Por Luc Roger Crítica Tristán Isolda Bayreuth 2024
El director islandés Thorleifur Örn Arnarsson (46), que debuta este verano en Bayreuth, es muy conocido en el mundo del teatro alemán. Después de estudiar en Berlín, desde 2010 dirige producciones de teatro y ópera en numerosas casas de ópera alemanas. Apasionado de la mitología, en la temporada 2017/18, estrenó en Hannover una nueva producción de las Edda, la gran compilación de relatos de la mitología nórdica, con la cual obtuvo en 2018 el premio Faust en la categoría de puesta en escena. Posteriormente, la obra se representó en el Burgtheater de Viena. Arnarsson afirma apreciar la complejidad y profundidad de las obras de Wagner. Su Tristán e Isolda es la cuarta ópera de Wagner que dirige, después de su Lohengrin de Augsburgo, su Sigfried de Karlsruhe y su Parsifal de Hannover. Crítica Tristán Isolda Bayreuth 2024
En esta producción se ha propuesto ofrecer recursos para interpretar la complejidad de la ópera e invitar al público a embarcarse en un crucero de emociones. Compara el trabajo con una fórmula matemática compleja, un álgebra inmensa que no conduce automáticamente a un resultado definido. Su sugerente enfoque nos ha parecido evocador y simbolista, una sublimación de sensaciones y percepciones que rechaza la demostración pero connota complejidad al abrir el campo a la interpretación personal. Su enfoque invita al espectador a convertirse en actor en la recepción de la obra. Estamos, ¡por fin! en las antípodas de esa regiduría escénica en la que el director se atribuye el derecho de anteponer sus propias ideas a las del poeta-compositor. Arnarsson, fascinado por la complejidad wagneriana, se niega a comprenderla aplicando una fórmula simplificadora, siendo consciente de que el material del libreto y de la composición siguen siendo inagotables. Crítica Tristán Isolda Bayreuth 2024
El escenario en el primer acto se muestra casi desnudo: la cubierta de un barco es sugerida por una veintena de drizas que caen de las perchas mientras que el fondo del mismo está cubierto por una alfombra de nubes. El puente del barco ha sufrido daños no reparados, lo que forma un enorme agujero. Toda la atención se centra en el gran óvalo del vestido de crinolina blanco de Isolda, cuya parte inferior se ensancha y muestra multitud de inscripciones que pronto descubrimos están siendo grabadas por ella misma. Su blanco atuendo podría ser el de una novia, pero, mal augurio, la blancura se tiñe de negro. La magnitud del contorno del vestido impide el movimiento, Isolda queda inmovilizada, prisionera de su traje como lo es del ganador de Morholt. Las mangas extragrandes con hombros abullonados le dan la silueta de un ángel. Pero ¿qué son esas inscripciones negras que Isolda dibuja en su vestido y que no podemos descifrar? ¿Son los versos del poema wagneriano? ¿Runas mágicas que la protegerían? ¿Está escribiendo la historia de su pueblo, del asesinato de su héroe, los Morholt? ¿Es un diario, una inmersión en el inconsciente del que quiere seguir la pista? La puesta en escena abre la caja de Pandora de posibilidades. Cuando se deshace del vestido veremos una enagua formada por largas y estrechas tiras de tela en las que lucen todas las filacterias de la prisionera. Y jirones de este vestido lo acompañarán hasta el momento de la muerte. Tristán guardará una parte del mismo en el que sumergirá su rostro para respirar el perfume de la mujer que ama.
A lo largo del primer acto, los protagonistas sólo realizan pequeños movimientos. Isolda, inmovilizada, sufre por la imposibilidad de lograr lo que desea. Y si la acción exterior es pobre, todo el énfasis se pone en lo que ocurre dentro de su persona, en la inconmensurable carga emocional que expresa la música y que se exterioriza en el canto. El tercer acto es un reflejo del primero, será el turno de Tristán de quedar inmovilizado a la espera de un barco que traiga de vuelta a su amada y a continuación inmovilizado por una agonía durante la cual se arrastrará hasta el suelo aplastado de dolor antes de exhalar.
