Por Gonzalo Roldán Crítica: «Nabucco» Teatro Maestranza Sevilla
Una escenografía deficiente desluce el Nabucco que ha cerrado la temporada operística en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

El Teatro de la Maestranza de Sevilla cierra su temporada operística con varios ases en la mano: tras una estupenda Tristán e Isolda, una desgarradora Norma y una adecuada Alcina, habría estado bien que la meca andaluza del lirismo culminase la temporada con un póker ganador. Sin embargo, la desigual acogida que tuvo este fin de semana su última producción, Nabucco de Giuseppe Verdi, no lo ha hecho posible. Las razones han sido más escenográficas que musicales, pues un equilibrado elenco vocal logró salvar la producción, que en lo visual hizo aguas.
No sería justo no reconocer la bondad que subyace en el planteamiento escénico de Christiane Jatahy, quien ha querido traer a nuestro tiempo el drama bíblico, estableciendo un paralelismo con el drama de los refugiados en aquellos territorios asolados por las guerras hoy en día. Sin embargo, pese a que hubo elementos de gran belleza y cargados de significado – como los primeros planos grabados de algunos figurantes, o las infografías que en ocasiones servían de transición – el planteamiento a partir de un poco eficiente juego de espejos y de un perturbador uso de cámaras en escena, que distraían y molestaban en lugar de enfocar con habilidad la acción dramática, consiguieron justo lo contrario.

En primer lugar, basar toda la escenografía de este drama histórico en un par de espejos basculantes, que a menudo creaban visajes y reflejaban tramoyas y elementos técnicos no deseados, no resultó agradable a la vista. Como efecto visual habría estado bien en momentos puntuales, pues proporcionaba una perspectiva cenital que habría ayudado a crear la ilusión de espectador objetivo, a modo de un corresponsal de guerra, a la vez que permitió en un primer momento ver desplegado el grandioso y lujoso manto de poder al inicio del drama. Sin embargo, pasado el efecto inicial, el juego de espejos terminó por convertirse en una presencia molesta en escena que mermó la atención sobre lo que verdaderamente importaba: la trama argumental y la música de Verdi.
Además, el uso de las cámaras en escena resultó torpe y molesto; una vez explotado el efecto dramático de los primeros planos, el abuso de los mismo ante los cantantes, con un claro retardo de imagen de casi un segundo, desvirtuaba la interpretación vocal y creaba un shock escénico francamente desagradable. Si fue intencionado, no fue una feliz idea; si se trató, por el contrario, de un problema técnico de realización, sería muy de agradecer que se revisara en profundidad antes de volver a reponer esta producción. Y es que la tecnología y la lírica no tienen por qué estar necesariamente reñidas: ya en 2012 Mario Gas utilizó las cámaras para rodar “a tiempo real” lo que los cantantes estaban interpretando en escena, en una estremecedora Mme. Butterfly que todavía perdura en la memoria colectiva como una genial fusión entre lo estético y lo técnico.
Otros elementos, como el agua en el suelo, sufrieron el mismo destino: si bien en una primera aparición resultó eficaz para escenificar las dificultades del entorno y la brecha sociocultural entre ambos pueblos, llegó a convertirse en un recurso pueril en el que solo faltaron las botas de agua. El vestuario de An D’Huis fue muy apropiado para recrear el momento psicológico y social de la acción que se eligió en la producción, pero adoleció de iconicidad y no resaltó a los personajes principales sobre el resto de los miembros del coro y figurantes. Acertado fue, no obstante, el uso del traje azul para reflejar el poder, un guiño quizás a MadMen o Suits y a esa visión elitista del poder a través del diseño; también lo fue sustituir la corona de Nabucodonosor por un manto de poder, hábilmente dispuesto en las dos primeras escenas, que sin embargo quedó deslucido por las imágenes sesgadas de los espejos – una icónica Abigaille coronada se mostró, tristemente, decapitada – y por las dificultades de movimiento que produjo el agua presente en el pavimento.

En lo musical, sin embargo, este Nabucco fue como tenía que ser: una gran obra hábilmente interpretada por buenas voces. Si se hubiese tratado de una versión de concierto, habríamos disfrutado aún más de ella. En primer lugar, y rompiendo con el orden habitual, voy a hablar de la magnífica labor del Coro de la Maestranza y de la rigurosa preparación de su director, Íñigo Sampil. En esta ópera, tan icónica en lo que a las partes corales se refiere, el coro fue sin duda uno de los grandes protagonistas. Sería superfluo y superficial reducir sus bondades al famoso Va, pensiero! que cierra la tercera parte, y que se repitió a cappella en el patio de butacas como coda; verdaderamente, estuvo colosal en este número, pero también en todos los demás, que no por menos conocidos, fueron menos impactantes. Las voces masculinas encarnaron hábilmente distintos roles, como el de los soldados de Nabucodonosor; por su parte, las femeninas dieron voz a las esclavas y sirvientas de Fenena en los momentos previos a su condena. Y todos, en un despliegue impresionante de expresividad escénica y calidad vocal, revitalizaron con gran acierto a la turba de ciudadanos de uno y otro bando en las numerosas escenas de conjunto, en la que interactúan con los solistas.
En el elenco de primeras voces, si bien todas estuvieron muy bien, tres destacaron por su bondad técnica y su calidad interpretativa. En primer lugar, María José Siri brilló por méritos propios desde su primera aparición, y fue el verdadero eje vertebrador de la acción y quien salvó, si es que se puede decir, la poco afortunada puesta en escena. Junto a ella figuraron dos grandes voces, poderosas y con experiencia: un icónico Nabucco encarnado por Juan Jesús Rodríguez, que probó nuevamente su estatus de ser uno de los mejores barítonos verdianos, y el bajo Simón Orfila como Zaccaria, que nunca defrauda por la rotundidad de su timbre y su perfección. Junto a ellos, fue también acertada la actuación del dúo amoroso formado por Alessandra Volpe como Fenena y Antonio Corianò como Ismaele; ambos defendieron magníficamente sus intervenciones en solitario, y se mostraron con mayor discreción en los números de conjunto. Los papeles secundarios fueron igualmente hábiles y de gran fuerza, tanto actoral como musical; cabe destacar la belleza de timbre de Carmen Buendia en el rol de Anna, y de Andrés Merino como Abdallo. Crítica: «Nabucco» Teatro Maestranza Sevilla

Para cerrar esta crítica, hay que mencionar la siempre espléndida labor que realiza la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, dirigida en la representación de esa noche por el maestro Sergio Alapont; juntos contribuyeron a dar brillo y esplendor a una versión musical de Nabucco muy digna y del agrado del público asistente.
Sevilla (Teatro de la Maestranza), 22 de junio de 2024. Nabucco, drama lírico en cuatro partes de Giuseppe Verdi (1842) con libreto de Temistocle Solera. Crítica: «Nabucco» Teatro Maestranza Sevilla
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección Musical: Sergio Alapont
Coro del Teatro de la Maestranza. Director: Íñigo Sampil)
Dirección Escénica: Christiane Jatahy/Marcelo Buscaino (reposición). Diseño de escenografía e iluminación: Thomas Walgrave. Diseño de vestuario: An D’Huis. Diseño de video: Batman Zavarese. Dramaturgia: Clara Pons. Crítica: «Nabucco» Teatro Maestranza Sevilla
Reparto: Juan Jesús Rodríguez, María José Siri, Simón Orfila, Alessandra Volpe, Antonio Corianò, Luis López Navarro, Carmen Buendía, Andrés Merino. OW