Crítica: «Marina», una nueva producción del Teatro de la Zarzuela

Por José Antonio Lacárcel Crítica: «Marina» Teatro Zarzuela

UNA MARINA DIFERENTE Y ETERNA

Marina al Teatro de la Zarzuela, en una nueva cita con un público fiel  y dispuesto a demostrar hasta qué punto está viva esta partitura que escribiera Emilio Arrieta y que siempre ha suscitado una serie de comentarios varios, de distintas controversias, de los defensores de un gènero – ¿zarzuela?¿ópera?- y los detractores irredentos que se fijan muchas veces en lo accesorio y se olvidan de lo fundamental: la calidad de una música, el nivel artístico tan importante que alcanza esta creación del compositor navarro que es la que ha perdurado con fuerza a lo largo de los tiempos, siendo la obra más conocida y admirada de su autor.

Una escena de «Marina» / Foto: Javier del Real

 

Porque hay que tener presente un aspecto muy importante: la ya aludida calidad de la música, la capacidad creadora de Arrieta, su seriedad en los planteamientos musicales. Una bellísima línea melódica, un feliz hallazgo de momentos brillantes, tanto en las escenas de conjunto como en las arias y en los dúos. Un tratamiento coral mucho más que digno y una sabia orquestación. En la obra del navarro destaca la riqueza armónica, el buscado y bien encontrado excelente timbre. También muestra su capacidad contrapuntística y es que Arrieta es un compositor de una sólida formación musical, adquirida principalmente en el Conservatorio de Milán, donde fue un alumno distinguido. Arrieta está formado en la técnica compositiva italiana y es un claro ejemplo de capacidad creadora. Cuando vuelve a España se le reconoce su mérito y es protegido por la reina Isabel II que fue discípula suya. El curriculum español de Arrieta es muy importante, tanto en las tareas creadoras como en la enseñanza llegando a ser director del Conservatorio Nacional y creando una escuela de compositores de indudable prestigio entre los que destaca Ruperto Chapí.

En el concreto caso de Marina, Francisco Camprodón escribió el libreto que posteriormente fue completado y adaptado a la nueva versión operística. Porque al igual que mucho más tarde con Las Golondrinas, de Usandizaga, Marina nació zarzuela y al cabo de varios años el propio autor consideró oportuno hacer los cambios que estimó pertinentes para que se convirtiera en una ópera, la primera cantada en español que llegara al Teatro Real. Para completar y actualizar el libreto se contó con la colaboración de Miguel Ramos Carrión que no añadió gran cosa en cuanto a calidad literaria. Este libreto nacido de dos poetas distintos, es un tanto anodino, no presenta ninguna intriga, es bastante plano y resulta un argumento un tanto bobo. No obstante, hay que señalar que algunos de los versos que se cantan en las distintas escenas tienen cierta calidad y que la endeblez argumental no siempre está unida a una versificación pobre.

Sabina Puértolas (Marina) y Rubén Amoretti (Pascual) / Foto: Elena del Real

Tampoco el retrato psicológico de los personajes es demasiado certero. La trama resulta inverosímil, sobre todo la extraña idea de Marina de que el pretendiente Pascual pida su mano a Jorge a quien ella ama. Es forzar al máximo la situación, y queda claro que es lo que va a dar lugar al equívoco en el que se basa toda la trama argumental. No está bien definida la personalidad de Marina, personaje que resulta simplón y muy lineal. Jorge anda sumido en las brumas de un deseo que nunca manifestó y el disgusto ante el hecho de que pierde a la mujer que quiere. Resulta muy poco convincente. Mejor trazado está, a mi juicio, el personaje de Roque, desengañado de los amores y que vive solamente por el mar y para el mar. Sin olvidar su afición a la bebida. En cuanto a Pascual es un personaje apenas definido, antipático, celoso. Poco le falta para ser el malo total.

