Crítica: «Tristan Isolde» Maestranza Sevilla Por Gonzalo Roldán
La recién inaugurada temporada del Teatro de la Maestranza de Sevilla presentó una producción propia de Tristan und Isolde, el drama musical en el que Richard Wagner plasmó su elevada concepción del amor. Con sólidos pilares en el elenco vocal, la dirección musical de Henrik Nánási y una propuesta escénica inteligente a cargo de Allex Aguilera, esta producción resolvió dignamente la dificultad que supone llevar a escena una de las partituras más complejas y exigentes del siglo XIX.
Asistir a una representación de Tristan und Isolde ofrece la oportunidad de descubrir la versión más sincera y trascendental del ánima creativa del compositor. Wagner, quien declaraba no haber conocido la verdadera felicidad del amor, dedica este esfuerzo creativo a la expresión más sublime de este sentimiento, hasta el punto de representa al final del drama la esencia eterna del mismo. La partitura es perfecta; cada parte vocal está cuidadosamente ensamblada en un complejo entramado tímbrico, así como cada instrumento de la orquesta cumple una función dialéctica concreta. Esto permite que toda la acción se articule en torno al amor como sentimiento: el amor contenido del primer acto, el apasionado del segundo o el sublimado del tercero.
Estas consideraciones previas han estado presentes en el ideario estético de Allex Aguilera a la hora de diseñar la escenografía. La coherencia cromática, la simbología de los paisajes o la definición precisa de las posiciones de los personajes, elevados a través de la iluminación a una categoría icónica, son algunos de los aciertos del director de escena. Sobre una plataforma ligeramente inclinada -que hace las veces de cubierta de barco o pavimento arquitectónico-, los personajes aparecen al entrar en su luz o desaparecen en la oscuridad de lo desconocido que la rodea. La inteligente iluminación de Luís Perdiguero va centrando la atención del público, mientras que dos paramentos verticales, situados en oblicuo con respecto a la plataforma central, conducen la visión al centro. Los intérpretes destacan, a su vez, sobre una proyección de video dinámica, obra de Arnaud Pottier, de enorme contenido simbólico: un mar embravecido sobre el que navega la nave de Tristán representa el torbellino de emociones del primer acto; un colorido jardín que se trasmuta en agreste zarzal enmarca el idilio de los amantes y presagia su fatal sino en el segundo acto; y, finalmente, una arquitectura antigua que mira al mar evocan la gloria pasada del héroe y su anhelo por reencontrarse con Isolda. Crítica: «Tristan Isolde» Maestranza Sevilla
La economía de medios en escena limita la utilería a pequeños objetos que portan los personajes, tales como el filtro de amor, el cáliz donde lo beben, las espadas o la antorcha que Isolda apaga para avisar a Tristán. Solo destaca frente al espacio arquitectónico sugerido una gigantesca corona, que al final del segundo acto cae de forma simbólica sobre la pareja de enamorados, con la aparición del rey Marke; el dorado aro los apresa al descender, convirtiéndose en una metáfora del destino fatal en que se encuentran confinados los protagonistas. También hay que mencionar el vestuario diseñado por Jesús Ruiz, que refracta hábilmente la luz e ilumina a cada personaje, particularmente a Isolda en el momento de la sublimación final.