A la sencillez escénica del primer acto, enteramente centrado en la figura hierática de Isolda, le sigue en oposición el extremo desorden del segundo acto, que el director sitúa en la bodega del barco, del que podemos ver un camarote. Oculta un desorden que incluye una serie incalculable de objetos amontonados confusamente, una masa de objetos que podrían haber hecho las delicias de un gabinete de curiosidades. Vemos dos estatuas de atlantes que sostienen un balcón, lavabos de mármol, ruedas dentadas, antiguas estatuas clásicas, bajorrelieves enmarcados, animales disecados, pinturas que incluyen un romántico paisaje portuario de Caspar David Friedrich, un cuadro que, a modo de puesta en abismo, evoca el viaje, el tiempo que pasa lentamente, una invitación a sumergirse en la infinidad de posibilidades, y también cierta melancolía. Una modesta y pequeña Venus enjaulada parece estar mirando una estatua atlética desnuda que porta un casco: ¿es este el dios Marte? ¿Vendrá Tristán a liberarla de la jaula que la aprisiona para hacer posible el amor? También vemos trofeos y armaduras, un mapamundi antiguo, objetos que constituyen la panoplia de un personaje heroico, pero que fueron descartados en esa bodega, como metáfora de la transformación de Tristán, que puso fin a su vocación de héroe.
En el techo de la bodega vemos los tablones derrumbados de la cubierta dañada. Esta brecha es como una puerta abierta entre dos mundos: el mundo antiguo que presenció la batalla de los héroes y la victoria del guerrero Tristán, el mundo más misterioso de las profundidades íntimas de los dos protagonistas. Tristán e Isolda han descendido a este lugar donde las cosas viejas se acumulan como para deshacerse de la escoria de su propio pasado y realizar la luminosa novedad de su amor que, a pesar de la latente pasión, seguirá siendo casto. Se acercan sin tocarse todavía, se rozan y llegan incluso a besarse. Las luces de la bodega, inicialmente sumida en la oscuridad, la irán haciendo visible poco a poco. Una fuente de luz dorada proveniente de lo más profundo iluminará a los dos amantes. El fondo de la bodega tal vez esconde también una brecha, ¿sería el paso a otro universo, más luminoso, como una promesa de un más allá paradisíaco? Durante su inesperada llegada, cuesta distinguir al rey Marke, de largo abrigo negro, que parece perdido entre los recuerdos del pasado. Pero esta llegada pone fin para siempre, al menos en el mundo de los vivos, a la naciente unión de Tristán e Isolda.
La escenografía del tercer acto es una continuación de los dos primeros. El barco ahora está desmantelado y sólo quedan de él algunas partes del casco. Los objetos que contenía se compactan en una gran pila de desechos listos para ser evacuados o entregados a las llamas. Todo el mundo antiguo se está desmoronando. Tristán, lánguido y exhausto, se confunde con el montón de basura del que pronto lo veremos emerger. El gran acto de Tristán presenta a un hombre moribundo que canta mientras se arrastra tirado en el suelo. Junto al vestido de Isolda, del que cuelgan jirones, encontramos otros leitmotiv escénicos como el tema del ángel, ya mencionado en la evocación de la silueta de la princesa. En el segundo acto, un ángel dorado de tamaño humano domina la parte superior del casco. Parece llevar una rama en una mano y en la otra sostiene una bola dorada que podría ser una fruta dorada, atrevámonos a decir una manzana. ¿Existe la promesa de un futuro mejor donde reinarán la paz y el amor? En el tercer acto el manto del pastor también le confiere el perfil de un ángel. El frasco que contiene el filtro de la muerte reaparece en varias ocasiones, más de lo que estipula el libreto, reemplazando el golpe de espada que Melot le da a Tristán. La puesta en escena tiene sin duda muchas otras riquezas que habrá que percibir visionando la grabación. Crítica Tristán Isolda Bayreuth 2024
