Crítica: «La pasajera» Weinberg Real Por Federico Figueroa
Exitoso estreno en España de una obra maestra
Una verdadera obra de arte encierra el poder único de evocar emociones, generar empatía y promover la reflexión. Tal es el caso de La pasajera del camarote 45, un audiodrama escrito por Zofia Posmysz en 1959 para dar testimonio de las atrocidades del Nazismo. La escritora polaca nos sumerge en una atmósfera íntima y cercana, que huye al mismo tiempo del sentimentalismo hueco y de simplificaciones maniqueístas, para darnos a conocer la historia de una superviviente de Auschwitz (Posmysz también lo era) y de su exguardiana del campo de exterminio. Es una aproximación valiente, incluso incómoda, a la barbarie, ya que en ella las personas no se pueden esconder detrás de una ideología, un nacionalismo o una religión –Zofia, por ejemplo, era católica–. En el escenario están solo los protagonistas, sus actos, sus anhelos, y el ojo que todo lo ve: los espectadores. La inspiración le sobrevino mientras atravesaba la Plaza de la Concordia de París al lado de un grupo de turistas alemanas que hablaban muy alto. Inmediatamente, la voz de una de ellas le pareció ser la de una agente de las SS que trabajaba en Auschwitz. A partir de ese momento, la empezó a atormentar la idea de cruzarse por la calle con uno de sus antiguos verdugos, o peor aún, la posibilidad de tener un encontronazo con alguien así en un lugar del que no fuera posible evadirse, como un trasatlántico en mitad del océano. Es ahí donde arranca la acción de su teatro radiofónico. Crítica: «La pasajera» Weinberg Real
La emisión de La pasajera del camarote 45 en la radio polaca gozó de gran éxito, de modo que la propia autora decidió convertirlo en una novela, La pasajera, publicada en 1962. Un año más tarde, el realizador polaco Andrzej Munk emprendió la adaptación de la obra a la gran pantalla, pero falleció durante el rodaje y la película tuvo que ser completada por Witold Lesiewicz. A finales de la década de los sesenta fue musicalizada en forma de ópera por Mieczysław Weinberg (1919-1996), a instancias de su gran amigo Dmitri Shostakóvich, quien había intuido el potencial dramático de la trama planteada por Posmysz. Para ello Weinberg contó como libretista con Alexander Medvedev y se puede afirmar que ambos captaron a la perfección el espíritu libre de la obra de Zofia Posmysz, una obra maestra sobre la terrible y fría verdad de un campo de exterminio nazi y la forma “ordinaria” de convertirse en verdugo. La partitura es rica y variada en formas musicales y ritmos, tonal y al mismo tiempo atonal, lírica y oscura… como la vida misma. En la escena octava del segundo acto, Tadeusz, el novio violinista de la protagonista, es llevado ante los mandos nazis para que interprete el vals favorito del comandante. Para sorpresa de todos lo que termina tocando una famosa chacona de Bach, a sabiendas de que con ello firmaría su sentencia de muerte. Al solo de violín se irán sumado progresivamente los instrumentos de la orquesta, una venganza musical que les estalla en la cara a los oficiales. Bach era alemán, el comandante es alemán, Bach y el comandante no son lo mismo. Este momento es sin duda uno de los homenajes musicales más conmovedores de la historia, y Mieczysław Weinberg, judío que tuvo que huir a Rusia para salvarse, su artífice.
El texto, por su parte, encierra la contundencia de los hechos sin recurrir a la violencia gráfica más que puntualmente, prevaleciendo en él la introspección, el lirismo y la ironía. Todo en él está construido como un juego de espejos que muestran una realidad poliédrica de tres universos yuxtapuestos: los de la aparentemente banal travesía trasatlántica, los grotescos acontecimientos del campo de concentración y un coro de hombres que encarnan a los espectadores y comentan la acción como en una tragedia griega. Las cenas y bailes de gala propios de un barco de recreo tienen su correspondencia en las celebraciones organizadas por los mandos nazis. La diversidad de pasajeros del buque entronca con la diversidad de prisioneros en Auschwitz (diferentes orígenes, lenguas, religiones y condición social), lo cual da como resultado diálogos políglotas, en los que además de alemán, polaco, inglés o francés suena español. Lisa –la exguardiana– y su marido, Walter, un diplomático que va a tomar posesión de un nuevo cargo en Brasil, conforman una pareja al igual que Marta y Tadeusz, ambos con sus anhelos y preocupaciones cotidianos, en función, claro está, de sus dispares circunstancias. Mientras Lisa sufre ante la posibilidad de que su pasado en las SS pueda dar al traste con las aspiraciones profesionales de su marido y teme que este la abandone por ello, Marta deberá asumir la pérdida de su Tadeusz a manos de los criminales. La falta de carisma y liderazgo de Lisa, a la que es su militancia en las SS la que le otorga poder sobre los demás, contrasta con la autoridad natural de Marta, la cual es querida y valorada por sus compañeras, quienes ven en ella un referente, y añado, un referente de integridad moral. La genialidad de esta ópera llega a tal punto que en ella caben hasta momentos para la sonrisa, porque ahí fuera, lágrimas y sonrisa se mezclan.
