Crítica: «Tristan und Isolde» Valencia Por Pedro Valbuena
Isolda y Tristán, que así fue
Llega a la sala principal de Les Arts esta magnífica producción de Tristan und Isolda, que se ideó para la Ópera de Lyon, y que se representará en recinto valenciano los días 20, 23, 26 y 29 de abril y 3 de mayo. Crítica: «Tristan und Isolde» Valencia
Estrenada en Munich en 1865, fue el resultado del arduo trabajo de dos años, en el que Wagner hizo una apuesta decidida y arriesgada por lo que el llamaba “la música del porvenir”. En esta nueva visión de la ópera (o drama musical, como él mismo prefería definirla), se avanzó definitivamente hacia la disolución de la armonía y de las formas estructurales que habían marcado la esencia de la música académica europea desde hacía cuatro siglos. “Quiero una melodía libre, independiente, sin trabas…” llegó a expresar el propio Wagner. Para ello sacrificó todas las convenciones previas, y lo puso todo en función del drama, y más concretamente del propio personaje, al cual atribuyó un tema musical melódico o armónico que le identifica en todo momento, incluso cuando no se encontraba presente en la escena. Es el denominado Leitmotiv. Uno de los más bellos que concibió su imaginación fue el denominado Acorde de Tristán, ya presente en el segundo compás del preludio. El texto y las indicaciones escénicas son también del propio compositor. Crítica: «Tristan und Isolde» Valencia
James Gaffigan, director titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, vuelve a Les Arts para enfrentarse a esta ópera de proporciones enormes, y lo hace de forma correcta, pero yo diría que poco más. Comenzó el preludio con un fraseo empalagoso y lento, y después se limitó a sujetar a los músicos, y a marcar uno por uno los miles de compases de que consta esta partitura. La música de Wagner está tan bien escrita que, si el elenco está a la altura de las circunstancias, es muy difícil estropearles el trabajo. Y lo cierto es que, en general, todo fluyó convenientemente, aunque un momento tan mágico como el final del duetto en que los protagonistas se enamoran merced a un bebedizo, fue machacado incomprensiblemente por un acorde fuera de control. Hubo algún desajuste más, pero también hubo muchos aciertos, la orquesta permaneció fiel a la batuta y los fraseos elegantes se escucharon en muchas ocasiones. La sonoridad del conjunto, que se había dividido en cuerdas a la izquierda, y metales y percusión a la derecha, fue un acierto, logrando el equilibrio en la textura y permitiendo a todos los instrumentos solistas emerger con comodidad.Crítica: «Tristan und Isolde» Valencia
Los cantantes fueron en términos generales excelentes, pero claro, debemos matizar. Protagonista indiscutible de la noche fue la Isolda que cantó Ricarda Merbeth. La soprano alemana, especializada en Wagner y Strauss, guarda una estrecha relación con la Ópera de Viena. Su poderosa voz se encargó de hipnotizar a la sala a lo largo del primer acto, sin mostrar fisura alguna, y haciendo gala de un instrumento potentísimo, homogéneo y de cálido timbre. En ningún momento se resintió la afinación, y para cuando reapareció en el tercer acto, su voz permanecía prodigiosamente intacta, sin acusar el más mínimo indicio de cansancio. Musicalmente fue intachable. Arena de otro costal fue la lectura dramática del personaje, que devino anticuada y un tanto histriónica, con gestos grandilocuentes y afectados. En esta teatralidad forzada cayó también el resto del reparto, de lo cual deduzco que se trató de instrucciones dadas por Álex Ollé, el director de escena, que quizá quiso rendir de este modo un velado homenaje a las interpretaciones tradicionales de la obra. En cualquier caso si fue así, no se entendió. Claudia Mahnke encarnó a Brangäne convincentemente, y supo captar la atención del público a través de un personaje cuyo peso específico es limitado , pero que ella defendió extraordinariamente bien. Al igual que Isolda, supo mantenerse en un volumen adecuado, y su afinación permaneció a salvo en todo momento. Su precioso timbre de mezzo se desplazó desde lo tierno a lo trágico, y supo ocupar un lugar secundario desde donde destacar sin obstruir. Me temo que la peor parte en este texto se la va a llevar Tristán, que estuvo totalmente superado por las dificultades desde el principio. Stephen Gould está considerado como uno de los mayores especialistas en Wagner del mundo, y algunas de sus interpretaciones tienen carácter legendario, pero esta noche no fue la suya. Su fiato se resintió en varias ocasiones y su hermoso