Por María Pardo Crítica: «Madama Butterfly» Real Saioa
Madama Butterfly pierde las alas en el Real
La puesta en escena de Madama Butterfly con la que cierra la temporada el Teatro Real, firmada por el director de escena Damiano Michieletto y estrenada en el Teatro Regio de Turín en 2010, no ha logrado llegar al corazón del público madrileño.

Y es que la concepción de la obra que el director veneciano ha querido desplegar pasa por anonimizar la ciudad de Nagasaki situándola “en algún lugar del Oriente, de cuyo nombre no quiere acordarse” en un momento actual y enmarcado en un entorno de prostitución. ¿Por qué una geisha ha de ser considerada una prostituta? Las geishas eran mujeres cultas, entrenadas en la música, la danza y la conversación para el entretenimiento en fiestas, pero en occidente muchos han transformado su significado en prostituta. Ellas comenzaban su formación limpiando y atendiendo a sus mentoras para acabar convirtiéndose en una de ellas. ¿Qué piensa alguien que pone en escena esta ópera que es Cio-Cio San cuando, con quince años, dice que ha estado ejerciendo de geisha? ¿Por qué esta perversión de convertirla en prostituta?
Si fuera prostituta, ¿por qué necesitaría casarse con su cliente? Cuando dice que reconoce el hecho de serlo y que no se avergüenza ni lo esconde es porque ha pasado el tiempo limpiando y sirviendo y también aprendiendo el arte de ver el mundo de otra manera: “somos gentes acostumbradas a las pequeñas cosas, humildes y silenciosas, a una ternura sutil pero tan profunda como el cielo, como las olas del mar.” Cuando ella le dice estas palabras a Pinkerton, se está refiriendo a su pueblo, pero también se refiere a su entorno y a su pequeño universo, por eso le pide “ámame bien, como corresponde a un niño, como a mí me conviene”… ¿Cómo le puede estar pidiendo estas cosas desde el techo de la casa cuando tiene a Pinkerton debajo bebiendo una cerveza? ¿Cómo Butterfly le está confesando que se ha cambiado de religión para rezar junto a él de rodillas frente al mismo altar y de repente es Sharpless a quien se lo cuenta? Y puedo seguir con más inconsistencias… ¿Por qué los familiares están distribuidos por las escaleras y cuando Butterfly busca confirmación de lo que cuenta a Sharpless y Pinkerton, el coro responde ajeno al lugar y a la conversación: “verità”?
Quizás Michieletto no entiende bien el idioma del libretto o, lo que es peor, el idioma de las circunstancias y los sentimientos, y pone en escena una historia ajena a la arquitectura femenina. El resultado es que se queda a años luz de conmover al público, hacia lo que Puccini buscó y produce el rechazo a una vista desagradable alejándolo de lo que conoce y a aquello con lo que se identifica. Crítica: «Madama Butterfly» Real Saioa

También tuvo sus momentos brillantes, como la acción de pintar las flores en los cristales de la casa mientras cantaban Suzuki y Butterfly en el famoso dúo de las flores, o en dejar un charquito de agua en el suelo para que se limpiaran las manos después. Estuvo acertado en el momento de la bocca chiusa del coro con los entes que llenaban la casa de barquitos de papel encendidos y fue interesante la introducción al tercer acto mostrando una acción de bullying por parte de los niños del barrio contra Dolore, el pobre hijo de Butterfly, solo por tener un aspecto diferente. Fue muy decepcionante que Cio-Cio San no se suicidara con la katana de su padre, que con tanto celo guardaba y tanto significaba para ella y que al final se pegara un tiro en la cabeza, pero si fue impactante, al menos, la aparición de Pinkerton arrancando a su hijo del cuerpo sin vida de su madre, metiéndolo contra su voluntad en el coche con Kate, haciendo así más patente la lectura que él ha querido mostrarnos de este americano.
A esto le ha ayudado una escenografía en modo de carteles y neones que se nos colaban en la historia y que ocultaban el cielo o el mar al que tanta referencia hace el libreto de Giacosa e Illica. Éstos se apagaban cuando se suponía que era de noche (que es cuando están encendidos) y viceversa: otro sinsentido más. Además, otra serie de videos proyectados que también distraían al público de la acción y que tampoco tenía mucho que ver como las imágenes de la geisha maquillándose mientras nuestra protagonista le explica al cónsul americano que se niega a salir a las calles a bailar y cantar para mendigar por el pan y la ropa de su hijo.

