Otra noche de buena música en el Carnegie Hall de Nueva York. La directora de orquesta Nathalie Stutzmann se puso a los mandos de la Philadelphia Orchestra en un atractivo programa, con la «Cuarta» de Robert Schumann y la «Misa de Requiem» de Wolfgang Amadeus Mozart.

El talento de Stutzmann deja huella en Nueva York
Nathalie Stutzmann, reconocida contralto convertida en una destacada directora de orquesta internacional, ha dejado una profunda huella en el mundo de la música clásica. Nacida en Francia en 1965, Stutzmann ha desarrollado una carrera excepcional tanto en el escenario como en el podio, colaborando con algunas de las orquestas y compañías de música más afamadas.
Su conexión con las orquestas y compañías de música de los Estados Unidos se ha ido consolidando con los años. Desde 2012, Stutzmann ha sido la directora principal invitada de la Orquesta Sinfónica de RTÉ en Dublín, Irlanda, y desde 2016, la principal directora invitada de la Orquesta de Cámara de Los Ángeles. Su relación con la Philadelphia Orchesta, que la ha llevado al Carnegie Hall en esta noche, comenzó de manera estable en la temporada 2021-2022, cuando fue nombrada principal directora invitada. Este año también ofrecerá 12 conciertos con la Atlanta Symphony Orchestra, conjunto de la que es directora titular.
Asimismo, su exitoso debut en el Met la temporada 2022-2023, con dos títulos mozartianos ofrecidos en paralelo, «Die Zauberflöte» y «Don Giovanni» fue un testimonio tanto de de su destreza como de su estrecha colaboración con algunas de las instituciones musicales más veneradas de norteamérica.

Además de sus logros como directora de orquesta, Stutzmann sigue siendo una contralto en activo, aunque su éxito como directora ha eclipsado un tanto su figura como cantante. Su profundo conocimiento de la voz y su habilidad para transmitir emociones a través de la música han enriquecido su enfoque como directora, permitiéndole subrayar el canto de los solistas para crear interpretaciones profundamente emotivas.
Nathalie Stutzmann es hoy una de las directoras de orquesta más apreciadas en los Estados Unidos, una fuerza musical que continúa inspirando a audiencias de todo el mundo. Su presencia en el Carnegie Hall esta noche es solo una muestra de su talento y su impacto en el mundo de la música clásica, así como del afecto sincero que ha sabido despertar en el público de Nueva York.
Los aficionados europeos la verán en lo que resta de temporada en obras de Richard Wagner en Turín con «Der fliegende Höllander» y en Bayreuth en «Tannhäuser», así como en la esperada nueva producción de Dmitri Tcherniakov de «Carmen» de Bizet en Bruselas en 2025.
Un Schumann desinhibido y un Mozart elegíaco
El concierto de Stutzmann y la Philadelphia Orchestra comenzó con la resplandeciente Sinfonía No. 4 en Re Menor, Op. 120 de Schumann, en su versión revisada de 1851.
La Philadelphia Orchestra sonó cómoda, fresca y más bien desinhibida, pero a la vez profunda y comprometida con el mensaje orquestal. Más pendiente del conjunto que del detalle, la orquesta nos sonó entera, viva y flexible, respirando con la música. Stutzmann propuso en la Cuarta de Schumann un atractivo juego volumétrico, con lineas orquestales bien definidas pero encajadas con maestría en un conjunto de gran belleza que suena a la vez natural y despreocupado, como un paisaje de montaña.
Stutzmann no quiso renunciar a la espectacularidad de la pieza, tan del gusto del público americano y guió con garbo a los músicos a través de los cuatro movimientos, desde la intensidad apasionada del Allegro hasta la melancolía nostálgica del Langsam, culminando en un final personal, como en un guiño a un entregado Carnegie Hall.

Después de un breve intermedio, la orquesta regresó al escenario para interpretar el célebre «Requiem», K. 626 de Mozart.
Los solistas fueron la soprano Erin Morley, la contralto Sara Mingardo, el tenor Kenneth Tarver y el bajo Harold Wilson, junto al Philadelphia Symphonic Choir dirigido por Joe Miller.
Tras la primera parte del concierto, no pudimos evitar la sorpresa ante en Kyrie, que sonó algo deslabazado, sin la requerida conexión entre orquesta y coro. Stutzmann pareció querer enmendar el tropiezo con el dramático Dies Irae, que resultó mucho más efectivo y convincente.
A partir de ese momento el nivel no descendió y los espectadores pudieron disfrutar de una escucha más sosegada. Harold Wilson, algo justo arriba pero con una expresiva línea de bajo cantante sobresalió en Tuba mirum. Su canto, algo austero, resultó empero comunicativo y no falto de emoción. El tenor Kenneth Tarver tuvo una actuación más discreta, con agudos algo huecos y fulcro dubitativo, si bien no perdió el paso en ningún momento.
El Philadelphia Symphonic Choir estuvo muy bien en Rex tremendae, aunque se le vieron las costuras en Confutatis. Con una Nathalie Stutzmann mantiendo el equilibrio orquestal y el interés del público con tempi ágiles, disfrutamos del oscuro timbre de la contralto Sara Mingardo, con intervenciones contenidas pero de enorme calidad musical. También hay que celebrar el acierto de la soprano Erin Morley, de sonido límpido y línea respetuosa y en estilo, que voló grácil sobre todos los demas.

Así, pudimos paladear la serenidad del Lacrimosa, interpretada muy ligada, con la orquesta sacando un sonido brillante y Stutzmann engolfada en la página. Quizá pecando de efectista, pero siempre cuidando la línea orquestal, Stutzmann subralló silencios y cargó las tintas en Agnus Dei y Communio, que cerraron un «Requiem» convincente y elegíaco.
El Carnegie Hall fue testigo del calor con el que la afición de Nueva York sigue acogiendo a esta orquesta y su directora, que cuenta por éxitos sus apariciones en la gran manzana.
Carnegie Hall, a 30 de abril de 2024. Nathalie Stutzmann, directora de orquesta. The Philadelphia Orchestra. Philadelphia Symphonic Choir. Joe Miller, director.
Solistas: Erin Morley, Sara Mingardo, Kenneth Tarver, Harold Wilson.
Obras de Robert Shumann y Wolfgang Amadeus Mozart.