timbre quedó calante en demasiados pasajes, sobre todo en el registro agudo. Tampoco se le vio resuelto subiendo escaleras por la escena o bajando escabeles. En conjunto, el vibrante y apasionado muchacho que cae fatídicamente enamorado de Isolda, no apareció por ningún lado. El rey Marke, que es a la vez un personaje detestable y entrañable, contó con la voz del bajo Ain Anger. Me impresionó mucho la belleza y profundidad de su registro grave, pero me convenció menos en los agudos, que quedaron algo estrangulados. No obstante su aparición en escena era siempre contundente, y resultó creíble como actor. Kurweval, hombre de confianza de Tristán, estuvo interpretado por el barítono Kostas Smoriginas, que en realidad se mostró muy superior a su señor en lo dramático, puesto que su presencia física le daba ese matiz. Cantó correctamente y su voz, algo ligera para este repertorio, se mantuvo afinada y homogénea. Martín Pirskorski representó el doble papel del marinero que canta in disparte, y el pastor que da replica a los protagonistas en las partes recitadas. Su voz, fresca y juvenil, no pudo apreciarse plenamente por exigencias del guión, ya que debía cantar en la lejanía, pero me pareció de un timbre verdaderamente muy bonito. Moisés Martín y Alejandro Sánchez, ambos procedentes del Centre de Perfeccionament de Les Arts, cantaron los papeles de Melot y un timonel respectivamente. En ambos casos con suma profesionalidad unieron sus jóvenes voces a un elenco de cantantes veteranos, entre los cuales se encontraron aparentemente cómodos. Crítica: «Tristan und Isolde» Valencia
El Cor de la Genenralitat Valenciana, tuvo esta vez una intervención muy limitada. No aparecieron en escena, y tan sólo cantó la sección masculina desde la tramoya del teatro. Una actuación algo deslucida, pero que consiguió ahorrar vestuarios, maquillajes y ensayos de una parte bastante irrelevante de la historia. La Orquestra de la Comunitat Valenciana, tampoco dio lo que se esperaba de ella, en parte porque estaba reforzada por bastantes músicos que no forman parte de su plantilla habitual. Lo que se sumó en volumen se restó en precisión, y varios pasajes sonaron abiertamente desafinados, como el pasaje en que acompañaba al coro, precisamente. Inseguros estuvieron los acordes que cerraban solemnemente los actos segundo y tercero. En este último se produjo una sensación especialmente frustrante.
La escenografía de Alfons Flores fue otro de los platos fuertes de la noche. Una impresionante esfera, suspendida desde la parte alta del escenario, hizo las veces de luna, palacio y nave metafísica hacia el más allá. Descendiendo lentamente desde el inicio de la ópera, vino a posarse sobre las tablas en el tercer acto, y su concepción, a la vez cóncava y convexa, la convirtió en un espacio versátil, que servía de contexto perfecto a los diferentes estadíos del argumento. Sobre ella, y a su alrededor, se proyectaron las oníricas imágenes concebidas por Franc Aleu, que unas veces emulaban al mar, y otras modulaban su textura externa, confiriéndole personalidad propia, y convirtiéndola en un personaje más de esta tragedia sobrecogedora. Extraordinario también el trabajo de iluminación de Urs Schónebaum, que ayudó a convertir el escenario en un espacio vibrante y sometido a mutaciones que generaban delicados efectos. La última imagen de la ópera consiguió que las cosas transitasen desde el plano humano al divino. Una Isolda, que se resiste a morir, sostiene en sus brazos el cuerpo exangüe de su amado, y como en una Pietá contemporánea, que trasciende el tiempo y el espacio, se disuelve en la luz de la eternidad. Impactante final, si señor. Crítica: «Tristan und Isolde» Valencia
La velada fue larga, para qué nos vamos a engañar, y el segundo acto resultó algo anodino, en parte porque contiene la música menos inspirada, y en parte porque la acción se ralentiza, pero en líneas generales se trató de una representación de calidad. El público, exhausto por la carnicería final, y por las casi cinco horas de duración, aplaudió con comedimiento y desalojó la sala con inusitada diligencia.
Valencia, 20 de abril de 2023. Palau de Les Arts. Tristan und Isolde de Wagner. James Gaffigan, dirección musical. Álex Olle (La fura dels Bous), dirección de escena. Riccarda Merbeth, Stephen Gould, Ain Anger, Kostas Smoriginas, Moisés Marín, Claudia Mahake, Martín Pirskorski, Alejandro Sánchez. Alfons Flores, escenografia. Josep Abril, vestuari. Urs Schónebaum, iluminación. Franc Aleu, video. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana.