Crónica del Rossini Opera Festival: Veinte años después del debut de Juan Diego Flórez

Crónica del Rossini Opera Festival: Veinte años después del debut de Juan Diego Flórez
Crónica del Rossini Opera Festival: Veinte años después del debut de Juan Diego Flórez

Hace exactamente dos décadas, un jovenzuelo de 23 años dejaba literalmente con la boca abierta a propios y extraños. Era un total desconocido, de nombre Juan Diego Flórez, que venía a sustituir a un cantante consagrado (el norteamericano Bruce Ford, uno de los mejores tenores rossinianos de entonces pero que ya empezaba a dar signos de una cierta fatiga), en el protagonista masculino de la ópera inédita de Gioachino Rossini “Matilde di Shabran”. Un chico peruano formado en los Estados Unidos, donde había sido apadrinado por la gran Marilyn Horne. Los oídos no daban crédito: había nacido un tenor rossiniano, la reencarnación de los tenores míticos del siglo XIX (David, Rubini, Mario…), pero en versión modernizada. Con una apabullante perfección técnica y una voz infinitamente más bella que sus predecesores, además de un talento teatral innato. Y, por supuesto, con un entusiasmo y unas ganas de comerse el mundo apabullantes, aunque siempre bien aconsejado por su mentor (Ernesto Palacio, su compatriota y actual director artístico del ROF, además de un destacado tenor rossiniano en su momento) para no tomar decisiones insensatas que hubieran podido dañar ese material de oro.

Desde entonces, el artista limeño, un auténtico ‘mirlo blanco’ y una joya para el Festival Rossini, como señaló el sobreindendente, está muy vinculado con esta ciudad adriática, en la que vive e incluso acaba de hacerle ciudadano honorario y donde también ha nacido su hija. Él ha querido corresponder con “La Donna del Lago” y un concierto conmemorativo en el que participaron numerosos amigos, algunos ya veteranos (Nicola Alaimo, Pietro Spagnoli) pero casi todos de la nueva generación (destacando Chiara Amarù, Pretty Yende, Salome Jicia, Michael Spyers o las españolas Ruth Iniesta y Marina Monzò, sobresalientes ejemplos de la Accademia Rossiniana, que con tanto tino y esmero dirige Alberto Zedda.

La gala estuvo muy bien planteada, pues recogía todos los títulos abordados por Flórez en el ROF, tanto farsas y óperas cómicas (“Il signor Bruschino”, “Il barbiere di Siviglia”, “La Cenerentola”, “Il viaggio a Reims”, “Le Comte Ory”, serias (“La Donna del Lago”, “Otello”, “Zelmira”), o la propia “Matilde di Shabran”, su ópera-fetiche, interpretada dos veces más en una producción diferente. También hizo aquí su único Arnold en “Guillaume Tell”, un papel que marcó sin duda el límite de sus posibilidades, pero que afrontó muy inteligentemente desde sus medios de tenor lírico, sin forzarlos. Únicamente faltó algún ejemplo de las cantatas y la música sacra del Cisne de Pésaro, que el tenor también ha interpretado aquí (como la “Petite Messe” o la “Misa de Gloria”, con su ‘incantable’ solo).

Todo ello iba acompañado de imágenes de los montajes en los que había intervenido Flórez, con lo que fue un viaje a la memoria. Una pequeña biografía musical con “lo mejor de Rossini”, a la que se sumaron la Orquesta y Coro del Teatro Comunale de Bolonia, muy bien dirigidos por el maestro norteamericano Christopher Franklin. 

“La Donna del Lago”: una gran fiesta vocal

Considerada como la ópera más decididamente romántica de Rossini, “La Donna del Lago” está toda ella imbuida de un halo de melancólica nostalgia, de recuerdos y evocaciones. Está basada en el célebre relato de Walter Scott “The Lady of the Lake”, que puso de moda en toda Europa la imagen de una Escocia idílica. Pero habitada, sin embargo, por clanes rivales que la heroína del título logrará finalmente conciliar. 

Al director de escena Damiano Michieletto le gusta ‘rizar el rizo’ en sus producciones, y tratar de buscar un trasfondo psicológico en las mismas. Así, ha planteado la obra como el recuerdo de Elena, ya anciana y recluida en su palacio, ahora en ruinas y devorado por la maleza descontrolada, poblado de fantasmas y almas en pena que vagan por allí. Ella misma muere, víctima del enfrentamiento entre los dos hombres, aunque alcanza a ver la reconciliación de su pueblo en una especie de imagen paradisíaca. Pero todo ello, nos preguntamos, ¿es sueño o realidad?

Una producción, en suma, y para simplificar, más ‘germánica’ que italiana, más wagneriana que rossiniana, que nos hacía pensar en algunas producciones recientes de títulos wagnerianos como “La Walkyria” o “Tristán”. Al frente de una Orquesta y Coro del Teatro Comunale de Bolonia en espléndida forma, Michele Mariotti (que se ha criado oyendo estos pentagramas, como hijo del sobreintendente Gianfranco Mariotti) se mostró cada vez más dominador de esta música, sabiendo reflejar a la perfección los sonidos de la naturaleza que impregnan la partitura así como la urgencia de los ritmos marciales. Después del intermedio, una voz exclamó: “¡Viva Mariotti!”. A lo que otra contestó: “Viva Rossini”. Ambas frases fueron ampliamente vitoreadas.

El estreno en el Teatro San Carlo de Nápoles el 24 de octubre de 1824 contó con la diva madrileña Isabel Colbran en el papel titular (amante entonces del todopoderoso empresario Domenico Barbaja, que controlaba buena parte de los coliseos líricos italianos y extranjeros, y luego primera señora Rossini, antes de que acabara sus días arruinada por su extremada afición al juego), que estuvo rodeada de un excelente terceto: los tenores Andrea Nozzari (en Rodrigo, el hombre violento con el que Elena se tiene que casar por pertenecer al grupo que lidera su padre, Douglas) y Giovanni David -como el ensoñador rey James (Giacomo) V, que se convierte en el cazador Uberto, quien se pierde en el bosque en busca de una doncella de excepcional belleza que se le aparece remando en las aguas, y de la que queda inmediatamente prendado por su candor- y la contralto Rosmunda Pisaroni (Malcolm el verdadero amor de la joven). Una compañía de canto que era la envidia del mundo entero.

Como actuales sucesores de los dos primeros, tanto Michael Spyres como Juan Diego Flórez cumplen con todas las expectativas escénicas y canoras, y además combinan admirablemente las dos voces, la más dramática del primero y la lírico-ligera del segundo, provocando un auténtico delirio en el siempre entusiasta público pesarés, acostumbrado por otra parte a contar siempre con lo mejor en la materia. El tenor peruano ya había interpretado a Giacomo-Uberto en 2001 junto a una gran dama del belcanto, Mariella Devia. Desde entonces ha llevado la obra por doquier (París, Milán, Nueva York…, e incluso a la Quincena Musical Donostiarra en 2004). Lo más impresionante es que su realización del mismo no ha cambiado esenciancialmente desde entonces. Los agudos siguen sonando firmes y seguros, el dominio de la coloratura es impecable… demostrando que en los papeles de ‘contraltino’ no tiene posible competencia. El norteamericano Michael Myers puede considerarse el sucesor natural de sus compatriotas Chris Merritt o Gregory Kunde en los roles de ‘baritenor’, por su seguridad en los saltos de tesitura, la plenitud del agudo, la pasmosa seguridad en el ataque… añadiendo un centro poderoso y sonoro.

En un papel masculino que evoca la vocalidad de los antiguos ‘castrati’ como el de Malcolm, la mezzo armenia Varduhi Abrahamyan fue todo un descubrimiento por el bellísimo color y el dominio del estilo, recordándonos en más de una ocasión a la joven Daniela Barcellona (otro ‘producto’ pesarés). En Douglas, el bajo croata Marko Mimica ha logrado eliminar los sonidos cavernosos que impedían apreciar mejor sus interesantes medios. 

En el papel titular, la soprano georgiana Salome Jicia ha dado un paso de gigante desde la Accademia Rossiniana, a la que aún pertenecía en el pasado año, demostrando una excelente preparación. Unicamente en el rondó final se echó en falta ese punto más de virtuosismo y espectacularidad exigible a las más grandes. Por cierto, que esos “Tanti affetti”, esos sentimientos encontrados en los que a la “felicidad” que canta la protagonista el coro responde “adversidad”, nunca han resultado tan ambiguos. 

