Crítica: «La traviata», en la propuesta escénica de Decker, llega al Teatro Real

Por María Pardo Crítica: «La traviata» Decker Teatro Real

La emblemática ópera de Verdi regresó al Teatro Real en la puesta en escena firmada por Willy Decker y la batuta de Henrik Nánási. Se trata de una producción muy conocida, que se estrenó en el verano de 2005 en Salzburgo y pudo verse en varias ocasiones en Ámsterdam y Nueva York. En el 2013 subió al escenario del valenciano Palau de Les Arts y estaba programada como cierre de temporada en el Teatro Real, en el mes de junio de 2020. La pandemia desbarató aquellos planes y es ahora, cinco años más tarde, que la muy famosa propuesta de Willy Decker llega al coliseo madrileño. En el trance de la pandemia, el Real ofreció La traviata en una propuesta escénica adaptada a los condicionamientos sanitarios y aquello fue un gran éxito. Crítica: «La traviata» Decker Teatro Real

Veinte años son muchos y el mundo es otro. La puesta en escena de Decker, minimalista y simbólica –cuyos elementos centrales incluyen un gran reloj, un sofá rojo, varias telas floridas, otros tantos sofás blancos y una figura alegórica de la muerte– funciona a medias en algunos momentos, siendo lo más interesante el contraste del espacio casi aséptico con la riqueza emocional de la partitura.

Una escena de «La traviata» con Nadine Sierra en el centro de la imagen / Foto: Javier del Real

Los componentes del coro, tanto hombres como mujeres, así como Flora y el resto de personajes, aparecen vestidos con trajes masculinos de color negro. En el concepto de Decker, esto deja a Violetta –vestida de rojo en el primer acto y la segunda parte del segundo acto y de blanco en la primera parte del segundo acto y el tercero– como punto focal de la atención del público. Tiene grandes ideas que impactan, como la personificación omnisciente del destino fatal que aguarda a Violetta representada en la figura del Doctor Grenvil, que no cantará hasta el tercer acto, pero que aparece de forma estratégica en numerosos momentos delicados además de permanecer en muchas ocasiones junto al enorme reloj que le recuerda a la protagonista que su tiempo se acaba, aunque quiera ignorarlo. Uno de esos momentos impactantes es el uso de esta figura de la muerte para provocar la salida del escenario a todo el coro que ha quedado en escena al final del segundo acto durante la introducción musical del tercer acto. Pero también presenta alguna lectura anacrónica con la presencia de Violetta en la escena y aria del comienzo del segundo acto en la que aparece junto a Alfredo. Esta idea pierde toda la coherencia cuando aparece Annina y habla con Alfredo de la situación económica de Violetta como si ella no estuviera delante. El segundo acto pierde fuerza dramática en el segundo acto en la dialéctica entre Violetta y Germont o éste y su hijo Alfredo, pareciera que están cantando en distintas producciones simultáneamente, también queda emocionalmente huero el tercer acto creando la distancia física en el dúo “Parigi, o cara” con Alfredo. ¿A quién le canta él? ¿A quién responde ella? Finalmente, los focos de comunicación entre ellos parecen estar dispersos y el impacto del momento final pierde su fuerza dramática. Crítica: «La traviata» Decker Teatro Real

Xabier Anduaga y Nadine Sierra en una escena de «La traviata» / Foto: Javier del Real

La actuación del Coro Titular del Teatro Real, activa y siempre adaptada a las exigencias de la escena, muestra una actitud vital. Siempre están muy bien coordinados en movimiento y acción, aunque con pequeños desfases con la orquesta debido a que la pared del fondo del decorado devuelve un retorno extraño del sonido de las voces según la dirección de emisión. Esto afectó más directamente a los solistas creando “extraños accidentes acústicos”, en algunos momentos, sobre todo cuando cantaban de espaldas al público. La Orquesta Titular del Teatro Real, dirigida por Henrik Nánási, acometió con ductilidad la lectura que hizo el director húngaro, que se mantuvo siempre atento a las dinámicas de los cantantes y a sus respuestas orgánicas vocales, aunque también afectados, en ocasiones, por ese retorno extraño del decorado en el que pareciera que los cantantes no estuvieran siempre debidamente afinados o a tempo con ellos. En cuanto a la ejecución musical, hubo momentos fuera de estilo, más cercanos al belcantismo que al verismo propiamente dicho.

