su talento.
La soprano norteamericana Angel Blue fue el centro de atención en su papel de Aida. Su voz, con un timbre rico y amable, sonó algo anodina, casi vulgar, en el primer acto, especialmente en la poco atractiva «Ritorna vincitor!» y en la quejumbrosa «O patria mia». Con todo, Blue incorporó la vulnerabilidad de Aida con su determinación, creando un retrato de la princesa etíope algo velado, aunque fue creciendo en interés según avanzaba la ópera.
El tenor anunciado en el papel de Radamès era el célebre Piotr Beczała, que tuvo que renunciar por enfermedad tras un accidentado estreno en la gala de Año Nuevo. Como recambio, el Met consiguió sustituirlo por el coreano SeokJong Baek, que ofreció una interpretación robusta y apasionada. Su «Celeste Aida» fue dubitativa, con una línea de canto algo accidentada, sonidos abiertos y errática colocación. Sin embargo, y pese a la falta de ensayos, su Radamès fue notable gracias a un instrumento fresco y un canto valiente y natural. Su química con Blue fue palpable, especialmente en el acto final, donde ambos regalaron su mejor canto.

La mezzosoprano rumana Judit Kutasi cantó una Amneris juvenil y energética. En su debe detectamos cierto engolamiento y estridencia en el agudo, junto a un histrionismo innecesario que hizo que por momentos su Amneris resultase sobreactuada. En el juicio del cuarto acto, Kutasi mostró una intensidad dramática que convenció al público.
Quinn Kelsey interpretó el papel de Amonasro, el padre de Aida. Pese a su canto heterodoxo y especulativo, el barítono hawaiano volvió a brillar con su musical fraseo y una interpretación dramática muy convincente que hicieron justicia al lucido papel del rey etíope. Su dúo con Blue en el tercer acto fue un punto de inflexión. Con su seguridad en escena, consiguió mejorar el nivel general del elenco, que pareció encajar mejor en la orquesta desde entonces, y cantar de manera más lírica y asentada, pese a los caprichos del director de orquesta.

Morris Robinson cantó un Ramfis metálico, cavernoso y con cuerpo abajo, mientras que Harold Wilson cumplió como el Rey, proyectando la autoridad que requiere su página. Yongzhao Yu como el Mensajero y Amanda Batista como la Sacerdotisa fungieron eficazmente en sus roles, con apariciones atentas y de calidad. Por su parte, el coro del Met estuvo a la altura de la obra, con una interpretación robusta y matizada que destacó en momentos clave como «Gloria all’Egitto» y las escenas de los sacerdotes.
La Metropolitan Opera de Nueva York celebra la llegada de 2025 con esta nueva Aida de Michael Mayer, que por el momento esta siendo muy bien acogida por el público. Esperamos que envejezca tan bien como su predecesora.
★★★★☆
Metropolitan Opera de Nueva York, a 7 de enero de 2025. Aida, ópera en cuatro actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Antonio Ghislanzoni.
Dirección Musical: Yannick Nézet-Séguin. Dirección de escena: Michael Mayer. Escenografía: Christine Jones. Vestuario: Susan Hilfery. Iluminación: Kevin Adams. Proyecciones: 59. Coreografía: Oleg Glushkov.
Reparto: Morris Robinson, SeokJong Baek, Judit Kutasi, Angel Blue, Harold Wilson, Yongzhao Yu, Amanda Batista, Quinn Kelsey.