Crítica: «Rinaldo» en Barcelona

Crítica: «Rinaldo» Barcelona Por Xavier Rivera

Un ‘Rinaldo’ deslumbrante en el Palau de la Música de Barcelona

Rinaldo fue la primera ópera italiana que Händel representó en Londres en 1711, consolidándose con ella como uno de los principales compositores de la ciudad, en la que reinó hasta su muerte en 1759, en tiempo en que el Imperio Británico iba alcanzando su máximo esplendor. El libreto fue escrito por Giacomo Rossi a partir de una traducción inglesa de la «Gerusalemme liberata» de Tasso. Tanto las sucesivas traducciones como el carácter inverosímil de algunas escenas han sido abundantemente criticados. Sin embargo, el alcance dramático de la historia (que casualmente se ambienta en guerras en Oriente Próximo) y la truculencia de algunas de las situaciones merecerían un buen trabajo de puesta en escena. La dirección artística del Palau de la Música Catalana ha entendido con buen criterio que esta sala, con sus decoraciones florales y animales, es de por sí tan evocadora que puede dejar espacio para el ensueño y que la música de Händel se basta a sí misma. En un artículo anterior, comentaba yo las dificultades que conoce hoy la ópera barroca, bien surtida en grabaciones pero mal adaptada para ser representada por las grandes estructuras que exigían las óperas del siglo XIX. Los teatros barrocos que aún conservamos en Vicenza, Drottningholm, Bayreuth o Chimay tenían un aforo de unos 600-700 espectadores y las orquestas de la época, con no más de treinta músicos, encontraban en ellos un sonido absolutamente ideal. Lo mismo ocurre con un buen número de obras de Haydn, Mozart y de otros compositores más recientes. Tal vez haya llegado el momento de recuperar para la ópera de cámara alguno de los viejos teatros convertidos en cines durante el apogeo de este arte, que el público abandona ahora en favor del streaming doméstico.

Un momento de "Rinaldo" en el Palua de la Música Catalana
Un momento de «Rinaldo» en el Palua de la Música Catalana

Carlo Vistoli, como Rinaldo, héroe de las cruzadas, consigue trascender el arte del contratenor y llevarlo a cotas que de otrora parecerían imposibles. Es un mero detalle decir que su tesitura es impresionante, su voz impecablemente uniforme, su legato suave y conmovedor, su virtuosismo de una brillantez difícil de imaginar y su coloratura veloz y radiante. Todo ello al servicio de un intérprete de primer orden que sólo busca servir al compositor y a su música con talento y humildad a partes iguales, sin tratar de ponerse en primer plano. Llevo ya varias décadas vagando aquí y allá por las salas de conciertos y he tenido la oportunidad de escuchar, admirar y amar a artistas muy grandes como Alfred Deller, René Jacobs, Paul Esswood, Andreas Scholl, Brian Asawa, Max Emanuel Cenčić, Jakub Józef Orliński o Franco Fagioli. Sin embargo, frente a Vistoli… ¡tenía la sensación de no haber escuchado nunca a un verdadero contratenor! A veces se ha cuestionado la capacidad de esta voz para sustituir a la de los famosos castrati como Caffarelli, Senesino o Farinelli. Vistoli nos hace olvidar todo el artificio de este tipo de emisión y nos permite admirar simplemente al intérprete sincero y honesto de un papel operístico. Y su voz es tan rica en armónicos que brilla frente a las trompetas y los timbales en el aria Or la tromba, en la que se divierte reviviendo los famosos duelos de castrati con la trompeta que evocó en su día la película «Farinelli» de Corbiau. El concierto comenzó con la intención de los músicos de interpretar la obra de un tirón, sin interrupciones para aplaudir. Pero cuando Vistoli terminó una inolvidable «Cara sposa», el público rompió radicalmente la regla y coreó unos bravi tan entusiastas como justificados. Junto a Vistoli, la cantante suiza Chiara Skerath interpreta una encantadora Almirena con una voz luminosa y de sorprendentes irisaciones sedosas. También es una intérprete de primer orden, perfecta compañera de su Rinaldo, y su línea vocal es de una elegancia poco común, entregando a la vez un torrente de profunda emoción que culmina con una mágica aria «Lascia ch’io pianga». Previamente, nos había seducido irremediablemente con ese hallazgo de Haendel que es el aria»Augeletti che cantate» y su fascinante diálogo con el flautín y con el afectuoso duetto con Rinaldo «Scherzano sul tuo volto».

En el papel de la hechicera Armida, la aclamada Emőke Baráth nos brinda una interpretación muy segura, de homogéneo registro y siempre halagadora para el oído pues su voz, con marcados acentos líricos, es de gran belleza. Brilla impecablemente en la virtuosa aria «Vo’ far guerra», a la que Händel confiere un inusual solo de clave, que debió tocar o improvisar él mismo, y que Mathieu Dupouy firmó ayer brillantemente. Sin embargo, a pesar de sus indiscutibles cualidades como cantante, deja una ligera vacilación sobre su interpretación: es como si su compromiso emocional se viera difuminado por una cierta distancia con el papel. Todo lo contrario de la francesa Lucile Richardot como Goffredo (Godofredo de Bouillon en la historia), con una sensibilidad siempre a flor de piel y que consigue proyectar sus palabras con una dicción esmerada y un fuerte sentido dramático. Muchas veces coloca su sonido in petto, lo que no siempre resulta halagador para el oído, pero sí refuerza el carácter viril del papel. Pero por otra parte, algunos sonidos aquí y allá son de una belleza deslumbrante. Y la artista se hace querer por su entrega absoluta, sin fisuras. La contralto Anthéa Pichanik, también francesa y premiada en Innsbruck, despliega una línea de canto noble y expresiva. Sus diferentes papeles tienen siempre el tono justo y transmiten la emoción adecuada para conmover profundamente al oyente. El joven barítono Victor Sicard, como Argante, el rey sarraceno, despliega una voz de bello metal, llena de colorido. Una brillante coloratura y cierta rigidez en los agudos caracterizan su interpretación, que queda algo ensombrecida por el increíble talento de sus compañeros de reparto.

Es de rigor elogiar el excelente trabajo del violinista y director Thibault Noally y de sus músicos del grupo «Les Accents», formado hace una década para el Festival de Beaune. Si uno les observa tocar, transmiten el placer de una banda de alegres compadres que se reúnen con el único objetivo del placer de hacer música juntos. Escuchándolos… nos damos cuenta de que su nivel artístico es más que superlativo. Noally deslumbra con su virtuosismo, pero es su sentido del equilibrio en la construcción de cada aria lo que resulta verdaderamente prodigioso. Y nos gusta mucho esa honestidad del director, que dirige a la antigua usanza tocando él mismo los tutti y algunos de los solos más difíciles, sin crear una especie de culto a la personalidad como otros directores. Y sus tempi son siempre idóneos: en los movimientos rápidos puede alcanzar una velocidad verdaderamente diabólica, pero deja siempre el espacio suficiente para que la música y los cantantes respiren. Y sus movimientos lentos suelen ser apacibles, pero nunca pesados o aburridos. Es lo que se puede denominar gran arte.


Barcelona (Palau de la Música Catalana), 6 de febrero de 2024.  Ciclo “Palau Ópera”

Rinaldo, ópera de G. F. Händel con libreto de G. Rossi  / Versión de concierto

Director: Thibault Noally.      Les Accents.

Elenco: Emőke Barath, Chiara Skerath, Lucile Richardot, Anthea Pichanick, Carlo Vistoli, Victor Sicard.  OW