Por Luc Roger Crítica: Rheingold’ Bayerische Staatsoper Múnich
Ciento cincuenta y cinco años después de su estreno en Múnich, en septiembre de 1869, ve la luz una nueva producción de Das Rheingold en la Ópera Estatal de Baviera. Y Vladimir Jurowski, actual director musical de la institución, se sube al podio para dirigir esta primera jornada de El anillo del Nibelungo wagneriano. En el cargo desde 2021, Jurowski aún no había dirigido una ópera de Wagner, aunque ya había honrado obras de los otros dos dioses de la casa, Mozart, con su Così fan tutte y Richard Strauss, con su Der Rosenkavalier.
La puesta en escena ha sido confiada al director bávaro Tobias Kratzer, que debutó en Múnich la pasada primavera con la magistral Die Passagierin de Mieczysław Weinberg bajo la batuta del ya mencionado maestro. Esta no es la primera producción wagneriana de Kratzer, pues ya ha puesto en escena Die Meistersinger von Nürenberg en Karlsruhe y dos producciones de Tannhäuser en Bremen y en Bayreuth.
Formado como filósofo, Tobias Kratzer se interesa por la religión y aborda el Ring desde este ángulo, basándose en la muerte del Dios nietzscheano y en la concepción de la divinidad según Feuerbach, quien viene a considerarla una proyección de la mente humana. Su concepto escénico de la obra se complementa con sus incomparables dotes narrativas. En efecto, Kratzer es un narrador nato, con un gusto por la ilustración que sabe mantener cautivo a su público. Crítica: Rheingold’ Bayerische Staatsoper Múnich
La acción se desarrolla en una iglesia evocada por ocho pilares cuadrados y columnatas laterales, colocados en parte sobre una plataforma giratoria. También corresponde a una iglesia el mobiliario: bancos, rejería y un altar mayor neogótico coronado por un gran retablo que sólo se desvelará brevemente al final de la ópera. En el exterior de la iglesia, un desesperado Alberich abre la obra. El Nibelungo no es en absoluto un enano, sino un hombre vestido con una camiseta de la Age of Empire y bermudas de camuflaje. Lleva un revólver en la mano y juega con la idea de suicidarse.
“Gott is tot!”(Dios ha muerto) dice un gran grafiti amarillo sobre la escenografía. La camiseta nos da una pista: Age of Empire es un juego de estrategia en tiempo real que narra los enfrentamientos entre doce civilizaciones antiguas. El Alberich de Tobias Kratzer es un marginado, un loser cuyo destino da un vuelco cuando conoce a las chicas del Rin, unas adolescentes altas y burlonas en vaqueros que se contonean con el móvil en la mano (Sarah Brady, Verity Wingate y Yajie Zhang). Estas ninfas contemporáneas comienzan a tontear con él y le revelan el poder del Oro del Rin, del que sólo podemos ver el destello dorado que emana de un agujero en el escenario. Alberich, que ya no tiene nada que perder salvo su propia vida, renuncia al amor para poseer el oro y forjar el anillo. Se convierte en el héroe de su videojuego, cree que está construyendo un imperio y dominando el mundo, pero pierde, literal y figuradamente, su último par de calzoncillos. Pronto lo único que le queda es el poder de maldecir.
Pasamos a la segunda escena gracias a la plataforma giratoria, que nos pone cara a cara con los dioses. Estos dioses también se encuentran en un estado lamentable; viven al pie de los andamios detrás del altar mayor, que aún está completamente velado. Viven cerca de una Walhalla en restauración. Estos vagabundos duermen en delgados colchones de espuma, que le sdeben de hacer trizas la espalda. En esto llegan Fasolt y Fafner (excelentes Matthew Rose y Timo Riihonen), que no son gigantes sino dos sacerdotes ataviados con sotana, de aspecto intolerante, hipócrita y astuto, que se inclinan ante Wotan. Fanáticos de Wotan, llevan consigo un carrito de testimonios públicos, emulando a los Testigos de Jehová. El carrito y sus indispensables folletos con la foto de su dios van acompañados de un gran cartel con el lema “¡Tu Wotan, tu Walhalla!” y pequeñas estatuillas de escayola del dios. Hay mucho humor en este prólogo que, según Vladimir Jurowski, es en parte un cuento de hadas y en parte una novela policíaca, una mezcla de comedia y de teatro épico.
Durante el segundo interludio orquestal, el decorado cambia tras un telón de proscenio en el que una película de vídeo sigue el largo descenso de Wotan y Loge hacia Nibelheim. A menudo hay primeros planos de los dos protagonistas mientras atraviesan ciudades, campos y montañas, a pie o en avión, para terminar al subir el telón en el desordenado despacho de Alberich, donde también trabaja su hermano Mime, cuya única compañía es un perro tumbado a sus pies. Varias pantallas de ordenador permiten al líder de los nibelungos controlar los trabajos forzados de su pueblo o jugar a su juego de estrategia favorito. Las escenas de invisibilidad y transformación están bien ejecutadas: basta un chorro de vapor y el parpadeo de las pantallas de ordenador para que Alberich desaparezca. Una persiana de hierro oculta convenientemente el despacho en el que aparece el dragón, cuya inmensa cola sólo es visible a través de los huecos de la persiana. Cuando se levanta la persiana, Mime corre hacia el cadáver ensangrentado de su perro. El animal, que se había quedado encerrado con el dragón, no pudo zafarse de sus garras. Un momento después, Alberich, ahora convertido en sapo, es encerrado en el tupper en el que Loge y Wotan habían transportado trozos de las manzanas de Freia para su sustento durante el viaje a Nibelheim. Se vuelve a proyectar un vídeo que acompaña el regreso de los dioses victoriosos a los campos del Walhalla. Y volvemos a encontrarnos en la iglesia. Prisionero de los dioses, Alberich ha recuperado su forma humana. Está completamente desnudo y sometido a las peores humillaciones para la escena final de la negociación. En su crueldad, Wotan corta el dedo anillado del nibelungo, cuya sangre salpica las ropas del dios.
