Por Pablo Álvarez Siana Crítica: «Le Figaro» Ópera Oviedo
La septuagésimo séptima temporada de ópera ovetense baja el telón con Le nozze di Figaro, uno de los grandes monumentos del arte occidental como se ha calificado esta ópera de Mozart con libreto de Lorenzo Da Ponte, el mejor maridaje de texto y música para la escena y con la que hemos podido cerrar en la misma temporada la llamada “Trilogía de Beaumarchais”, tras Il barbiere rossiniano de octubre y La mère coupable de Milhaud en una adaptación para jóvenes coproducida por la Fundación Ópera de Oviedo y el Festival de Santander esta misma semana.
Cerrar ciclo con esta obra tan querida en la capital asturiana (se ha representado en siete ocasiones desde 1966) y con un cartel que podemos calificar “de casa”, siempre atrae al aficionado que llenó el teatro, contando con nuestro internacional Emilio Sagi, sinónimo de calidad en la fiel escena sevillana, sumándole el elegante vestuario de Gabriela Salaverri, el foso con Oviedo Filarmonía y su titular Lucas Macías, el Coro Intermezzo, y finalmente un doble reparto vocal, casi todo él bien conocido en Oviedo, demostrando que hay materia prima para una representación equilibrada que apuesta sobre seguro con esta producción belga encajada muy bien en las tablas de un Campoamor siempre complicado por sus dimensiones pero resistiendo incluso montajes como el que pudimos disfrutar en Aida, también comentado aquí, aunque siga reclamando maquinaria de nuestro tiempo. Estamos por tanto ante «La ópera perfecta” que respeta la época pero sigue siendo tan actual por su planteamiento y crítica social desde la sátira, deleitándonos con el equilibrio formal de un Mozart en plena madurez que conjuga el tempo dramático (cuatro actos para una “folle journée”) con el musical desde su inigualable genio compositivo. Crítica: «Le Figaro» Ópera Oviedo

En esta ópera de enredos, infidelidades, líos, amores y desamores, no falta el elemento lúdico que nos hizo disfrutar cada número de los 28 donde Mozart escribe para todos los personajes y para una orquesta que brilló en el foso comandada por Lucas Macías que arriesgaría en los tiempos: los rápidos para “tirar de las voces” (obligándolas a respiraciones muy ágiles) y los lentos para disfrutarlas (más matizadas también), con dinámicas exigentes que desnudan el volumen individual para poder proyectarse a todo el teatro, así como unos recitativos sin apurarse, con un clave (no figura en el programa) siempre en su sitio. Hasta la propia Sevilla la entiende Sagi como un personaje más, y la figuración, a cargo del propio Coro Intermezzo, igual de apremiado en los tempi pero bien afinado y empastado, habla con las manos como si Asturias fuese prolongación natural de Triana, con intervenciones siempre presentes (“Giovani liete, fiori spargete” del acto primero más el tercero con las chicas en “Ricevete, o padroncina”). Incluso el fandango del tercer acto, con Nuria Castejón al frente de un excelente cuerpo de baile de cuatro parejas, mantuvo con las castañuelas bien tocadas, una escena que puedo calificar de elegante por todo, hasta por la cuidada iluminación de Eduardo Bravo capaz de transmitir visualmente la mañana, el mediodía con los soleados ventanales laterales, la boda en el interior del Castillo de Almaviva, y la medianoche con luna llena en un jardín donde escuchamos hasta los grillos.
Once voces con distinto peso argumental y vocal, números individuales (diez arias, dos cavatinas y una arieta) y de conjunto (cinco duettinos, un dúo, dos tríos, un sexteto, tres coros y tres conjuntos finales), todos con sus momentos de gloria, pues la música de Mozart no tiene nada secundario y cada página es maravillosa y por todos conocidas, haciendo difícil quedarse con una sola. Hasta la “dosificación” de los personajes está cuidada buscando una trama ligera que fluye toda ella desde la impresionante y famosa obertura para asentar la orquesta que nos lleva al primer dúo con los futuros contrayentes midiendo la habitación prestada por el Conde antes de alzar el sobretelón.

