Por Carlos J. López Rayward
Mientras la soprano noruega Lise Davidsen prepara su Leonora en la «Forza del Destino» de Verdi, que se estrena en el Met a finales del mes de febrero, hemos podido asistir a su debut en el Carnegie Hall, junto a la Met Orchestra y su director Yannick Nézet-Séguin.
El programa se abrió con la lujosa «Fuga (Ricercata) a seis voces» para orquesta de la colección de Bach, «Musical Offering» BWV 1079, con la orquestación del compositor austríaco Anton Webern. La obra, pese a su riqueza orquestal, no tuvo el peso que merece, pues eran muchos los que la escucharon como un aperitivo a la aparición de Davidsen. Con todo, Nézet-Séguin demostró su dominio del conjunto, que se pudo lucir a placer en un repertorio poco frecuente para la Met Orchestra.
Lise Davidsen elige las «Wesendonck Lieder» de Richard Wagner para su debut en el Carnegie Hall.
Si bien Richard Wagner es conocido principalmente por la monumentalidad de su producción operística, las «Wesendonck Lieder» nos recuerdan su talento como compositor de canciones, así como su dominio de la melodía y la orquestación en un contexto más intimista.
Wagner encontró inspiración en los poemas de Mathilde Wesendonck, esposa de su benefactor, con quien pudo haber mantenido un romance. El resultado es un viaje introspectivo a través de un paisaje sonoro de enrome belleza, donde las emociones más profundas se expresan con una intensidad avasalladora. Las cinco piezas vocales siguen siendo hoy una puerta al corazón del compositor y los misterios de su estilo.
Cada canción tiene su propio encanto particular. «Der Engel» nos transporta a un mundo celestial con sus etéreas frases en el arpa, mientras que «Stehe still!» emana una sensualidad irresistible. En la primera, Lise Davidsen estuvo atenta y cuidadosa, como asegurando su posición en el escenario, con un fraseo tan aéreo como terrestre. En «Stehe still!» sonó solemne, con una línea más pesada, pegada al estilo, que fue subrayada con mucho tino por Nézet-Séguin.
En «Im Treibhaus», que recrea la sofocante atmósfera de un invernadero, con armonías que florecen y se marchitan como las flores, Davidsen regaló al público del Carnegie Hall un magnífico legato a media voz, lo que da cuenta del triunfo de la artista sobre el instrumento. La música de Wagner se fundía con los textos, creando una experiencia auditiva propicia a la conexión emocional del público con la soprano.
Las lieder «Schmerzen» y «Träume» culminan el ciclo con un torrente de emociones, desde la angustia hasta la resignación. En «Schmerzen» Lise Davidsen se dejó llevar por la emoción, dejando correr la voz para deleite del público, más emotiva que precisa. Cuando la voz de la noruega levanta el vuelo, es difícil de encauzar, pues arrastra con ella a la orquesta y a la misma obra.
En la inmortal «Träume», Davidsen puso todos sus recursos al servicio de la poesía, y se esforzó en hacer el texto más inteligible. A su fin, un entusiasmado Carnegie Hall prorrumpió en un halagador y sonoro aplauso, que se extendió hasta que la soprano anunció un bis, el aria de Elisabeth, Dich, teure Halle de «Tannhäuser», una página que Davidsen ha convertido ya en su seña de identidad, pero en la que la artista sigue encontrando nuevos acentos. En esta ocasión, nos sorprendió su fantástica facilidad para alargar el fiato y apoderarse de la orquesta.
La Quinta de Mahler según Yannick Nézet-Séguin
Después del descanso, asistimos a la versión de la Met Orchestra de la Quinta sinfonía de Gustav Mahler, sin duda una gran oportunidad para comprobar el estado de forma de la orquesta más allá de la música escénica y programática, en una sinfonía de gran formato.
La primera parte de la sinfonía tuvo un carácter más bien aproximativo, por momentos superficial. El primer movimiento nos sonó poco equilibrado, más americano que vienés, pues Yannick Nézet-Séguin parecía compensar con asertividad su carencia de finura.
El segundo movimiento fue más interesante. Aunque algo falto de quietud, estuvó muy bien trabado por la Met Orchestra, con un Yannick Nézet-Séguin detallista y propositivo. El Scherzo estuvo dominado por la vitalista personalidad del director canadiense, muy alejada de la tradición estilística de Mahler. En sus mannos, la Met Orchestra tocó con una postura posmoderna y descreída, pero sin dejar nada al azar, priorizando el lucimiento sobre la cohesión sonora. Hubo orden, por tanto, pero no discurso. Se soslayó el fondo, sacrificado en el culto a la forma, con un resultado tan llamativo como inocuo, y por momentos desconcertante.
Tuvo que llegar el célebre Adagietto para que la representación tomara algo de vuelo. También de vistosa factura, pero más cohesionado y elocuente que los movimientos anteriores, nos pareció lo mejor que la Quinta, por ser la parte servida con más cariño e interés, en una apuesta que multiplicó su fuerza expresiva.
El quinto movimiento, coronado por un espectacular finale, resumía el tono general de la sinfonía. El director de orquesta marcaba y subrayaba todo, como si cada pasaje fuera crítico, de manera que la línea orquestal resultó una yuxtaposición constante de motivos, sin prelación ni misterio. Y es que durante toda la sinfonía, y pese al espectáculo y el virtusismo ofrecido por la orquesta, cundió la sensación de que lo más importante se quedó por decir.
Carnegie Hall, a 1 de febrero de 2024. Yannick Nézet-Séguin, director de orquesta. Lise Davidsen, soprano.
Obras de Johan Sebastian Bach, Richard Wagner y Gustav Mahler.