Por Luc Roger Crítica Elisir amore Múnich
En este mes de noviembre, cuando el cielo gris que se ha instalado en Múnich se combina con las tristes noticias del mundo, no hay nada más reconfortante que una excelente velada de opera giocosa. Hace exactamente 15 años que David Bösch presentó su puesta en escena de L’Elisir d’amore, una obra cuya partitura define como melodramma giocoso, pero que es mucho más alegre que melodramática, a pesar de la presencia de ciertos elementos patéticos. Hay veladas en la vida de un amante de la ópera en las que simplemente se quiere soñar, emocionarse, dejarse llevar por las olas líricas de la música. Y esta producción de la Bayerische Staatsoper, bajo la iluminada y vibrante dirección de Michele Spotti, ofrece todo esto. No ha envejecido ni un día, como tampoco lo ha hecho la ópera que Donizetti regaló al público milanés en 1832, basada en un libreto que Felice Romani adaptó del que Eugène Scribe compusiera para la ópera Le Philtre de Auber. El filtro es la poción de amor en Tristán e Isolda, cuyo apasionado amor descubre Adina en un libro que no puede abandonar. David Bösch trabajó en perfecta armonía junto a Patrick Bannwart para la escenografía, Falko Herold para el vestuario y Michael Bauer para la iluminación. Y esta obra nos introduce en el mundo de una tierra de Jauja en la que los villanos son más simpáticos que malvados, y donde la evidencia del amor triunfa finalmente sobre las puerilidades de la coquetería. Crítica Elisir amore Múnich
El equipo de Bösch pone en escena un mundo imaginario que despierta en nosotros las bellas imágenes de los libros de la infancia. En el primer acto aparecen deliciosos colores pastel en los trajes de los campesinos, cielos de los que cuelgan corazones, un paisaje de ensueño ante el que se expresa la frescura de un amor más coqueto que travieso. David Bösch transforma a los soldados de Belcore en paracaidistas de músculos sobredimensionados, rambos improvisados que se mueven como marionetas articuladas, mientras hace aparecer al Doctor Dulcamara, charlatán de primer orden, en la esfera metálica de un inmenso vehículo con ruedas que es un híbrido entre un Nautilus a lo Jules Verne y una cosechadora. En este decorado que invita al asombro, Bösch pide a los cantantes que desplieguen sus dotes actorales y den a sus gestos todo el énfasis italiano de la Commedia dell’arte. La apuesta resulta ganadora.
El papel de Nemorino recayó esta vez en el tenor armenio Liparit Avetisyan, que cautivó inmediatamente al público con su timbre fluido, claro y luminoso. Al principio del primer acto, nos encandiló con “Quant’è bella”. Al final del segundo acto, ablandaría incluso a las almas más reticentes con su interpretación de “Una furtiva lacrima”. Su prestación actoral retrata a un amante tierno y deliciosamente frágil, impregnado de una conmovedora ingenuidad. Su compatriota Mané Galoyan, ya apreciada como Suor Angelica la temporada pasada, ensartó las perlas de su cristalina voz de soprano en el papel de Adina, que ya ha había interpretado en Zúrich y París. La finura y la precisa claridad de sus agudos resutaron encantadoras. El barítono Andrzej Filończyk, que ya había interpretado a Belcore en las Chorégies d’Orange, convenció por su potencia y su físico, que tan bien se acopla a este personaje, logrando transmitirnos su metamórfico machismo. El barítono Ambrogio Maestri aportó su formidable corpulencia al bonachón charlatán de Dulcamara, un papel que se suele dar a un bajo. Sin embargo, la voz de este intérprete, tan querido por su Falstaff, tiene la suficiente profundidad, agilidad (especialmente en el sillabato) y potencia para causar una buena impresión. Interpretó a Dulcamara con una impresionante presencia escénica, llegando incluso a desnudar su amplio pecho al final de la representación. Por último, Eirin Rognerud, miembro de la compañía de ópera, sustituyó a Seeonwoo Lee con poca antelación en el papel de Giannetta, dando cuenta de una extraordinaria presencia escénica como la joven campesina angustiada por su atracción hacia Nemorino. Giannetta es el deseo y el hada madrina de la acción.
L’Elisir d’amore fue una de las primeras obras que el director Michele Spotti — que preside los destinos musicales de la Ópera de Marsella desde la temporada pasada — dirigió en el Teatro Rosetum de Milán en 2013. Desde entonces, se ha consolidado como uno de los mejores intérpretes del repertorio belcantista italiano. Con la orquesta y el coro de la Bayerische Staatsoper, capta a la perfección la brillante orquestación, la refrescante poesía y el chispeante humor de la música del maestro de Bérgamo.
A la magia de la música de Donizetti, tan bien interpretada en el foso y en el escenario de la Ópera de Múnich, correspondieron los aplausos crepitantes y los bravos fervorosos de un público ebrio de alegría. El mundo triste y brumoso que habíamos colgado en el guardarropa junto a nuestros abrigos tenía otro color y otro brillo cuando los recuperamos a la salida. Crítica Elisir amore Múnich
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Bayerische Staatsoper, 7 de noviembre de 2024 : L’elisir d’amore, melodrama en dos actos de Gaetano Donizetti (música) y Felice Romani (libreto, a partir de Eugène Scribe). Dirección musical : Michele Spotti. Director de escena : David Bösch. Escenografía : Patrick Bannwart. Vestuario : Falko Herold. Iluminación : Michael Bauer. Dramaturgia : Rainer Karlitschek. Crítica Elisir amore Múnich
Reparto : Mané Galoyan (Adina), Liparit Avetisyan (Nemorino), Andrzej Filończyk (Belcore), Ambrogio Maestri (Dulcamara), Eirin Rognerud (Giannetta).
Orquesta y Coro del Estado de Baviera. Maestro del coro : Franz Obermair.
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