El trabajo de David Pountney, director de escena de esta coproducción entre el Teatro Real, el Festival de Bregenz, el Teatr Wielki de Varsovia y la English National Opera, hace justicia al encargo que le hicieron y contribuirá sin duda a la difusión de este título en el circuito operístico –ya ha visitado más de una docena de teatros y es más que previsible que, a pesar del medio siglo de retraso, La pasajera de Weinberg se quede para siempre en el repertorio. La extraordinaria escenografía (Johan Engels), que busca el realismo imposible, crea dos espacios diferentes. En el plano superior, encontramos los elementos distintivos de un paquebote. En el plano inferior, el del subconsciente, los raíles que llevaban a Auschwitz y los inmundos barracones de los prisioneros. Un tercer elemento móvil, una especie de tribuna donde se sitúa el coro-espectador (ver primera imagen) completa el montaje. Todo bañado por una fenomenal iluminación en tonos crudos y tierra (Fabrice Kebour) que subraya el patetismo onírico de la narración, en la que también destaca el vestuario igualmente sugerente de Marie-Jeanne Lecca. Crítica: «La pasajera» Weinberg RealC
La directora lituana Mirga Gražinytè-Tyla mostró energía y expresividad al frente de la Sinfónica de Madrid, la orquesta titular del Teatro Real, concertando detalladamente una obra compleja tanto para los músicos como los solistas. El elenco, largo y variado, fue liderado por la soprano Amanda Majeski, (Lisa, la carcelera) y la mezzosoprano Daveda Karanas (Marta, la prisionera), ambas estupendas cantantes y actrices de sus respectivos roles. Estuvieron bien acompañadas por el tenor Nikolai Schukoff, potente, de sonoridad viril y homogénea, como Walter (esposo de Lisa) y el barítono Gyula Orendt, cantante de bello timbre y bien proyectada voz que interpretó a Tadeusz, el novio violinista de Marta. El resto del elenco estuvo a la altura en todo momento, destacando la oscura y robusta voz de la mezzosoprano Liuba Sokolova como Bronka, la mujer que reza, y los tres oficiales de las SS (Hrólfur Sæmundsson, Marcell Bakonyi y Albert Casals), muy musicales y precisos en sus intervenciones. El Coro del Teatro Real (el de la compañía Intermezzo), que prepara José Luis Basso, mostró calidad una vez más. La mancuerna música y escena (Gražinytè-Tyla – Pountney) funcionó perfectamente.
Las ocho funciones de La pasajera que hay programadas hasta el día 24 de marzo, y que les recomiendo encarecidamente, están dedicadas a la memoria de Gérard Mortier, exdirector artístico del Teatro Real, en el décimo aniversario de su muerte. Amante del repertorio contemporáneo como era, fue él quien dio el impulso inicial para que esta obra maestra contra la barbarie nazi recalara en Madrid. Solo me faltó una cosa: un pequeño recuerdo a las víctimas inocentes de la guerra entre Israel y Palestina, un poco de la inteligencia que demostraron Zofia Posmysz, Mieczysław Weinberg y Alexander Medvedev para realizar un pequeño alegato a favor de la paz en esa región del mundo, una voz que se alzara brevemente y pidiera que acaben de una vez por todas los genocidios. Crítica: «La pasajera» Weinberg Real
Madrid (Teatro Real), 1 de marzo de 2024. La pasajera (Die Passagierin) Ópera en dos actos y un epílogo. Música: Mieczysław Weinberg Libreto: Alexander Medvedev, basado en la novela homónima (1962) de Zofia Posmysz.
Dirección musical: Mirga Gražinytè-Tyla Dirección de escena: David Pountney
Solistas: Amanda Majeski, Daveda Karanas, Nikolai Schukoff, Guyla Orendt, Liuba Sokolova, Graeme Danby, Géraldine Dulex, Anna Gorbachyova, Lidia Vinyes, Marta Fontanals, Nadezhda Karyazina, Olivia Doray, Helen Field, Hrólfur Sæmundsson, Marcell Bakonyi y Albert Casals OW Crítica: «La pasajera» Weinberg Real