El libreto no es una maravilla pero en cambio la música consigue arrebatar desde los primeros compases. Esos coros de marineros al comienzo de la obra tienen una fuerza, un sentido, podríamos decir casi que tienen una plástica musical de envergadura. La primera aria romanza de Marina está muy bien estructurada y la barcarola siguiente está llena de gracia y de belleza. La melodía es rica y convincente. En el dúo Pascual-Marina me llama muy positivamente la atención el tratamiento contrapuntístico que consigue de manera aparentemente fácil. Y desde que entra Jorge en escena los números hermosos, las más bellas melodías, van sucediéndose continuamente y me atrevo a decir que van ganando en belleza y calidad. Qué decir del vibrante saludo de «Costas las de Levante»…, o de «Al ver en la inmensa llanura del mar». En el segundo acto el hermosísimo coro inicial y el importante concertante con el que termina el acto, amén de otros momentos muy afortunados musicalmente. Pero pienso, opinión personal, que donde Arrieta echa el resto es en el tercer acto. Donde se producen los momentos más intensos, más hermosos, de una mayor belleza musical, donde está presente la calidad más completa y que hace de Marina una gran obra, a pesar de las reticencias de algunos. Desde el brindis, a los siguientes números donde el alma de los protagonistas se sumerge en las brumas del desaliento y queda prisionera entre los valores del vino. Momentos logradísimos en donde van a destacar las dos intervenciones de Roque, las seguidillas y el tango habanera, uno de los momentos más logrados de toda la obra. Y finalmente el hermoso dúo de reencuentro amoroso de los dos protagonistas y el brillante final-gran lucimiento para la soprano- con el que, prácticamente se cierra la obra.

Sabina Puértolas (Marina) e Ismael Jordi (Jorge) / Foto: Javier del Real

En definitiva, Marina es una gran obra dentro del género lírico español, aunque está alejada de las influencias propias de la música española, lejos del casticismo, lejos del recurso a las músicas populares. Tiene un aspecto más internacional, menos unida al terruño y a sus tradiciones. No obstante Arrieta también ha rendido cierto tributo a lo español a través de las seguidillas y del tango habanera que canta Roque en el tercer acto, así como la aparición de una sardana, prácticamente inédita en las distintas producciones que se han hecho de la ópera de Arrieta y que ha sido felizmente rescatada en la presente ocasión.

En la tarde noche del estreno, Marina consiguió llenar de nuevo el viejo coliseo de la calle Jovellanos. Y el éxito fue total e incuestionable. Desde los primeros compases de la obra, ya pudimos observar que José Miguel Pérez Sierra conducía con buen pulso a la orquesta, sacando el mayor partido tímbrico de la misma. Su presencia en el foso se advirtió también en el respetuoso trato que tuvo con los intérpretes. Sin el menor menoscabo para la riqueza orquestal que pensara Arrieta, supo siempre servir con acierto a las voces. Su labor fue encomiable y los aplausos que cosechó al final de la representación creo que hicieron justicia. De nuevo el Coro titular del teatro rayó a muy buena altura respondiendo con solvencia a las exigencias que el autor plantea. Voces bellas y bien timbradas, bien conjuntadas, bajo la dirección de Antonio Fauró, en su buena línea habitual.

La dirección escénica corrió a cargo de Bárbara Lluch y resultó convincente y grata al espectador, planteando una población y unas gentes marineras muy alejadas de los tópicos habituales, de los viejos lobos de mar, y muy lejana a esos experimentos que muchas veces desvirtúan la narración escénica. La escenografía es diseño de Daniel Bianco, tan importante en todo el devenir del Teatro de la Zarzuela de los últimos años. Me gustó porque era colorista, pero con un criterio un tanto difuminado, buscando el efecto mediterráneo de una costa levantina. Ese criterio se vió acentuado con un vestuario sobrio, de colorido suave, del que fue responsable Clara Peluffo Valentini,con algunos aspectos que pueden resultar un poco chocantes pero que, en general, resultó acertado en ese afán de huir de lo repetitivo, de lo que muchas veces es tópico cuando queremos centrar la atención en la vida y en los pueblos marineros. Creo que resultó poco convincente algún que otro detalle, como por ejemplo la increíble situación de unas damas con sombreros y pamelas en tareas de  limpieza, esgrimiendo escobas. Ni tampoco es de recibo el ver a unos caballeros elegantemente vestidos y tocados con sombreros transportando tablones en el taller. Algún otro aspecto también resultó chocante, como esos pasos casi de autómatas, de algunos figurantes. Otros momentos tuvieron interesante plasticidad que me recordaban alguno de los cuadros de Sorolla.

