Crítica: «Theodora» Las Palmas Por Rubén Mayor
El International Bach Festival es, un año más, una muy buena razón para pasarse por la isla de Gran Canaria en Semana Santa. Crítica: «Theodora» Las Palmas
Durante la primera mitad del siglo XVII el texto dejó de ser un pretexto y, con las obras instrumentales bien integradas en la concepción que la sociedad tenía del arte, la música que llevaba palabras se distinguió en dos vertientes que dieron mucho de qué hablar, (más a los teóricos que al público): la que daba mayor importancia al texto, al mensaje, a la semanticidad, a la prosodia, a la belleza del lenguaje, a la estructura de la historia, por un lado, y la vertiente que daba mayor importancia a la melodía, las armonías, las texturas y la estructura que a una obra de envergadura podía dar la música, por otro. Esta dicotomía continuó hasta bien entrado el siglo XIX. La ópera no fue ajena a ello y, por ende, el oratorio. Siendo estas dos formas bien distintas, a pesar de que comparten casi al completo su forma, resultaron más profundas sus diferencias: las salas en las que iban a ser interpretadas (no tanto los públicos que asistían), el propio motivo que generaba su producción, el elemento didáctico y evangelizador de una y no de otra (aunque sí compartían el empeño moralizante) y, en cuanto a los ciclos anuales que vertebraban la vida de la sociedad, las funciones que obtuvo el oratorio en el Propio del Tiempo y en el Propio de los Santos.
En el cénit de la popularidad de Georg Friedrich Händel, a raíz de la composición en 1749 de la Música para los reales fuegos de artificio y de la tradición que generó la representación anual de The Messiah, se crea el oratorio Theodora, estrenado un lunes 16 de marzo de 1750, en plena Semana Santa, no en una iglesia, sino en el mismo lugar en que se estrenó el celebérrimo coro “Hallelujah”: el Covent Garden de Londres. Theodora es una mártir que sufre, consecuentemente, la incomprensión y la persecución, con el añadido dramático de la conversión de uno de los protagonistas al Cristianismo, en el momento en que esta religión era no solamente prohibida sino también perseguida hasta que en el año 313 d.C. el emperador Constantino decidiera convertirla en religión del imperio a través del Edicto de Milán. Cuenta, pues, una historia de opresión al que, como en la mayor parte de los clásicos imperecederos, se añade una historia de amor. La historia es bellísima, y está explicada por Thomas Morell en un libreto exquisito en cuanto al uso del lenguaje, no tanto en cuanto al ritmo dado a la obra. Crítica: «Theodora» Las Palmas
Continuando con su camino de éxito cultural y social, y con la calidad como premisa, el International Bach Festival vuelve a sus orígenes en esta novena edición, con una serie de conciertos de diverso formato que tienen en este oratorio el mayor esfuerzo de medios. Con el alma mater de Michael Gieler (viola solista de la Royal Concertgebow de Amsterdam) y Adriana Ilieva (viola solista de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria), el festival une en el escenario a estudiantes cualificados y a músicos de ambas orquestas: el resultado es elogiable. El escenario de la sala sinfónica del Auditorio Alfredo Kraus presentaba a la izquierda a una orquesta de 22 instrumentistas, a la derecha a los cantantes solistas, y detrás y en dos líneas frontales de cara al patio de butacas, 11 voces masculinas y 15 voces femeninas del Coro de Cámara Mateo Guerra perteneciente a la Fundación Orquesta Filarmónica de Gran Canaria.
Kent Moussault sustituía a última hora a Michael Gieler en la dirección musical de la obra. Ganador por unanimidad del primer premio del Concurso de Directores de Budapest en este 2023, el joven director mostró dominio, templanza, y un buen proceder en los tempi y fraseos en interpretación barroca. La orquesta, con un número inferior de estudiantes canarios que en otras ocasiones, sonó con una tímbrica muy equilibrada y bella, con gran melancolía en los momentos solo orquestales, buen dominio de la práctica del continuo en los recitativos, y resolución en los pasajes virtuosos, encomendados en esta obra sobre todo a la parte aguda de a cuerda. Recordemos que durante el barroco se polarizan los extremos de las voces e instrumentos, y se establece la jerarquía entre las partes agudas, generalmente encargadas de la melodía, y el resto, en forma de acompañamiento.