Symon Bychkov, el gran director straussiano, malheriano y wagneriano, nos ha regalado uno de los mejores Tristán que hemos escuchado en los últimos años. El maestro, que ya dirigió Parsifal en Bayreuth, conoce bien la particular acústica del foso. Respeta escrupulosamente las indicaciones de tempo y los matices dados por el compositor («sehr lebhaft», «bewegt»), pero también los silencios. Interpreta con precisión los leitmotivs en el desarrollo de sus variaciones, que también ilustran la evolución interior de los protagonistas. Desde el preludio, desde el acorde de Tristán, —con toda la tensión que contiene—, un acorde que el maestro define como una prisión (pero también como un sueño y un deseo ardiente, una prisión de la que queremos salir), entendemos que hará que la orquesta transmita las tensiones emocionales y el viaje psicológico de los personajes. Más allá de la obvia calidad técnica, Bychkov, enteramente al servicio de la música y muy respetuoso con los cantantes, nos toca íntimamente con su interpretación emocional, espiritual, de la obra. Sólo eso habría hecho que la velada fuera mágica.
Camilla Nylund debutó en Bayreuth en 2011 en el papel de Elisabeth. Cantar Isolda es la culminación de un largo camino y un intenso trabajo del que la cantante está recogiendo ahora los frutos. Ofreció una Isolda consumada y demostró una resistencia excepcional hasta el último aliento, «höchste Lust», de un notable ‘Liebestod’. Prisionera, casi inmovilizada en su enorme vestido del primer acto, expresa la complejidad de los sentimientos y variaciones emocionales de la princesa encarcelada. Excelente actor, Andreas Schager lleva a su Tristán a un nivel de perfección y potencia pocas veces alcanzado, que aún supera lo que pudimos escuchar en Viena hace dos años: la proyección y el fraseo son impecables, el volumen de su voz deja atónito… Su tercer acto, en el que retrata a un ser en agonía, devastado por el dolor de la espera, que despierta de la muerte que parecía habérselo llevado para morir de nuevo, es de una belleza dramática deslumbrante. ¡Qué energía! ¡Qué temperamento! ¡Qué vitalidad! Christa Mayer, en sustitución de Ekaterina Gubanova, nos regaló una Brangäne cuya intensa fuerza interior intuimos, abordando con gran fuerza expresiva este papel que ya ha practicado con éxito varias veces en la colina verde. La calidad de su presentación hace que su texto sea perfectamente comprensible. Con su oscura voz de barítono, Olaf Sigurdason retrata a un Kurwenal sólido, con los pies firmemente anclados en la tierra. Sólo Günther Groissböck pareció perdido entre el caótico escenario del segundo acto, del que salió con gran dificultad, sin lograr expresar el patetismo del rey Marke. Los papeles secundarios estuvieron todos bien defendidos.
Los cantantes, la orquesta y el maestro Byschov recibieron una gran ovación. El equipo de producción recibió una recepción más contrastada, entre aplausos y abucheos. Nos quedamos con los aplausos.
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Bayreuth Festspiele, 25 de julio de 2024: Tristan und Isolde de R. Wagner. Dirección musical: Semyon Bychkov. Dirección escénica: Thorleifur Örn Arnarsson. Escenografía:
Vytautas Narbutas. Diseño de vestuario: Sibylle Wallum. Dramaturgia: Andri Hardmeier. Diseño de iluminación: Sascha Zauner.
Reparto: Tristan – Andreas Schager, rey Marke – Günther Groissböck, Isolde – Camilla Nylund, Kurwenal – Olafur Sigurdarson, Melot – Birger Radde, Brangäne – Christa Mayer,
Pastor – Daniel Jenz, Timonel – Lawson Anderson, Joven marinero – Matthew Newlin.
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