Una escena de «La traviata» en el Teatro Real / Foto: Javier del Real

La Violetta Valèry de la soprano estadounidense Nadine Sierra, que viene de estar cantando La Sonnambula recientemente, pareció haber sido poseída por Amina en las cadencias de Violetta, arriesgó innecesariamente sus recursos queriendo acometer actos de virtuosismo vocal fuera de estilo. En la rueda de prensa, ya anunció que le da más importancia a la actuación, aunque dé lugar a una emisión vocal más cercana al habla o al llanto que a embellecer la voz, pero, a veces, esos caballos se le desbocaron: llorar más durante más tiempo no es sinónimo de mostrar la verdad del sufrimiento de un personaje. Dicho esto –y para gustos, hay colores–, hizo gala de un bello color de voz, sobre todo en el centro, redondo y lleno de armónicos. Sabe utilizar muy bien la expresión corporal a su favor y su forma física le acompaña.

Más conservador con sus recursos fue el tenor español Xabier Anduaga, en ascendencia en su calidad interpretativa y con un sonido seguro, bien timbrado en todo momento y lleno de matices, embelleció los pentagramas que Verdi escribió para Alfredo ateniéndose inteligentemente a no salirse de lo escrito. El barítono italiano Luca Salsi, en el papel de Giorgio Germont, vocalmente resolvió de forma impecable, aunque en su actitud dramática se distanció del padre severo y fuerte, adoleciendo de un exceso de convencionalismos interpretativos que le alejaban de la escena que estaba compartiendo con sus compañeros de escena. Quizás estuviera impuesto por la responsable de la reposición, no se sabe, pero su compromiso escénico se veía vinculado a un Germont ajeno a esta propuesta.

Por su parte, la Flora de la mezzosoprano Karina Demurova, fue convincente, elegante y muy pulcra en sus intervenciones. Caracterizada como un hombre más que pertenece al círculo más íntimo de Violetta, hizo funcionar perfectamente el concepto plateado por Decker. El bajo italiano Giacomo Prestia, realizó un gran papel, no solo como el Doctor Grenvil, sino actoralmente en todas sus intervenciones escénicas manteniendo todo el peso de la severidad de la muerte y aportando soporte dramático a las vicisitudes de Violetta. Ya es habitual ver en el Real a la mezzosoprano española Gemma Coma-Alabert que nos tiene acostumbrados a sus intervenciones eficientes y siempre a la altura de los niveles más exigentes. Su Annina cumplió perfectamente. Otros españoles también habituales en el Real son el tenor Albert Casals como Gastone, el barítono Tomeu Bibiloni como el Barón Douphol, el bajo barítono David Lagares como Marqués de Obigny, que cumplieron eficazmente con sus roles, así como la nueva incorporación –y esperemos que por muchas más producciones– del tenor Joan Laínez como Giuseppe. 

Podemos decir que, igualmente, esta producción no deja a nadie indiferente y que está llena de lecturas abstractas e interesantes que hacen de la asistencia a esta obra que nos ocupa un evento digno de recordar. No faltaron lágrimas por parte de muchos asistentes a la caída del telón, aunque a otros más conocedores de esta obra nos dejara sin haber echado mano de los consabidos pañuelos papel preparados previamente para la ocasión. Crítica: «La traviata» Decker Teatro Real


Madrid (Teatro Real), 24 de junio de 2025.                La traviata               Música: Giuseppe Verdi. Libreto: Francesco Piave.                  OW

Dirección de escena: Willy Decker           Dirección musical: Henrik Nánási

Escenografía: Wolfgang Gussman.  Vestuario: Wolfgang Gussmann y Susana Mendoza.  Iluminación: Hans Toelstede. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección del coro: José Luis Basso.

Elenco: Nadine Sierra, Xabier Anduaga, Luca Salsi, Karina Demurova, Gemma Coma-Alabert, Albert Casals, Tomeu Bibiloni, David Lagares, Giacomo Prestia, Joan Laínez e Ihor Voievodin.