El vestuario tampoco ha sido muy favorecedor para ninguno de los protagonistas y en especial para la soprano madrileña Saioa Hernández. Carla Teti la presenta primero con un traje que bien pudiera emplear para Aída, el vestido blanco tiene un pase, pero la camiseta de la conocida marca “Hello, Kitty” y los pantalones con mariposas de lentejuelas brillantes no mantienen coherencia con quién es Cio-Cio San y la situación que vive, además de no favorecerle en absoluto, dificulta la capacidad de la protagonista de conectar la imagen con su angustia.
Por suerte, Nicola Luisotti nos ha ofrecido una de sus más brillantes interpretaciones. Comenzó algo precipitado en tempo y, en consecuencia, algo desajustado con las respiraciones entre frases de los cantantes. Sin embargo, fue a más intensidad según pasaba el tiempo. Por primera vez, no ha arrasado con la orquesta la voz de los intérpretes, que siempre pudieron entenderse, tanto que no pasaron desapercibidas algunas respiraciones mal robadas o palabras mal pronunciadas por parte de éstos. Sin lugar a dudas, Luisotti fue el gran triunfador de la noche. Los cambios de tiempos aportaron intensidad y hasta matizó algunos momentos más delicados ajustando la intensidad de la orquesta.
El Coro Titular del Teatro Real estuvo fantástico en el primer acto y se llevaron un merecido aplauso en su intervención de la bocca chiusa al final del segundo acto, aunque no fue muy logrado el interno en términos de que las voces más agudas no se oyeron o no pasaron a la sala ni aún cuando Luisotti cuidó en extremo el volumen de la orquesta.

Vaya por delante el hecho de que es indudable el derecho de la soprano Saioa Hernández a estar en un primer cast del Teatro Real, demasiado ha tardado. Ha tenido que triunfar primero en el extranjero para ser tomada en consideración en su propio país. El público la quiere y eso se ha notado por el entusiasmo y vítores con el que ha sido acogida en los saludos finales. Dicho esto, la Butterfly de la madrileña brilló en los momentos que su personaje necesitaba presencia y expansión vocal, pero su voz, asentada en el color dramático y plena en el centro con graves generosos, la despojó de los registros más sutiles que hubiera hecho más creíble la adolescencia ingenua del rol. Distaba de ser una quinceañera creíble con esa imagen tan regia y más aún enmarcada en esa escenografía con las lolitas orientales merodeando por allí. Sus legatos fueron encomiables y, desde luego, se consagró en el aria final desde “Con onor muore” y “Tu, tu, tu,… piccolo Iddio”. Su partenaire, el tenor estadounidense Matthew Polenzani, mostró arrojo y no titubeó para convertirse en uno de los personajes operísticos más desagradables de la historia, aún más pronunciado en esta producción si cabe, con tintes psicopáticos y narcisistas. La voz, siempre brillante y segura en los agudos, resultaba algo sobrecargada de vibrato.
Suzuki fue interpretada por la mezzosoprano italiana Silvia Beltrami, una voz bien escogida que contrasta adecuadamente con la de su compañera Saioa Hernández. Correcta y atenta, aunque a veces el vibrato cargaba de peso su voz. Actoralmente dio buena réplica y asistencia a Cio-Cio San. Destacó junto al tenor y el barítono en el terceto del último acto. El barítono estadounidense Lucas Meachen, como el cónsul americano, dio mucho juego en esta ocasión, tanto vocal como dramáticamente. Puso su voz a la frustración de haber permitido una injusticia y tiene su momento de estallar en cólera marcando la actitud pusilánime de Pinkerton. Destacable fue el Goro del tenor vasco Mikeldi Atxalandabaso, con una voz que nada tenía que envidiar a la de Polenzani y un personaje bien construido en todas sus aristas. Crítica: «Madama Butterfly» Real Saioa
El Príncipe Yamadori, que aparece en un Tuk-Tuk, lo interpretó el barítono mallorquín Tomeu Bibiloni, correcto y acorde al grupo. El bajo-barítono argentino Fernando Radó como el tío Bonzo apareció caracterizado como un anciano en silla de ruedas al que sólo le quedaba su propia voz para imprimar algo de autoridad a su aparición. La mezzosoprano hispano-británica Marta Fontanals-Simmons, estuvo correcta vocalmente y el trato de su imagen fue acertado.
Aún quedan tres sopranos más para interpretar el personaje de Cio-Cio-San y muchas funciones mas para constatar si el artista marca la diferencia y si lo que contamos los críticos coincide con la opinión del público. Las funciones de estas Madama Butterfly están dedicadas a la soprano Victoria de los Ángeles con motivo del centenario de su nacimiento y el Teatro Real está ofreciendo una exposición de trajes y objetos personales de la soprano, que fue considerada una extraordinaria intérprete de Cio-Cio-San. Al ver sus kimonos expuestos en el salón de entrada, me pregunto si en estos días, teniendo la voz algo más ligera que las de las cantantes que protagonizan los cuatro elencos, habría sido contratada para cantar este rol.
30 de junio de 2024, Madrid (Teatro Real). Madama Butterfly Ópera en tres actos. Música: Giacomo Puccini. Libreto: Luigi Illica y Giuseppe Giacosa. Crítica: «Madama Butterfly» Real Saioa
Director musical: Nicola Luisotti. Director de escena: Damiano Michieletto
Elenco: Saioa Hernández, Matthew Polenzani, Lucas Meachen, Silvia Beltrami, Mikeldi Atxalandabaso, Tomeu Bibiloni, Fernando Radó, Marta Fontanals-Simmons
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real OW