Por Carlos J. López Rayward
La Metropolitan Opera de Nueva York abre una nueva temporada con un recital de la soprano noruega Lise Davidsen, acompañada al piano por James Baillieu.
Antes de la primera semana de estrenos de ópera en la Metropolitan Opera, que pone en cartel la ópera de Jake Heggie ¨Dead Man Walking¨ junto a Nabucco y el Requiem de Verdi, la compañía lírica de la Gran Manzana presenta a Lise Davidse, considerada una de las mejores voces del mundo, en un variado recital.
Lise Davidsen triunfó, como era de esperar, con un catálogo que incluyó no sólo ópera (con obras de Verdi, Wagner, Tchaikovsky y Puccini) sino también con canciones de Grieg, Sibelius, Schubert y Richard Strauss, pasando por el musical (Loewe) o la opereta (Kálmán).
La carrera de Lise Davidsen ha seguido un ascenso meteórico que encuentra ahora su consagración americana en este recital en solitario en Nueva York; un privilegio al alcance de muy pocos cantantes, propio de estrellas consagradas, y casi sorprendente a su edad, si obviamos la actual escasez de cantantes con una voz bien desarrollada en todo el registro.
Más allá de lo desorganizado del programa, que indujo cierta frialdad en la respuesta del público, la Davidsen quiso presentarse en Nueva York como una artista completa, una cantante cuya valía va más allá del imponente tamaño de su instrumento.
En efecto, la voz de Davidsen es de unas proporciones poco frecuentes. Para encontrar referencias adecuadas, muchos aficionados se ven obligados a rememorar nombres del siglo pasado como Flagstad o Nilsson. Pero no son pocos los que subrayan también el amplio margen de mejora de Davidsen en la expresión y el estilo.
Por ello, el recital del pasado 14 de septiembre contó con el interés de constatar el gran estado vocal de la cantante, disfrutar de sus avances y de su novedosa versatilidad estilística, pero también para comprobar qué hay de cierto en esa presunta falta de madurez, tan lógica como esperable en una cantante de 36 años.
El programa se abrió con seis canciones de Edvard Grieg, tres en noruego y tres en alemán, que sirvieron también de lucida presentación para el pianista sudafricano James Baillieu, que tocaba por primera vez en este escenario. Davidsen contó con algunos problemas para mantener la línea limpia cuando apianaba el sonido, pero apareció tan idiomática como musical, muy propositiva en la expresión. Cuando llegó a la sexta canción del conjunto, Ein Traum, la caudalosa voz de la cantante volaba ya sin dificultad sobre el piano de Baillieu.
Le siguieron, de manera incomprensible, dos arias de Giuseppe Verdi, el Morro, ma prima in grazia de Un Ballo in Maschera, y Ave Maria, de Otello. Muy expresiva y delicada en ambas, vimos mucha contención en la línea de canto, sujetando la proyección para no enterrar al piano. El aria de Desdémona, cantada en un tempo lentísimo, sonó muy bella, pero casi al borde del estilo, desde luego poco verdiana.
El zigzagueante programa nos llevó a las canciones suecas de Sibelius y luego al aria Dich, teure Halle del Tannhäuser wagneriano. La soprano continuó aquí con el tono contenido y camerístico del concierto. Con floridas frases sobre las melodías al piano del compositor finés; y textura emocional en el aria de Elisabeth.
Con ello llegamos al descanso. La afición de Nueva York se había esforzado en deleitar cada momento del recital, pero los rumores del público en la escalinata parecían anticipar el día en que Davidsen consiga canalizar la potencia de su voz para recrear tanto sentimiento sin necesidad de encoger el sonido ni contener la proyección.
Abrió la segunda parte del recital el aria de Liza de Pikovaya Dama de Tchaikovsky, papel que vio debutar a Davidsen en Nueva York en 2019. El aria sirvió para insuflar en el público cierto calor romántico, gracias a una interpretación con profundidad semántica y pegada dramática.
Pero lo mejor del recital vino, sin duda, con las cuatro maravillosas lieder de Schubert, en las que Davidsen lució, de manera un tanto sorprendente, una media voz densa y tersa, una anchura vocal casi legendaria, además de un control del tempo muy poético tan pegado al texto como al piano. El resultado fue una An die Musik irresistible, una fantástica Gretchem am Spinnrade, una emocionantísima Erlkönig, y una incontestable Litanei auf das Fest Aller Seelen. La voz de Davidsen se desplegaba sobre el elegantísimo teclado de Baillieu con la reciedumbre del acero, la suavidad del terciopelo, y un control, al fin, más natural y cómodo de su turgente caudal.
Vinieron después cuatro lieder de Richard Strauss, en las que Davidsen se debatió en esa franja estilística que solapa la lírica de la canción y de la ópera. De ellas, quizá las más conseguidas fueron Allerseelen, tan acariciadora como impactante, y la inexcusable Morgen, donde Davidsen desarrolló un fiato y una afinación irreprochables. Entre el público, entregado pero entendido, se podían ver medias sonrisas, que parecían deleitarse con la promesa del día en el que una Lise Davidsen madura consiga llenar de contenido espiritual tanto sonido.
De una manera bastante anticlimática, el recital se cerró con la vistosa aria de entrada de Silva Heia, Heia de Die Csárdásfürstin de Kálmár, que aúna el folclore húngaro con la elegante frivolidad vienesa; y I could have danced all night de My Fair Lady de Loewe, en un postrero guiño al público americano que no surtió el efecto esperado.
Los artistas ofrecieron de manera generosa dos propinas. Vissi d’arte de Tosca de Puccini, brillante y conmovedora por momentos, pero en la que Davidsen parecía quedarse sin ideas en el adorno; y una sensorial Våren de Grieg, cantada con una entrega que vació el cáliz de la cantante, al menos hasta su reaparición en la Metropolitan Opera como Leonora en La Forza del Destino de Verdi en febrero del año próximo.
Metropolitan Opea de Nueva York, 14 de septiembre de 2023. Lise Davidsen, soprano. James Baillieu, piano.
Obras de Grieg, Verdi, Sibelius, Wagner, Tchaikovsky, Schubert, R. Strauss, Kálmán, Loewe, y Puccini.