Una escena de «Marina» / Foto: Elena del Real

Y las voces, empecemos por la soprano Sabina Puértolas. Tuvo una actuación muy destacada. Aparte de su hermosa voz, de su buen gusto cantando, de su capacidad expresiva, de sus agudos musicales y hermosos, muy redondeados. Aparte de sus grandes virtudes canoras tuvo una gracia y una desenvoltura absolutas, dotando de cierto dinamismo, de cierta personalidad a un personaje que tantas veces ha resultado hierático. Tuvo mucha gracia, vuelvo a decirlo, en sus gestos, en sus movimientos, haciendo creible a la Marina concebida por Camprodón. Y en lo vocal rayó a gran altura. Cantó con exquisita afinación, con un buen gusto y con un sentimiento dignos de todo aplauso. Supo conquistar al público desde el primer momento, tanto en la barcarola como en el aria con las que inicia su presencia en escena. Tuvo presente la musicalidad en todo momento y su registro agudo fue bonito, redondeado y – perdonen la redundancia- absolutamente musical. La cerrada y fuerte ovación final fue justo premio a tan gentil Marina.

Es un gran tenor Ismael Jordi. No somos tan presuntuosos de querer descubrirlo ahora. Una voz bien timbrada, bella, en el registro de lírico ligero. Facilidad absoluta en el registro agudo que en él siempre resulta brillante, convincente, nunca forzado ni teniendo que apoyarse en notas inferiores en altura. Tiene eso que me gusta calificar de solvencia. Además también sabe moverse en escena y sus interpretaciones siempre resultan impecables. En esta ocasión asumía el papel de Jorge, el otro gran protagonista de la obra, quizá el personaje mejor definido y trazado en lo musical. Su presencia en escena, desde que saluda con el «Costas las de levante», es casi continua y tiene parlamentos muy importantes y dotados de gran belleza melódica. Como es habitual en él, Ismael Jordi, brilló con luz propia, seguro, expresivo, cantando con ese buen gusto que le es característico. Sus distintos y siempre hermosos parlamentos los solventó con absoluta brillantez. Tanto en los momentos iniciales donde palpita una ilusión, como cuando sufre el desengaño, como cuando se deja arrastrar por la falsa euforia del vino en el brindis, como en los siguientes pasajes llenos de melancolía. Fue la suya una actuación muy meritoria. Aunque-  opinión personal sujeta a ser rebatida- el personaje de Jorge requiere quizá más un tenor spinto con más cuerpo de voz. Pero eso no es ni mucho menos un demérito en el buen quehacer de Jordi.

Rubén Amoretti, Sabina Puértolas, Ismael Jordi y Juan Jesús Rodríguez / Foto: Javier del Real

Como siempre brillante, espectacular, el barítono Juan Jesús Rodríguez. Voz poderosa en el registro medio, seguridad en el grave y una bella manifestación de poderío vocal en el agudo. Su interpretación de Roque fue francamente buena. Cantó con la autoridad con la que nos tiene acostumbrados. Se movió perfectamente en escena, con ese balanceo de los marineros en tierra. En todos sus parlamentos brilló por la belleza de su voz, por su seguridad interpretativa, por su calidad como barítono, pero sobre todo estuvo espectacular en las seguidillas y en el tanto habanera, uno de los momentos más hermosos y nostálgicos de toda la obra. Cerraba el cuarteto de protagonistas el bajo Rubén Amoretti en el papel de Pascual, quizá el personaje más desdibujado del elenco que concibieran Arrieta y los libretistas. Amoretti hizo creíble su papel, cantó con mucho gusto el dúo con Marina y en todo momento tuvo una presencia escénica que habla suficientemente claro de su veteranía y de su calidad.

En definitiva, tuvimos una Marina que, una vez más, nos llevó lo mejor de nuestra música del XIX y que, de nuevo, nos hizo soñar.


9 de octubre de 2024, Madrid (Teatro de la Zarzuela) Marina  Ópera en tres actos con música de Emilio Arrieta y libreto de Francisco Camprodón y Miguel Ramos Carrión.   Nueva producción del Teatro de la Zarzuela.

Dirección musical: José Miguel Pérez Sierra                                                               Dirección de escena: Bárbara Lluc                                                             Dirección del coro: Antonio Fauró  / Coro Titular del Teatro de la Zarzuela    Orquesta de la Comunidad de Madrid

Solistas: Sabina Puértolas, Ismael Jordi, Juan Jesús Rodríguez, Rubén Amoretti, Ángel Rodríguez, Graciela Moncloa, Juan Sousa.        OW