Los Gavilanes, vigente a casi 100 años de su creación
La zarzuela Los Gavilanes, compuesta por Jacinto Guerrero y estrenada en 1923, ha sido representada del 29 de septiembre al 7 de octubre, en el Teatro Colón de Bogotá, con la participación de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia y el Coro de la Ópera de Colombia. La obra, que cuenta una historia de amor marcada por exilio y dinero, tuvo la dirección coral Luis Díaz Herodier, musical de Alejandro Roca y fue su coreógrafo Jairo Lastre. La mezzosoprano valenciana Cristina Faus, supo desarrollar un personaje como Adriana que, partiendo de la resignación y desesperanza se eleva al protagonismo moral, con gran fortaleza. El barítono madrileño César San Martín encarnó con profundidad al rico, desencantado y solitario “indiano” Juan, que retorna a su pueblo creyendo que con el dinero puede comprar todo, hasta el amor; la colombiana Nancy Rodríguez, como Rosaura, hija de Adriana, objeto de atracción de Juan y amor de Gustavo, supo trasmitir esa mezcla de firmeza y ternura que su rol exige y el tenor bogotano Carlos Andrés Cárdenas, se plantó muy bien en el escenario. Completaron actoralmente el elenco los colombianos Manuel Franco y Karol Márquez.
La puesta en escena de Los Gavilanes —dirigida por Ignacio García, escenografía de Julián Hoyos e iluminación de Florencio Ortiz— plasma bellamente la parábola del viaje y del retorno, con cientos de maletas que funcionan como muebles, muros, corredores o atalayas y que guardan no solo objetos sino que son depositarias, como los demás personajes, de recuerdos, ambiciones, sentimientos, rencores y esperanzas. Este elemento, la maleta, participa activamente a lo largo de toda esta reinvención visual, llegando a evocar a Luis Buñuel en momentos como aquel en que el rostro de la joven Rosaura se ilumina de dorado que emana un pequeño maletín que ofrece Juan en su afán de comprarlo todo, desde la amistad y la lealtad hasta el amor. Los Gavilanes que se apreció en el Teatro Colón enfatizaron dos aspectos que cobran actualidad en el siglo XXI: el omnipotente poder del dinero y la migración.
“Aspiramos a una versión contundentemente contemporánea –dijo “Nacho” García en rueda de prensa–. La ubicamos en un momento de gran convulsión social, de reivindicación de los derechos sociales, de lucha feminista y de los derechos de los trabajadores”. El vestuario de cuidadosa factura y hermosa tonalidad fue diseñado por Juliana Reyes, y enfatiza este planteamiento evitando folklorismos a los que la zarzuela es proclive.
“Eso nos sigue pasando hoy en día, aquí lo vivimos en Venezuela, en el norte de África, lugares que no les ofrecen a los ciudadanos unas condiciones mínimas para vivir y les obligan a marcharse, muchas veces jugándose la vida. ¿Cuánto tiene que sufrir un ser humano para irse del sitio que lo vio nacer y donde está su familia? ¿el que se va tiene derecho de volver?, ¿tiene derecho a ser acogido como hijo pródigo?, o, si triunfa afuera, ¿siempre va a valer más el rencor y la envidia que la solidaridad de sus compatriotas?”, se pregunta García.
¿De qué galaxia proviene Yuja Wang?
Esta fue una pregunta estuvo en el aire al concluir el deslumbrante recital de la aclamada pianista en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá el pasado 27 de agosto. El programa, en su primera parte, incluyó tres piezas de Rachmaninov: el Preludio en Sol menor op. 23 nº 5, el Vocalise en la trascripción de Koczis, y el Estudio-retrato, op. 39 nº5, al que añadió, la transcripción de Pletnev de la Danza de los pequeños cisne del «Lago» de Tchaikovsky y, de Federico Chopin la Sonata nº3 en Si menor, op. 58, que fue inclementemente fragmentada por inoportunos aplausos. En la segunda parte, Sonata de la guerra en la mayor, op. 82 de Prokofiev permitió a la interprete exhibir todo el virtuosismo que la ha catapultado a la fama mundial. Sea momento para, en el caso de Yuja Wang, discrepar de algunos que la señalan por su pirotecnia asombrosa. En ella tanto magnetismo, técnica y elocuencia se combinan de manera impecable con una sensibilidad y emocionalidad interior tan profunda que directores tan destacados como Gustavo Dudamel, Michael Tilson Thomas o Claudio Abbado han solicitado su colaboración.
En los bises, en los que estuvo generosísima, incluyó el Danzón 2 de Arturo Marquez, pieza ya icónica de la música latinoamericana, que se ha oido en Bogotá en el último trimestre interpretada por su transcriptor el pianista Simón Ghraichy, luego por el propio compositor en versión orquestal y ahora por esta extraordinaria interprete.
Juan Dégira