Deborah Voigt, el crepúsculo de una diosa

Debora-Voigh

La soprano Debora Voigt que cimentara su brillante carrera en roles wagnerianos de óperas como La Walkiria y El crepúsculo de los dioses, parece que, a juzgar por su actuación en el Knight Concert Hall del Arsht Center el día 15, también ha llegado a su momento crepuscular.

A pesar de ser acogida por entusiastas aplausos de sus seguidores, a lo largo de la noche, la sala, con evidentes vacíos, fue perdiendo el entusiasmo. Es que, dejando aparte su decadencia vocal, el programa seleccionado por la diva no era como para levantar el ánimo. Las tres canciones de Amy Beach que iniciaron el recital, a pesar del ducho acompañamiento de Brian Zeger al piano, cayeron gélidamente en el público. Aunque siguieron dos bellas melodías de Chaicovsky en las que pudo apreciarse la entonación y dicción que llevaron a Voigt a ganar la Competencia Chaicovsky de 1990 (cosa que recordó humorísticamente antes de cantarlas), entre las canciones de Strauss que cerraron la primera parte había dos con tema lúgubre, por lo que después de cantarlas, Voigt trataba de congraciarse con el público, lo que añadía mal gusto al mal paso. El mejor momento fue su afinada entrega de Zueignung, que cerraba el grupo.

En la segunda parte de la noche, la cantante se apareció con un traje de noche blanco, digno de Las Vegas, como el repertorio que acometería a continuación. Canciones ligeras de Benjamin Moore y Leonard Bernstein y la divertida Toothbrush Time (Tiempo del cepillo de dientes), de Bolcom que hicieron la delicia de su público aunque dejaron mucho que desear, especialmente Somewhere, de Bernstein.

Ante los nutridos aplausos (aunque algunos se marchaban discretamente), la cantante ofreció como encores I love a piano, de Irving Berlin, para la que se unió a Zeger a cuatro manos y Can’t Help Lovin’ that Man, de Kern, que levantaron nuevamente al público a aplaudir.

Todo parece indicar que los rumores sobre la voz de Voigt son ciertos y que va buscando la manera de reinventarse con un repertorio menos exigente que las óperas de Wagner y Strauss. A juzgar por la ovación que le otorgaron sus admiradores esa noche es posible que siga recibiendo aplausos en cualquier género; pero deberá tomar el micrófono para los comentarios chistosos, porque la mayor parte del teatro se quedó sin enterarse de qué se reían los de las primeras filas.

Daniel Fernández