Para la producción sevillana se ha escogido un reparto de gran solvencia. No en vano, se trata de un prodigioso monumento a la voz y a sus múltiples cualidades, llevadas hasta altas cotas de exigencia técnica en la escritura wagneriana. En este sentido, hay que destacar la magnífica voz de la soprano Elisabet Strid al recrear la Isolda de la Maestranza, verdadera protagonista de la acción. La presencia en escena que Wagner le dedicó se extiende a lo largo de los dos primeros actos al completo, así como a la conclusión del tercero; tal exhaustivo ejercicio expresivo y vocal exigen una resistencia y fuerza vocal excepcionales, que la soprano sueca defendió con éxito. En este sentido, Elisabet Strid superó las expectativas que su exitosa carrera de por sí habían creado, desplegando brillo y belleza en lo vocal, coherencia semántica y dinamismo escénico. Desde las diatribas llenas de rabia del primer acto hasta el momento de Liebestod final, su parlamento musical estuvo siempre presente y perfectamente articulado, resaltando con una maravillosa dicción la unión entre música y texto que Wagner concibió. Junto a una gran Isolda debe compadecer un Tristán a la altura, como fue el caso del tenor Stuart Skelton, que ha representado este papel casi un centenar de veces. En este sentido, su veterana y fornida voz y su desenvoltura técnica compensaron las limitaciones actorales del cantante. Con su voz segura y plena de matices elevó su versión del personaje a los estándares de calidad que todo héroe wagneriano demanda. No sólo dio la réplica oportuna a Isolda en sus escenas a dúo, sino que también definió con enorme patetismo y musicalidad el exigente monólogo del tercer acto, al que se llega tras dos horas y media cantando y le exigió cantar buen parte del mismo tumbado y con un carácter agonizante.
El resto de los roles secundarios fueron igualmente solventes y oportunos tanto en prestancia escénica como en calidad técnica. Destacó el bajo Albert Pesendorfer como rey Marke, que a su rotundidad unió una cadencia y solemnidad muy a propósito para el papel. También fue buena la labor del barítono Markus Eiche, quien destacó tras la sombra del héroe, brillando vocalmente con luz propia. Hay que lamentar, sin embargo, la afección vocal de la mezzosoprano Agnieszka Rehlis, que interpretaba a la fiel criada Brangania. Aunque defendió dignamente el personaje, su voz se percibió mermada de potencia –sobre todo en los graves- y la complejidad del primer acto, donde da continuas réplicas a Isolda, finalmente la quebró en el segundo acto, al punto del canto de la centinela. Tres roles menores, pero exigentes, fueron magníficamente encarnados por cantantes españoles: la breve parte del timonel que conduce el barco de Tristán hacia Cornualles, donde Juan Antonio Sanabria desplegó gran belleza tímbrica; el traidor amigo del héroe Melot, que interpretó dignamente Fernando Campero; y el pastor de Kareol, que construyó con gran credibilidad Jorge Rodríguez-Norton.
No se puede concluir la valoración positiva del Tristán e Isolda que inauguró la temporada de la Maestranza sin hablar de la parte instrumental, a la que Wagner da tanta importancia en su obra. La magnífica sonoridad de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, su riqueza tímbrica y la potencia expresiva desplegada bajo la dirección de Henrik Nánási resultaron, en su conjunto, cautivadoras desde el primer acorde. No en vano, el director está reconocido como una de las batutas más solventes del actual panorama operístico. Los tres preludios de cada acto sonaron majestuosos, a modo de breve trasunto orquestal de la acción. Por otra parte, el complejo trabajo de los leitmotivs asociados a los protagonistas fue realizado con la exactitud y el equilibrio justos. En definitiva, Nánási consiguió que cada nota, timbre o unidad motívica ocuparan su preciso lugar en el contexto semántico de este monumental drama musical, que el público presente en la Maestranza ovacionó profusamente. Crítica: «Tristan Isolde» Maestranza Sevilla
Lugar y fecha: Teatro de la Maestranza (Sevilla), 30 de septiembre de 2023.
Tristan und Isolde, drama musical en tres actosde Richard Wagner (1865) con libreto del propio compositor.
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección Musical: Henrik Nánási
Coro del Teatro de la Maestranza (director: Íñigo Sampil)
Dirección Escénica: Allex Aguilera. Diseño de vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación: Luís Perdiguero. Video: Arnaud Pottier.
Reparto: Stuart Skelton (Tristán), Elisabet Strid (Isolda), Agnieszka Rehlis (Brangania), Markus Eiche (Kurwenal), Albert Pesendorfer (Rey Marke), Jorge Rodríguez-Norton (Pastor/Marinero), Fernando Campero (Melot), Juan Antonio Sanabria (Timonel).