Vuelvo a Munich para la recta final del Festival, que este año incluye Lucia di Lammermoor (Diana Damrau), Eugene Oneguin (Anna Netrebko y Mariusz Kwiecien) y Don Carlo (Anja Harteros y René Pape). Queda aparte la reposición de Manon Lescaut (Kristine Opolais y Jonas Kaufmann), que se podrá ver en directo por internet el día 31 de Julio, clausurando el festival.
Se inicia, pues, para mí la recta final con esta representación de Lucia di Lammermoor, cuyo resultado ha sido bastante decepcionante. No ha sido, desde luego, lo que puede esperarse de Munich. La representación ha hecho agua escénica, musical y vocalmente. Únicamente, Diana Damrau ha estado a la altura de Munich.
La producción escénica lleva la firma de la polaca Barbara Wysocka y se estrenó durante el pasado mes de Enero y es la primera decepción de la noche. La directora polaca traslada la acción a la América de los años 50. Estamos muy acostumbrados a estos cambios de escenario respecto de lo establecido en el libreto y las cosas funcionan pocas veces y no lo ha hecho en esta ocasión. La escenografía de Barbara Hanicka ofrece un escenario único, consistente en una gran habitación, que sirve para todo. Tanto sirve para la escena inicial de Enrico como para la de la fuente (hay un cuadro en el suelo con una fuente pintada), como para el encuentro de Lucia y Edgardo, quien llega en un gran descapotable, aparcado en la mencionada habitación. Vuelve a servir para los esponsales de Lucia y Arturo, como también para la escena de la locura, además de para la torre de Ravenswood, terminando su uso en la escena final en el supuesto cementerio de Ravenswood. En esta habitación destaca un gran graffiti de Ashton con tachones, que parece haber sido escrito en los primeros compases de la ópera por Edgardo. Es curioso que durante el primer acto dos operarios se dedican a intentar borrar el mencionado graffiti, pero sin éxito, por lo que aparecerá durante toda la ópera. El vestuario se debe a Julia Kornacka y resulta adecuado, ofreciéndonos a Edgardo con una chamarra de piel. Del ambiente nocturno no saca gran partido la iluminación de Rainer Casper.
Las trasposiciones de época funcionan únicamente si el director de escena hace un trabajo brillante, lo que no es el caso que nos ocupa. Para Barbara Wysocka Lucia no es la hermana sometida y desequilibrada, sino una mujer moderna que se enfrenta de igual a igual con Enrico en el segundo acto, resultando por demás increíble que acepte el matrimonio con Arturo. La famosa escena de la locura nos presenta a una Lucia enfundando una pistola durante toda ella, amenazando a todo el mundo y la verdad es que uno acaba harto de pistolita en los más de 20 minutos que dura la escena. Llama la atención la entrada de Raimondo en la fiesta de la boda en mangas de camisa y lleno de sangre, lo que me hacía imaginar cómo saldría Lucia a continuación. Pues bien, nada de eso. Lucia sale sin una sola mancha de sangre en su vestido. Quizá lo más absurdo de la escena de la locura y de las que vienen a continuación es la presencia del gran descapotable de Edgardo en el escenario. El vehículo vuelve a aparecer en la escena de la torre de Ravenswood, donde parece que Edgardo ha sufrido un accidente con su coche y, claro, para qué quitarlo. Así que el descapotable sigue en escena. Más vale ir al teatro con el argumento bien sabido.
No acabo de entender cómo los teatros encargan nuevas producciones, corriendo con el riego de que las mismas sean una chapuza. Para eso es mejor una versión de concierto. Poco añade esta producción, salvo su coste, que tampoco ha podido ser excesivo.
En Enero la dirección musical corrió a cargo del titular de la compañía, Kirill Petrenko, quien no ha podido estar en el foso en esta ocasión, al estar dirigiendo el Anillo en Bayreuth. Hay que decir que la versión musical ofrecida es la más completa posible, ya que se añade la escena de la torre, la de Raimondo y Lucia e incluso el terceto que cierra la escena de la locura, que, por cierto, es un puro anticlímax con muy poco sentido musical y dramático. Además de eso todas las cabalettas se dan repetidas. Sustituyendo a Kirill Petrenko estaba la joven ucraniana Oksana Lyniv, cuya dirección me ha resultado el segundo aspecto decepcionante de la representación. Esta joven (37) directora ofrece energía y mano firme, pero las óperas belcantistas necesitan más que eso. Su lectura fue excesivamente dramática, lo que le llevó a cargar las tintas, haciendo que la orquesta fuera muy ruidosa durante toda la representación Faltó emoción, como faltaron matices, y todo se desarrolló en una lectura plana, monótona y ruidosa. Habría que ver a esta directora en otro repertorio, pero su paso por el belcanto me parece un error. La Bayerisches Statsorchester exhibió su calidad y no hizo sino cumplir con lo que la batuta exigía. Hay que destacar la prestación de Sascha Reckert en la armónica de cristal. Correcta la actuación del Coro de la Bayerische Staatsoper.