El Fígaro del onubense Pablo Ruiz fue creciendo a lo largo de la obra, aún centrándose en el primer acto hasta el convincente “Tutto è disposto – Aprite un po’ quegl’occhi» del cuarto, bien de volumen, timbre atractivo y encajando poco a poco el aire con la orquesta, además de mostrar buen empaste tanto con Susanna como en los conjuntos, y escénicamente siempre desenvuelto. La argentina Mercedes Gancedo fue la pareja ideal, una Susanna de presencia continua, plenamente asentada sobre las tablas desde sus dos duetos iniciales junto a Fígaro o el inicio del acto tercero con el Conde (“Crudel! perché finora”), y más dúos con las voces blancas de Marcellina, Cherubino o la Condesa (en la “Canzonetta sull’aria” de color vocal no siempre diferenciado, pero cantado por ambas con mucho gusto), bien solventadas las parejas sin olvidarme de la simpatía mostrada en su aria “Venite inginocchiatevi” del segundo acto.
El noble matrimonio protagonista fueron los Condes de Almaviva encarnados por José Antonio López y María José Moreno. El barítono valenciano de presencia tanto física como vocal impecable nos dejaría el recitativo y aria “Hai già vinta la causa – Vedrò mentr’io sospiro” del tercer acto bien matizada, siempre melódico de fraseo contundente y sin problemas de volumen con el foso. Mientras tanto la soprano granadina interpretó las distintas emociones que atraviesa su personaje: pícara y enamorada en sus arias -las más serias y exquisitas de la ópera- luciéndose en su aparición del segundo acto con la siempre agradecida y bellísima “Porgi amor” y el “Dove sono” del tercero, amén de los finales concertantes donde su voz estuvo siempre presente.
Una de las alegrías de estas bodas ovetenses fue el Cherubino de la mezzo italiana Anna Pennisi, delicada y muy expresiva, cuyas inseguridades amorosas de su papel no lo fueron al cantar sus dos arias (Non so più cosa son del primer acto y la famosa Voi che sapete del tercero). Simpatía escénica, de bello color que siempre ayuda, como en el dúo con Susanna (“Aprite presto aprite”) o el conjunto final.

También triunfó el Doctor Bartolo del bajo colombiano Valeriano Lanchas por su presencia vocal (muy aplaudida “La vendetta”) y actoral. La Marcellina de la mezzo neoyorquina -de origen cubano- Alexandra Urquiola (debutante en Oviedo) aportó tanto color en el dúo con Susanna como en los siempre “complicados conjuntos” finales del segundo y cuarto acto, con mucha musicalidad en su aria final “Il capro e la capretta ” delante del sobretelón, tras el aria de quien nunca falla por pequeño que sea su personaje: la soprano tinerfeña Ruth González y una Barbarina que no dejó indiferente en su cavatina “L’ho perduta”.

El tenor cordobés Pablo García-López como Don Basilio volvió a demostrar lo bien que le van estos personajes cómicos y el color tan mozartiano a forjado a lo largo de años. Resuelto escénicamente y de suficiente presencia vocal tanto en su aria “In quegl’anni in cui val poco” del cuarto acto como en el trío con Susanna y el Conde (“Cosa sento! tosto andate”), aunque algo mermada en el sexteto del tercero o el exigente número final.
Credibilidad por simpatía, talento y volumen el del bajo malagueño Luis López Navarro con un Antonio jardinero que aporta a los conjuntos esos graves para equilibrar siempre la escena. El tartamudo Don Curzio del tenor tinerfeño David Barrera cerró el elenco donde todos tienen su protagonismo y calidades, mayores o menores pero buscando siempre lo mejor desde un arduo trabajo que nunca finaliza con cada función(aún quedan tres más y el segundo reparto de los llamados “Viernes de ópera”).
Estas bodas tan “de casa” han sido, además de elegantes, muy equilibradas, pues si algo marca las diferencias son sus grandes finales: el del Acto II a partir del “Esci ormai” que va sumando voces desde dos a siete (una de las grandezas de Mozart) sin decaer ninguna, más el gran final “Pian, pianin le andrò”, agitado, vivo, con el foso empujando y los personajes que se van tendiendo trampas unos a otros hasta ese esperado y deseado final donde no hace falta comer perdices para ser felices cayendo el telón de mi temporada operística.
Oviedo (Teatro Campoamor), 25 de enero de 2024 Le nozze di Figaro Ópera de W. A. Mozart con libreto de Lorenzo Da Ponte. OW Crítica: «Le Figaro» Ópera Oviedo
Dirección musical: Lucas Macías Dirección de escena: Emilio Sagi
Elenco: José Antonio López (Conde), la soprano María José Moreno (Condesa), Mercedes Gancedo (Susanna), Pablo Ruiz (Figaro), Anna Pennissi (Cherubini), Alexandra Urquiola (Marcellina), Valeriano Lanchas (Bartolo), Pablo García-López (Don Basilio), David Barrera (Don Curzio), Ruth González (Barbarina) y Luis López Navarro (Antonio).