Las funciones se han ofrecido en memoria de Gae Aulenti, la célebre arquitecta italiana que fue muchos años colaboradora habitual del regista Luca Ronconi, y que asumió en una ocasión, precisamente aquí en Pésaro, la puesta en escena de esta magnífica obra, con una batuta también inusual, la de la estrella del piano Maurizio Pollini. 

Crónica del Rossini Opera Festival: Veinte años después del debut de Juan Diego Flórez
Crónica del Rossini Opera Festival: Veinte años después del debut de Juan Diego Flórez

Las dos caras de David Livermore

En su nueva producción de “Il Turco in Italia”, Davide Livermore ha vuelto a hacer un homenaje al cine, en este caso al mundo de Federico Fellini, poblando la escena de esas mujeres tremendas y figuras estrambóticas que tanto gustaban al filmógrafo italiano. La idea es buena en sí, y en teoría sirve para esta sofisticada comedia, donde el poeta Prosdocimo va tejiendo los hilos de la trama a medida que la historia de un triángulo amoroso con esposa maltratada y fascinada por un hombre extranjero va tomando cuerpo. Pero otra cosa es la realización, que, si bien es bastante acertada en la dirección de los actores principales, es más genérica en el coro (el muy voluntarioso del precioso Teatro de la Fortuna de la vecina Fano) y en unos figurantes que en muchas ocasiones provocan situaciones de dudoso gusto. ¡Qué diferencia con aquella propuesta de Lluis Pasqual para el Teatro de la Zarzuela, con la maravillosa escenografía de Ezio Frigerio!

Lo más grave de la propuesta de Livermore es que, si la de Madrid nos hacía pensar en que la obra era, quizás, mejor de lo que realmente es, ésta consigue justamente todo lo contrario. Y es que el “Turco” tiene sus propias virtudes. Estrenada en La Scala de Milán el 18 de agosto de 1814 sobre un ingenioso texto de Felice Romani -que con el tiempo se convertiría en uno de los mejores libretistas de la época, llegando a colaborar con Vincenzo Bellini y hasta con Giuseppe Verdi en uno de sus primeros títulos, “Un giorno di regno”-, la pieza es mucho más que un simple remedo de la genial “Italiana en Argel”, presentada en la Ciudad de los Canales con clamoroso éxito un año antes. Eso fue lo que entonces se dijo, y de ahí el escaso éxito que obtuvo la nueva ópera.

Hay que decir, claramente, que han sido las mujeres las que han ‘salvado’ la función. Empezando por la directora musical, Speranza Capucci, quien desde el foso propuso una lectura animada y atenta tanto a mantener el ritmo del compositor como a cuidar las voces, encargándose ella misma de realizar los imaginativos recitativos al fortepiano. No ha podido tener mejor tarjeta de presentación en el certamen pesarés.

La soprano rusa Olga Peretyatko dio vida a la casquivana Fiorilla (el personaje mejor definido; de hecho, los violentos enfrentamientos con su marido fueron de lo mejor diseñado por el regista), impartiendo toda una lección de canto rossiniano en su difícil aria final, “Pallida veste”, recuperada hace unos años -por lo que, por desgracia, no figura en la grabación de Maria Callas, quien hizo una verdadera creación del papel- y mostrando una gran desenvolura escénica, caracterizada como una joven y guapa Claudia Cardinale. Estupenda también Cecilia Molinari en Zaida, convertida aquí en una atractiva mujer barbuda (el ambiente del circo está muy presente, como homenaje a “La Strada”), la esposa turca despechada y, por tanto, rival de la anterior, con la que llega literalmente a las manos en un momento dado: una prometedora mezzo muy a tener en cuenta.

A menor nivel el equipo masculino (a excepción del siempre solvente Pietro Spagnoli en el ‘pirandelliano’ Poeta, el verdadero “factótum” de la ópera). Nicola Alaimo, que ha reducido su volumen (físico y vocal) ‘salvó’ al marido, Don Geronio, gracias a su poderosa fuerza escénica y su dominio del “canto sillabato”. Otro debutante en este coso, el bajo uruguayo Erwin Schrott, no rayó posiblemente a la altura esperada ya que apenas pudo lucir sus altas dotes histriónicas en un papel como el de Selim, el viajero otomano que da nombre a la obra, y que pone muy a prueba unos medios vocales nada espectaculares. El tenor René Barbera mostró facilidad en el agudo y claridad en la emisión, pero escamoteó bastantes agilidades en la ingrata parte de Narciso, el otro pretendiente de Fiorilla, lo que viene a complicar aún más las cosas.