Los sacerdotes Fafner y Fasolt mantienen sus exigencias. Esposan a la diosa Freia y la elevan por los aires mediante una polea en una escena que denuncia el indecible horror del maltrato a las mujeres. La diosa Erda aparece como una modesta anciana vestida de luto eterno. Mientras canta, los dioses y diosas se mueven como a cámara lenta. Los bancos de la iglesia estallan en llamas; Loge nunca es tacaño con las llamas. Fafner y Fasolt cobran sus cuotas antes de entablar una batalla fatal por la posesión del anillo, que acaba con la muerte de Fasolt. Donner inaugura el altar mayor, cuyo retablo contiene nichos aún vacíos. Los colores del arcoiris aparecen al fondo en una gran vidriera que representa el manzano de oro. Los dioses se acercan al retablo y ocupan sus nichos. Es el fugaz retablo final de una velada fascinante.
Vladimir Jurowski y la orquesta lograron reproducir las profundidades armónicas del preludio con notas de una oscuridad infernal que se elevaban desde el foso. La dirección de la orquesta fue meticulosa y elegante, atenta a los detalles, con un toque suave y una preocupación por el unísono perfecto entre el foso y el escenario. La idea de colocar las cuatro arpas en los palcos a ambos lados del escenario resultó ser la más acertada.
El Alberich de Markus Brück revienta literalmente la pantalla. Su entrega al escenario es total, gritando con verdad en la escena de humillación en la que es desvestido. Tal es la autenticidad de su interpretación que Markus Brück consigue despertar la compasión, a pesar de que el malvado tirano acaba de ser desenmascarado. El papel es complicado, entre otras cosas por las aliteraciones que exigen una gran agilidad en la pronunciación. Y cuando se trata de transmitir el texto a través del canto, la dificultad es aún mayor. Hay dos ejemplos que Max Brück, especialista en el papel, admite que tardó años en dominar: “Garstig glatt glitschiger Glimmer. Wie gleit ich aus!” y más adelante “Mit schmeichelnder Brunst an die schwellende Brust mich schmiege dir”.
La puesta en escena se hace una idea cabal del peso que tiene este personaje, convirtiéndolo en la contrapartida antinómica de Wotan. El dios es retratado con todas sus debilidades ególatras y su ansia de poder, que le llevan a negociar la construcción de un castillo al precio de la virtud y la libertad de su cuñada. Nicholas Brownlee interpreta a la perfección este perfil divino, cuando menos turbulento, con su una voz de bajo-barítono mucho más regia que este dios de rostro triste. Sean Panikkar aporta toda su flexibilidad felina y su presencia escénica al personaje de Loge, que incendia todo lo que toca. Su clara voz de tenor es segura y precisa, y la proyecta con gran vivacidad, definiendo perfectamente a su personaje. Con Brück, Brownlee y Panikkar, la Bayerische Staatsoper se ha dotado de un trío de ensueño para interpretar los tres papeles principales del nuevo Rheingold de Múnich. Pero junto a esta trinidad vocal, todo el reparto contribuyó al éxito musical de la velada: La Erda de Wiebke Lehmkuhl fue especialmente aclamada por el público; Ekaterina Gubanova dibujó una interesante Fricka, dividida entre la preocupación y la autoridad, y Mirjam Mesak interpretó una patética Freia, que haría llorar hasta al más duro de los matones, pero no a Wotan, que claramente no entiende la profecía de Erda, ni a Loge, que mantiene su irónica sonrisa hasta el final. Crítica: Rheingold’ Bayerische Staatsoper Múnich
La segunda colaboración de Tobias Kratzer y Vladimir Jurowski ha resultado ser todo un éxito. Una velada de prólogo muy esperada, aunque para descubrir las demás jornadas habrá que esperar hasta 2026. Crítica: Rheingold’ Bayerische Staatsoper Múnich
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Bayerische Staatsoper, 3 de noviembre de 2024: Das Rheingold, prólogo del festival escénico Der Ring des Nibelungen, de Richard Wagner.
Director musical: Vladimir Jurowski. Director escénico: Tobias Kratzer. Asistente de dirección: Matthias Piro. Escenografía y vestuario: Rainer Sellmaier.
Iluminación: Michael Bauer. Videoproyecciones: Manuel Braun, Jonas Dahl y Janic Bebi.
Dramaturgia: Bettina Bartz, Olaf Roth
Reparto. Wotan: Nicholas Brownlee, Donner: Milan Siljanov, Froh: Ian Koziara, Loge: Sean Panikkar, Alberich: Markus Brück, Mime: Matthias Klink, Fasolt: Matthew Rose, Fafner: Timo Riihonen, Fricka: Ekaterina Gubanova, Freia: Mirjam Mesak, Erda: Wiebke Lehmkuhl, Woglinde: Sarah Brady, Wellgunde: Verity Wingate, Floßhilde: Yajie Zhang.
Bayerisches Staatsorchester. OW