Nina Stemme y Roland Pöntinen en Carnegie Hall: Un lujo frente a butacas vacías
En una ciudad donde el arte se ofrece a diario en múltiples escenarios, es a veces en los rincones menos concurridos donde ocurren los milagros. El recital de la soprano dramática Nina Stemme junto al pianista Roland Pöntinen, que marcaba el esperado debut de la artista en Carnegie Hall, fue precisamente eso: un acontecimiento musical de una intensidad rara, ofrecido generosamente ante una audiencia selecta, pero escasa. Los allí presentes fueron testigos privilegiados de un viaje emocional y estilístico de profunda madurez, en el que la experiencia vocal y la inteligencia musical tejieron un programa algo irregular, pero exigente y hermoso.

El inicio con los Sea Pictures de Edward Elgar no fue el punto más alto del recital. Stemme abordó el ciclo con una emisión natural y redonda, pero su línea vocal se mostró pesada y poco grácil, algo ajena a la agógica flotante y el lirismo de estos poemas marinos. Sin embargo, el centro de su registro —amplio, generoso, sólido— se impuso con autoridad. El agudo, punzante y vibrante, conserva un schillo característico, no exento de nobleza, aunque con un vibrato más maduro que en años anteriores. En Sabbath Morning at Sea la voz se elevó lírica, planeando sobre el piano con una delicadeza inesperada. En Where Corals Lie, más allá de alguna dificultad para acomodar la línea vocal a la rítmica insinuante del poema de Garnett, Stemme logró momentos de lirismo exquisito, sobre todo en las frases graves, atacadas con circunspección y profundidad emocional. Pöntinen, por su parte, desplegó en The Swimmer un fraseo elegante, de sonido cristalino, con un control dinámico y expresivo digno de mención.
Fue con la entrada de Weill y Brecht cuando el recital encontró su tono definitivo. En Surabaya Johnny, cantada en alemán, Stemme se mostró mucho más comunicativa e idiomática. La tensión teatral del texto encontró en ella una intérprete completa, capaz de alternar ternura y rabia, ironía y desgarro. El acompañamiento de Pöntinen fue aquí especialmente cómplice, ayudando a crear un ambiente de cabaret expresionista. En Nannas Lied, la soprano ofreció una deliciosa paleta de recursos vocales en una pieza que es al mismo tiempo una elegía sarcástica y una reflexión sutil sobre el paso del tiempo. El humor, el ritmo y la inteligencia musical fueron las armas de Stemme en esta parte del recital.
Uno de los mejores destellos estilñisticos llegó con Je ne t’aime pas, de Kurt Weill, donde Stemme exploró con crudeza y belleza la desesperación moderna del desamor. Paladeó el francés con intención, sin sentimentalismo, dando vida a una versión descarnada, de inspiración casi proletaria. En Youkali, su canto legato dejó alguno de los momentos más brillantes del ciclo: la voz, plena y timbrada, sonó corpórea, elegante, con una musicalidad seductora. Fue, sin duda, una de las mejores interpretaciones de la velada.
Los Wesendonck Lieder de Richard Wagner, terreno en el que Stemme es aún autoridad indiscutible, fueron una muestra de su dominio técnico y expresivo. Hubo alguna tirantez puntual en el agudo, pero compensada con ataques brillantes y pianísimos afilados que se fundían con el piano en mágicos efectos de color. Pöntinen, sensible y siempre atento, supo acompañar sin eclipsar, potenciando el clima onírico de estas miniaturas wagnerianas. Stemme las cantó de memoria, las vivió desde dentro, con esa mezcla de control y entrega que define a las grandes intérpretes.

El Liebestod de Tristán e Isolda de Wager en versión de Liszt fue una conclusión lógica y simbólica, acaso más obligada que buscada. Aquí la voz sonó densa, lujosa, más tectónica que aérea. Se echó quizá en falta algo de frescura y flexibilidad, pero la intensidad emocional, la nobleza del fraseo y la comprensión del texto wagneriano hicieron de esta interpretación un cierre coherente, introspectivo, casi ritual.
Los bises fueron pequeñas joyas: Var det en dröm? de Sibelius, ofrecida con melancolía serena, y My Ship, de Lady in the Dark, como guiño final, donde Stemme volvió a mostrar su calidez, su sentido del texto y su afinada ironía.
Fue un recital para paladares exigentes, ofrecido con generosidad y altura artística. Que no estuviera la sala llena es, sin duda, una injusticia, pero también una bendición para quienes tuvimos la suerte de estar allí. A veces, los verdaderos tesoros se esconden en la penumbra de las butacas vacías.
★★★★★
Carnegie Hall de Nueva York, a 2 de mayo de 2025. Nina Stemme, soprano. Roland Pöntinen, piano. Obras de Elgar, Weill,Wagner y Sibelius.