Ha sido deliciosa, en cambio, la recuperación del “Ciro in Babilonia” de 2012. La primera ópera seria de un Rossini veinteañero, creada en Ferrara en la Cuaresma de 1812, es un memorial sobre el cine mudo, con sus gestos exagerados y su exotismo de guardarropía, que sigue funcionando a las mil maravillas. Cuenta además con una compañía muy potente, empezando por Ewa Podles que, cuatro años después, sigue imponiendo en una escritura que parece haber sido expresamente pensada para la contralto polaca, en el papel travestido del destronado rey. Como su esposa Amira, la soprano sudafricana Pretty Yende cautivó en su primera actuación en el Festival por su absoluta holgura, su limpieza en las agilidades y su frescura. Y en el usurpador e impío Baldasarre, el experimentado Antonino Siragusa llevó el personaje muy inteligentemente a su terreno evitando odiosas comparaciones con “baritenores” más rotundos que lo han abordado últimamente. También una española (en este caso, Isabella Gaudí) defendió la graciosa aria de Argene, la confidente de la reina, sobre una única nota, que era la que tenía su primera intérprete. Al frente de los magníficos cuerpos estables del Teatro Comunale de Bolonia, el maestro italiano Jader Bignamini, quien asimismo se estrenaba en estos pagos, consiguió redondear una de las páginas más gloriosas de la reciente historia del ROF.

Homenaje a Nourrit y músicas desde el balcón

Entre los siempre interesantes conciertos que complementan a las óperas, el titulado “Rossinimania-Il cerchio magico” (El círculo mágico) presentó una atractiva selección de piezas vocales escritas por algunos de sus más afamados intérpretes para su propro lucimiento (María Malibrán, Isabel Colbrán, Joséphine Fodor-Mainvielle, Felice Pellegrini…), y en las que, obviamente, estaba muy presente la huella del maestro, culminando la serie con un dúo elaborado por la gran Pauline Viardot (“Les bohémiennes”), a partir de algunas de las más conocidas “Danzas húngaras” de Johannes Brahms. Estuvieron todas ellas impecablemente servidas por cuatro ex-alumnos de la Accademia (la soprano Ruth Iniesta, la mezzo Cecilia Molinari, el tenor Matteo Macchioni y el bajo Marko Mimica), con Carmen Santoro al piano. 

La elegante mezzosoprano Monica Bacelli, asimismo muy bien apoyada desde el teclado por Pietro de Maria, combinó varios de los “Péchès de vieillesse” rossinianos con las poco frecuentadas -y bellísimas- canciones italianas sobre textos de Pietro Metastasio de Franz Schubert, de quien escogió también, con mucho acierto, los “Tres cantos de Elena” de “La Dama del Lago”, culminando la velada en una apasionada “Canción de Mignon”, ofrecida ya fuera de programa.

Pero el más brillante de estos ‘actos paralelos’ fue, sin duda, el dedicado por Michel Myers al legendario Adolphe Nourrit (1802-1839), paradigma del tenor romántico, que tanto hizo por impulsar y definir este tipo de vocalidad, presente sobre todo en la “grand opéra” y  la “opéra-comique”, dos géneros tan típicamente franceses. Así, pudimos asistir a un auténtico alarde canoro, en el que, durante algo más de una hora, y sin interrupción (tan solo con algunas páginas orquestales intercaladas, muy bien ejecutadas por cierto por la Sinfonica G. Rossini dirigida con mucho conocimiento y espíritu por el británico David Parry), donde el artista morteamericano acometió sin pestañear páginas de “Ali Baba” de Cherubini, “Le Comte Ory” y “Guillaume Tell” de Rossini, “Gustave III” y “Le philtre” (un precedente del delicioso “Elisir d’amore” donizettiano) y “La muette de Portici” (la ópera de provocó toda una revuelta política en Bélgica, y de la que oímos la preciosa cavatina de Masaniello “Du pauvre seul ami”) o “La Juive” de Halévy (con la ‘cabaletta’ que sigue a la famosa aria de Eléazar “Rachel, quand du Seigneur”, que jamás se ofrece por su dificultad). Para terminar con “Poliuto”, creado para él por Donizetti pero que no llegaría nunca a encarnar, pues, como explicó el propio Myers de manera muy graciosa, ya se había apoderado de él la insania que acabaría con su vida, arrojándose desde una ventana en Nápoles cuando su rival Gilbert Duprez acometió el primer “do de pecho”. Y culminar con la última obra estrenada por el divo, la deliciosa barcarola de “Stradella” de Louis Niedermeyer (conocido sobre todo por las escuelas de música que llevaron su nombre, en las que estudiaron, entre otros, Charles Gounod o André Messager). 