Al frente del reparto estaba Diana Damrau, para quien esto escribe la mejor Lucia de la actualidad y de mucho tiempo. Diana Damrau admite ser comparada, con las más grandes intérpretes de la historia en este personaje. Pocas han sido las que han podido ofrecer una voz tan adecuada a las exigencias del personaje, unida a un timbre de gran belleza, una técnica infalible, unos sobreagudos tan certeros y siendo además capaz de transmitir emociones como muy pocas han sido capaces. Vivió el personaje con una enorme intensidad ya desde su aparición en el escenario, aunque le tocó lidiar con una visión del mismo poco afortunada. Varias veces en el pasado he tenido la oportunidad de disfrutar con Diana Damrau en este personaje y tengo la impresión de que no van a ser muchas las oportunidades que vamos a tener de volvérselo a ver. Hoy sus sobreagudos no tiene la facilidad de hace todavía poco tiempo, aunque sus otras cualidades siguen intactas. Bueno será decir que la primera parte de la escena de la locura no la terminó en el sobreagudo de rigor, como siempre lo ha hecho, sino que lo evitó. No se fue a abajo, sino simplemente ofreció unas variaciones bastante artificiales y poco comprometidas. Terminó la segunda parte de la escena en un sobreagudo, pero mucho más corto que en otras ocasiones.
El tenor eslovaco Pavol Breslik es un estupendo cantante y especialmente querido en Munich, donde es un fijo en muchas de sus óperas. Para mí es uno de los mejores tenores mozartianos de la actualidad, pero sus características vocales no son las que Edgardo requiere. Pavol Breslik sigue siendo un tenor ligero (lírico-ligero, si me apuran), y Edgardo necesita un tenor lírico pleno. Su desenvoltura escénica es notable, pero su voz no es suficiente. En la escena de la torre, posiblemente la más pesada para Edgardo en toda la ópera, resultó insuficiente. El exceso de sonido del foso le hizo forzar en más de una ocasión, lo que le creó algún problema en su aria final, donde pasó apuros.
Enrico tenía que haber sido Fabio Capitanucci, pero canceló, lo que no es muy de extrañar, teniendo en cuenta su evolución en los últimos meses. Fue sustituido por el eslovaco Dalibor Jenis, cuya voz sigue ofreciendo poderío y cierto brillo, pero no su canto, que resulta monótono y aburrido. Enrico es un personaje malvado, pero eso no impide que se pueda cantar con elegancia.
El bajo ucraniano Alexander Tsymbaliuk dio vida a Raimondo. Como en otras ocasiones, impresiona su voz pastosa y poderosa, pero en este tipo de operas hace falta una mayor elegancia cantando que la que él ofrece. Me resultó basto. No creo que el belcanto sea su caballo de batalla.
El tenor italiano Emmanuele D’Aguanno cumplió satisfactoriamente en el personaje de Arturo. Me llamó la atención que en los saludos finales se dio al personaje menos importancia que a los de Normanno o Alisa, cuando en mi opinión no es así. Finalmente, Dean Power lo hizo bien como Normanno y Rachel Wilson paso desapercibida en Alisa.
Una vez más, cartel de No Hay Billetes en el Nationaltheater. El público se mostró en total desacuerdo con mi valoración del espectáculo y dedicó sonoros gritos de entusiasmo en los saludos finales a Diana Damrau y a Pavol Breslik. Algo menos, a Alexander Tsymbaliuk y a Oksana Lyniv.
La representación comenzó con los habituales 5 minutos de retraso y tuvo una duración total de 2 horas y 57 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 18 minutos. Trece minutos de plausos.
El precio de la localidad máscara era de 193 euros, habiendo butacas de platea por 117 euros. La localidad más barata con visibilidad plena era de 64 euros.
José M. Irurzun