La soprano Delia Agúndez y el dúo Delitiae Musicae (Jesús Sánchez, guitarra barroca, y Manuel Minguillón, archilaúd) ofrecieron un soberbio recital de barroco español en la temporada barroca de Aeterna Musica.
El 12 de diciembre Aeterna Musica volvió a propiciar una deliciosa velada musical en la sobria y hermosa iglesia barroca de las Mercedarias Góngoras de Madrid: “La dulce consonancia. La canción española en los siglos de oro”, con un variado programa en el que se alternaban piezas instrumentales, para guitarra barroca y archilaúd, con otras en las que ambos instrumentos acompañaban a una soprano.
Jesús Sánchez tocaba la guitarra barroca, un instrumento más pequeño que la guitarra actual, con un cuerpo más ancho y con cinco órdenes, cada uno de ellos con dos cuerdas separadas, excepto el primero con una sola.
Manuel Minguillón tañía el archilaúd y, ocasionalmente, otra guitarra barroca. El archilaúd consta de trece o catorce cuerdas y presenta una estructura parecida a la de un laúd, pero con el mástil más alargado para poner un segundo clavijero en el que se alinean cuerdas de afinación fija, más largas para producir sonidos muy graves.
Las piezas instrumentales que se interpretaron fueron mayoritariamente de Gaspar Sanz, compositor de Calanda (1640-1710), formado en la Universidad de Salamanca, en la que estudió, además de música, teología y filosofía; después de ampliar sus estudios musicales en Roma y Nápoles, sería profesor de música en la Universidad salmantina. Pese a que sus obras muestran un evidente influjo italiano, poseen una neta personalidad española. Del autor de Calanda ambos ejecutantes interpretaron varios dúos, la mayoría, con guitarra y archilaúd: Canarios por la a (composición menos conocida que el celebérrimo Canarios del mismo autor, utilizado por Joaquín Rodrigo en su Fantasía para un Gentilhombre), una Españoleta y Folías, a los que se añadió otro dúo, con dos guitarras: Preludio o Capricho arpeado por la cruz. Por su parte, Minguillón interpretó solo a la guitarra Pasacalles por la D. Además de las piezas de Sanz, Jesús Sánchez interpretó Jácaras, de Antonio de Santa Cruz, un autor del que apenas se sabe otra cosa sino que estaba activo en torno a 1700 y que fue autor del Libro donde se verán pazacalles de los ocho tonos i de los trasportados. En sus interpretaciones los solistas dieron sobradas muestras de su excelente técnica, su gran variedad de registros, su buen gusto y su notable elegancia.
Acompañada por ambos intérpretes, Delia Agúndez, una joven y exquisita soprano, interpretó canciones de Juan Hidalgo, compositor y arpista madrileño (1614-1685), que trabajó en la Real Cámara y en la Real Capilla, hasta el reinado de Carlos II y que compuso zarzuelas y música teatral. Los títulos de las canciones de Hidalgo fueron Ay qué desdicha, Atiende y da, Ay que sí, ay que no, Peinándose estaba un olmo, Esperar, sentir, morir. Asimismo cantó otras de José Marín, cantante y compositor, que murió en Madrid, tras una vida un tanto borrascosa (1618-1699): Al son de los arroyuelos y Ojos, pues me desdeñáis, completando su contribución con las composiciones anónimas: En quien ve para cegar, Ay, verdades que en amor y No hay que decir el primor.
Delia Agúndez mostró no solo sus extraordinarias capacidades como cantante, con una voz excelentemente timbrada, y con limpios y prodigiosos agudos, sino una gran habilidad y versatilidad para la representación, desde el dramatismo que surge del dolor del desamor a la picardía y coquetería, en canciones como Ay que sí, ay que no, de acuerdo con el tono de cada composición.
El entorno de la Iglesia de las Mercedarias logró, como en otros conciertos de Aeterna Musica celebrados en el mismo lugar, esa maravillosa conjunción entre el barroco sonoro de la música y el barroco visual de la propia iglesia, apta en especial para las composiciones de cámara con instrumentos antiguos, que permiten la gran proximidad de los intérpretes al público, logrando así el milagro de hacer llegar a estos espectadores, próximos en el espacio, pero muy separados en el tiempo de la música que se interpreta, todo el sabor y todo el placer estético de la interpretación. No hemos de olvidar, aún, que contribuye no poco a ese refinado placer la calidad literaria de las letras de las canciones, en las que la metáfora (como la que inicia Peinándose estaba un olmo) y el oxímoron (como en En quien ve para cegar: “si crueldad es piadosa; si piadosa es cruel”), entre otros recursos característicos del barroco, logran efectos poéticos de altísima calidad. En la presentación del concierto Antonio Alvar se refirió a estos extremos cuando glosó las semejanzas y diferencias de la petición que se hace en Ojos, pues me desdeñáis :
Ojos, pues me desdeñáis
No me miréis, no, no.
No me miréis,
pues no quiero que logréis
el ver como me matáis.
y la famosa poesía de Gutierre de Cetina Ojos claros, serenos, en el que la petición es justamente la contraria:
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados)
…
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.
El numeroso público asistente mostró con sus aplausos y “bravos” su complacencia por la gran calidad del evento.
Alberto Bernabé
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