Crítica: «Pan toros» Les Arts Por Pedro Valbuena.
Único título de la temporada en el ciclo «Les Arts és Sarsuela», este Pan y Toros se ha quedado a medio camino entre lo que es y lo que quería ser. Desconozco si el público valenciano está poco interesado en él género, o si los programadores no han conseguido encajar ningún espectáculo en el circuito, pero en cualquier caso llamar ciclo a un solo evento es algo pretencioso. Quizá el siguiente paso sea eliminarlo directamente.
La obra, estrenada en el invierno de 1864 en el madrileño Teatro de la Zarzuela, gozó de un éxito inmediato y de varias reposiciones. Barbieri la había concebido para contribuir a la consolidación de dicho teatro y a la difusión del género. Ambientada en la España de finales del XVIII, convoca sobre la escena a personajes históricos y otros fabulados, a los que hace posicionarse abiertamente ante el dilema de progreso o tradición. Los argumentos de los ilustrados tienen una contundencia mayor, tanto a través del libreto como de la música, y los pasajes mas memorables están escritos para ellos. En un momento de la trama se lanza la pregunta de si es mas importante fomentar la tauromaquia o la universidad, e inmediatamente pensé si el señor conseller de cultura estaría presente en la sala. La partitura, no nos engañemos, no es gran cosa. Su orquestación, manifiestamente vacía, y su falta de originalidad melódica y armónica, hacen de este Pan y Toros una obra bastante inconsistente. De hecho, la partitura fluctúa desde el populismo casi ramplón de los primeros números a las ínfulas verdianas del último acto, y para colmo de males, se añade un epílogo instrumental que frena inexplicablemente todo el impulso dramático. El texto de José Picón es un ripio constante, que forzado en una métrica ya anticuada para la época, se hace bastante tedioso de seguir.
No me convenció tampoco la interpretación musical, a pesar de que, en lineas generales, se podría calificar como correcta. Suele ocurrir que los buenos cantantes huyen un poco de este repertorio, porque pesa todavía sobre él una capa de astracán con la que nadie quiere cubrirse. Además, y a pesar de que esta obra pertenece a la gran zarzuela, es bastante habitual que en los personajes de este género se valore más el gracejo y el desparpajo que las cuestiones técnicas. Empezó regular la cosa, y en el primer número de conjunto las voces ya empastaban mal. Cantantes de sólida trayectoria y formación compartiendo pentagramas con otros provenientes del mundo actoral producen un resultado ambiguo. Hasta 18 personajes tienen en la obra un papel solista más o menos relevante, pero tan sólo unos pocos convencieron con su actuación. Este resultado no estuvo en función del peso específico de cada uno de ellos, sino que hubo que estar muy atento para percibir la calidad de algunas intervenciones secundarias, como fue el caso de La Tirana de Milagros Martín, que tuvo una dicción impecable y un movimiento escénico vigoroso y convincente. También destacó Enrique Viana y su Abate Ciruela, cuyo texto fue fácilmente asimilable. Su presencia y su gestualidad ayudó a que el personaje se convirtiese en parte fundamental de la narración, ya que el resto declamaba como en una obra de final de curso, dejando las inflexiones sin fuerza y rozando lo ridículo, que no lo cómico. Carol García también se defendió bien con el texto, y además cantó con corrección, aportando a su personaje el hálito de nobleza y dignidad que requiere. Ruth Iniesta, tuvo quizás el papel más brillante, en parte porque así lo quiso Barbieri, escribiendo los pasajes más lucidos, y en parte porque la zaragozana demostró oficio y puso ganas. A pesar de que todos los solistas tienen un acreditado curriculum, lo cierto es que no lograron arrancar del público ningún aplauso contundente, siendo la tibieza la nota predominante en la velada. La dirección musical de Guillermo García Calvo tampoco dejó nada para el recuerdo. Su versión correcta y medida ofreció poca variedad de matiz, pero consiguió doblegar la legendaria potencia del foso, haciendo que las voces se percibiesen con claridad con alguna que otra excepción. El Cor de la Generalitat cantó con la profesionalidad acostumbrada, pero sin ofrecer ningún momento especial. Yo diría que destacó más en su papel de relleno escénico y figuración que con la propia voz. La Orquestra de la Comunita Valenciana, tocó como quien toca en una boda, es decir con corrección y respeto, poco más. Deben de sentirse estos músicos de tan altísimo nivel escasamente estimulados por estos pentagramas. Crítica: «Pan toros» Les Arts
Es posible que el reclamo del espectáculo recayese en la dirección escénica de Juan Echanove, que a pesar de que en la presentación del espectáculo reconoció haber sido ajeno a la lírica durante su carrera, ha realizado un trabajo muy bueno. Desde la paleta cromática tan habitual en las producciones audiovisuales actuales, hasta los pequeños detalles como la selección de imágenes proyectadas, han ayudado a crear una atmósfera consistente y envolvente. El escenario ha sido variado (aunque la plataforma circular no es un recurso innovador precisamente) y el movimiento de los actores realmente muy efectivo. Todo el espacio fue útil y las transiciones muy ágiles. Ingenioso el recurso de las castañuelas para evitar los eventuales chirridos de la maquinaria, y como nexo de unión entre los diferentes números. Las intervenciones coreográficas animaron los momentos que peligraban desde el punto de vista de la continuidad dramática, y la iluminación fue un elemento decisivo en la excelencia del resultado plástico. El vestuario acertó plenamente en sus diseños para el coro y Doña Pepita, y algo menos para la triada de toreros, que parecían haberse vestido en el bazar de la esquina. Crítica: «Pan toros» Les Arts
El público respondió a la convocatoria ocupando la sala casi al completo, pero algo defraudado, se mostró comedido respecto a vítores y aplausos. En líneas generales fue un espectáculo correcto, aunque no a la altura a la que nos tiene acostumbrados el Palau de Les Arts. Por último, si no lo digo reviento: ojalá vengan tiempos con más pan y menos toros.
Valencia, 2 de noviembre de 2023. Pan y Toros. Barbieri. Dirección musical, Guillermo García Calvo. Dirección escénica, Juan Echanove. Escenografía, Ana Garay. Iluminación, Juan Gómez Cornejo. Doña Pepita, Ruth Iniesta. La Princesa de Luzán, Carol García. Capitán Peñaranda, Borja Quiza. La Tirana, Milagros Martín. Goya, José Julián Frontal. La Duquesa, Amparo Navarro. El Abate Ciruela, Enrique Viana. El corregidor, Pedro Mari Sánchez. Pepe Hillo, Carlos Daza. Pedro Romero, Pablo Gálvez. Costillares, Tomeu Bibiloni. El general, Pablo López. El santero, Alberto Frías. Jovellanos, Ángel Burgos. La madre, Lara Chaves. El padre, Marcelo Solís. El niño, Julen Alba. El del pecado mortal, Fernando Piqueras. El mozo de cuerda, Antonio Lozano. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitan Valenciana. OW