Una de las iniciativas más divertidas y más simpáticas de este año han sido los “Conciertos en el balcón”, en los que, desde la recientemente reformada Casa de Rossini, jóvenes cantantes, guiados desde el piano por la incombustible Anna Bigliardi, ofrecían un pequeño muestrario con las arias más conocidas del autor ante una numerosísima audiencia congregada en la calle: “Rossini a sorsi” (Rossini en traguitos).

Para el próximo año se anuncian, entre otras cosas, la nueva edición crítica, con importantes añadidos, de “Le siège de Corinthe”, con el esperado debut ‘in loco’ de La Fura dels Baus y bajo la batuta de Roberto Abbado. Además de la reposición de otro título poco representado, “Torvaldo e Dorliska”, y de “La pietra del paragone”, en la elegante y sofisticada producción de Pier Luigi Pizzi que pudimos ver en el Teatro Real. Y, entre los conciertos, un merecido homenaje a la gran Mariella Devia. Un sugerente programa, sin duda.

Rafael Banús 

ROSSINI OPERA FESTIVAL

Rossini: “La Donna del Lago”. Salome Jicia (Elena), Juan Diego Flórez (Giacomo V–Uberto), Marko Mimica (Douglas), Michael Spyres (Rodrigo), Varduhi Abrahamyan (Malcolm), Ruth Iniesta (Albina), Francisco Brito (Serano/Bertram). Orquesta y Coro del Teatro Comunale de Bolonia. Dirección musical: Michele Mariotti. Dirección escénica: Damiano Michieletto. Decorados: Paolo Fantin.Vestuario: Klaus Bruns. Producción: Rossini Opera Festival/Opéra Royal de Wallonie (Lieja). Pésaro, Adriatic Arena, 17–VIIII–2016.

Rossini: “Il Turco in Italia”. Olga Peretyatko (Fiorilla), Erwin Schrott (Selim), René Barbera (Narciso), Nicola Alaimo (Don Geronio), Pietro Spagnoli (Prosdocimo), Cecilia Molinari (Zaida), Pietro Adaini (Albazar). Coro del Teatro della Fortuna de Fano. Filarmonica Gioachino Rossini. Dirección musical: Speranza Capucci.

Dirección de escena y decorados: Davide Livermore. Vestuario: Gianluca Falaschi. Pésaro, Teatro Rossini, 15–VIII–2016.

Rossini: “Ciro in Babilonia”. Ewa Podles (Ciro), Pretty Yende (Amira), Antonino Siragusa (Baldassare), Oleg Tsybulko (Zambri), Isabella Gaudí (Argene), Alessandro Luciano (Arbace), Dimitri Phkaladze (Daniello). Coro y Orquesta del Teatro Comunale de Bolonia. Dirección musical: Jader Bignamini. Dirección escénica: Davide Livermore. Decorados e iluminación: Nicolas Bovey. Vestuario: Gianluca Falaschi. Pésaro, Teatro Rossini, 16–VIII–2016.

“Flórez 20”. Juan Diego Flórez, Michael Spyres (tenores), Ruth Iniesta, Salome Jicia, Pretty Yende (sopranos), Chiara Amarù. Cecilia Molinari (mezzosopranos), Nicola Alaimo (barítono), Marko Mimica, Pietro Spagnoli (bajos). Orquesta y Coro del Teatro Comunale de Bolonia. Dirección musical: Christopher Franklin. Pésaro, Adriatic Arena, 19–VIIII–2016.