Crítica: New York City Ballet en el Teatro Real

Crítica: New City Ballet Real Por Cristina Marinero

La pureza neoclásica del New York City Ballet en el Teatro Real 

El New York City Ballet (NYCB) es una institución arraigada en la vida de la ciudad que nunca duerme –además de en los corazones y miradas de medio mundo- y su eco es posible gracias a un gran número de mecenas privados que aportan cada año sus donaciones para que la compañía siga muy viva. También la ciudad y el estado de Nueva York suman su aportación, pero el peso que tiene la ciudadanía, tanto en su paso por taquilla como los citados acaudalados donantes es crucial para que continúe.

Una escena de la representación del NYCB en el Teatro Real / Javier del Real
Una escena de «Serenade» la representación del NYCB en el Teatro Real / Foto: Javier del Real

El Teatro Real ha vuelto a llenarse de la energía tan especial que le trae la danza –tres veces al año, durante tres o cuatro días solamente cada una-, sobre todo cuando es ballet lo que programa. Las localidades están a punto de agotarse (corran, que aún queda alguna del fin de semana) para saborear la pureza neoclásica de los dos títulos de Balanchine. Es la primera vez que se presenta la compañía norteamericana como tal -desde 1972 han venido sus figuras a galas; la última, en 2008, encabezada por Joaquín de Luz-, aunque, claro, no han venido los 94 artistas que la integran, repartidos entre los 22 primeros bailarines, 16 solistas, 50 de cuerpo de baile y 6 aprendices. En total, el equipo artístico se compone de 113 personas, sumando a directores, encabezados por Jonathan Stafford,  repetidores, maestros y los dedicados al repertorio infantil. Crítica: New City Ballet Real

La compañía que fundaron Lincoln Kirstein y George Balanchine para que éste desarrollase su magnífico potencial coreográfico, certificado al presentarse en Occidente, en 1924, con los Ballets Russes de Diaghilev, cumple 75 años desde su estreno en 1948. Antes, desde que Kirstein le convenciera en Londres de emprender esta aventura en EEUU, ya había dicho aquella frase para la Historia, “primero, la escuela”, o muy similar. Y la School of American Ballet se estrenó al  llegar a la Gran Manzana, a finales de 1933. Tras pocos meses, el ruso-americano ya estaba montando una coreografía para los alumnos, que se estrenó en 1934,Serenade. Considerada una de sus obras maestras, es el título que encabeza el programa del NYCB en el Teatro Real, junto a Square Dance (1957, 1976), también de Balanchine, y The Times Are Racing (2017), de Justin Peck. Anterior bailarín de la compañía, Peck es el último coreógrafo en unirse estrechamente a la trayectoria neoclásica emprendida por Balanchine y Jerome Robbins, el “otro” neoclásico norteamericano de prestigio histórico y conocido fuera del circuito de la danza por ser el creador de West Side Story y de codirigir la película de 1961, junto a Robert Wise, por la que ganó dos Oscar. Precisamente, Peck fue el elegido por Steven Spielberg para crear las secuencias de danza de su versión de este musical estrenado en 2021. The Times Are Racing levantó entusiastas aplausos del público, contagiado de su energía cool y urbana. Siempre sucede con las coreografías que tienen música marchosa, aunque no sean el título más representativo de su autor. Por supuesto que ver a Tyler Peck (que no es hermana del coreógrafo) interpretando “lo-que-sea” es una delicia y aquí fue la protagonista, junto a Roman Mejía, contribuyendo a que The Times Are Racing fuera más apetecible. Echamos de menos en el programa un ballet Balanchine/Stravinsky, ya que la colaboración con el compositor también impulsado por Diaghilev fue fundamental para el éxito popular del último. Crítica: New City Ballet Real

Megan Fairchild y Anthony Huxley en Square Dance" / Foto: Javier del Real
Megan Fairchild y Anthony Huxley en «Square Dance» / Foto: Javier del Real

Con Square Dance, sobre partituras de Corelli y Vivaldi, disfrutamos embelesados de la calidad técnica de Megan Fairchild, una de las veteranas figuras del NYCB junto a Tyler Peck y cuyo físico menudo y rostro de jovencita traviesa se iluminaba con la viveza de esta coreografía tan exigente. Porque aunque ella estuviese con expresión juguetona y como si no tuviese que hacer esfuerzo, la coreografía es un prodigio de saltos, giros, cambios de dinámica y vitalidad que solo una grande puede convertir en esta delicia. Con Ella, Anthony Huxley lideró el terreno masculino con su también limpieza técnica y su siempre elevado torso a lo “danseur noble”. Balanchine demuestra su genialidad, una vez más, al escoger a los compositores barrocos para diseñar una coreografía con paralelismos a las no-académicas danzas sociales de cuadrilla norteamericanas, heredadas de la tradición europea. Crítica: New City Ballet Real

Miriam Miller en "Serenade" / Foto: Javier del Real
Miriam Miller en «Serenade» / Foto: Javier del Real

No es la primera vez que vemos Serenade en un escenario español y madrileño, aunque sí lo es interpretada por la compañía a quien pertenece. En diciembre de 1983, lo puso en escena en Mallorca el Ballet Nacional de España-Clásico y en enero siguiente, en el Teatro de La Zarzuela. Con María de Ávila como directora, fue Ricardo Cue quien viajó a Nueva York para conseguir los derechos de Balanchine y, tras tenerlos, Patricia Neary repuso la magna creación con los bailarines españoles en Madrid. De hecho, la primera imagen de marca del Ballet Nacional Clásico fue precisamente con Serenade: los programas de mano y carteles mostraban a una bailarina, en el primer caso, repetida, con una capa de su falda larga de tul en pleno vuelo. En Serenade comprobamos que Balanchine quería que sus alumnos de la School of American Ballet pudieran interpretar una gran variedad de pasos, saltos, giros, actitudes, modos y diseños espaciales porque era un ballet pensado para poner en práctica lo que ya habían perfeccionado en la escuela. Encabezado por Miriam Miller, Unity Phelan, Indiana Woodward, Russell Janzen y el solista español (y madrileño), Aaron Sanz, se explica por qué continúa como uno de los ballets favoritos del público y estandarte de la compañía. Es pura danza académica, es la herencia de Marius Petipa –de sus famosos actos, dentro de los ballets, emanados de sueños o similar-  pasada por el tamiz balanchiniano por el que todavía el movimiento se despoja más de cualquier afectación. Y donde cada paso, cada pose y cada dibujo coreográfico es preciso y tiene que ser perfectamente delineado. Una delicia que afianzó el camino neoclásico del creador que dio su nombre al estilo hasta el domingo 26 en el escenario del Teatro Real.


23 de marzo, Madrid (Teatro Real) New York City Ballet.

OW