El Coro de Cámara Mateo Guerra dirigido por Luis García Santana, fue uno de los más sacrificados en la reducción que sufrió la obra. Aún así, dispuso de muy buenos momentos de equilibrio y empaste en la homofonía, y vigor en las secciones contrapuntísticas que separaban a las cuatro voces (aquí sí se hicieron notar las diferencias vocales), destacando la plenitud y línea de las voces femeninas medias (6 contraltos frente a 9 sopranos, un conjunto de 3 que intercambiaron tesitura como refuerzo en algún momento puntual).
Tania Lorenzo Castro, muy comprometida, disfrutó e hizo disfrutar. Con la partitura prácticamente de memoria (algo poco habitual en oratorios interpretados por cantantes con una gruesa agenda profesional como lo es la suya), la soprano grancanaria dramatizó el texto y la música en esta versión, que no tenía escenificación, y su voz grande y líquida en los medios y agudos fue bien calibrada en técnica y estilo, lo que mostró gran conocimiento de la usanza barroco. El protagonismo de este rol, que da nombre a la obra, estuvo a la altura de su interpretación. El prohibir la participación de las mujeres en los coros litúrgicos forzó la aparición los castrati para las voces agudas en aquellos roles que debía desempeñar un adulto (las voces blancas de los niños no funcionaban desde el punto de vista escenográfico ni en la ópera ni en el oratorio). Maayan Licht , contratenor de timbre limpio y bello, y volumen medio, tuvo su momento personal en “Kind Heaven, if virtue be thy care”, con una interpretación exquisita unas veces, más cerca lo popular en el siglo XX, otras. Pesó mucho más, pero, su dominio de la técnica, muy atractiva para el público en el siglo XVIII y en la actualidad. Crítica: «Theodora» Las Palmas
La mezzosoprano Gunhild Alsvik tuvo una gran presencia en el escenario. Su voz contiene una bella carga de oscuridad en los medios y graves, y limpieza en los agudos. En cuanto al arte de su canto, es delicado pero preciso establecer el equilibrio entre el barroco y el belcanto decimonónico, y parece que ella no lo tuvo tan claro.
El tenor Steven van der Linden fue, junto a la soprano, lo mejor de la noche. Lástima que su rol tuviese menor presencia en la obra. Su interpretación fue elegante y su línea de canto fluida, y la resolución de los melismas fue más que holgada. El bajo Bozhidar Bozhkilov, de bella voz grande y timbre destacable, estuvo fuera de estilo. No tenemos registros sonoros de 1750, por lo que musicológicamente es difícil establecer qué sí y qué no está en estilo, más allá de la interpretación que podamos hacer de los tratados de canto y de las partituras (que no son la música, sino una guía para la música). Sería muy interesante escuchar a este intérprete en el repertorio verista.
Con una duración de 102 minutos los dos primeros actos, y unos 22 minutos el tercero, parece que la pausa después del Acto II fue interpretada por una parte importante del público como final del concierto. Fuera esa la razón, o cualquier otra, lo cierto es que después de esa pausa se ausentó casi la mitad del primer anfiteatro. Por tanto, es más que pertinente decir que la confección de un buen programa de mano se recupere en estos conciertos, y figuren en él texto (la obra se interpretó casi al completo con alguna mínima supresión), número de actos y duración de los mismos, pausas y, lo que es más que deseable, unas notas al programa de mano que, si se hacen con rigor y ritmo, contribuyen a despertar aún más el interés de un público, a veces reticente, precisamente por la presentación anacrónica de estos espectáculos que, siendo exquisitos, fueron creados para una sociedad muy distinta hace hoy casi 275 años.
Por excepcional es reseñable que de forma extraordinaria sonase la llamada a un teléfono móvil en la sala ¡dentro del escenario! El móvil de uno de los cantantes se oyó justo al acabar la música de comienzo del Acto III, y todo quedó en la única y simpática dramatización de la velada. El tercer acto no pareció aportar nada a la historia que no pudiera resolverse en los dos primeros actos (en esta ocasión justo antes de la pausa). La pausa para 22 minutos más de buena música era prescindible.
Es una oportunidad, y un placer, escuchar estas obras que normalmente no están en repertorio. Theodora, aunque dramatúrgicamente en ocasiones baja el ritmo, en lo musical es una joya que nos hace cuestionarnos cómo es posible que, normalmente, no esté en repertorio.
5 de abril de 2023, Las Palmas de Gran Canaria (Auditorio Alfredo Kraus). Theodora Oratorio de G. F. Händel.
Director musical: Kent Moussault
Solistas: Tania Lorenzo, Maayan Licht, Gunhild Alsvik, Steven van der Linden, Bozhidar Bozhkilov