Die Meistersinger en Bayreuth: de retratos, reflejos y flashforwards

Die Meistersinger en Bayreuth: de retratos, reflejos y flashforwards
Die Meistersinger en Bayreuth: de retratos, reflejos y flashforwards

Singular y atractiva puesta en escena la que firmó Barrie Kosky para Die Meistersinger von Nürnberg de Richard Wagner que pudo disfrutar el público asistente al Festival de Bayreuth en la edición de 2017, y que felizmente lanza al mercado el sello Deutsche Grammophon. Como primer no alemán en acometer la dirección escénica de este título tan asociado a los directores del Festpielhaus, el australiano propone una visión revisionista de la única comedia del compositor de Leipzig en la que la original e idealizada Nürenberg de mediados del siglo XVI cede su puesto en el primer acto a la Villa Wahnfried en 1870, donde fijó su residencia el matrimonio Wagner, y que frecuentaban el padre de Cósima y suegro de Richard, Franz Liszt, y el director de orquesta Hermann Levi. 

Precisamente, nada más subir el telón, con los acordes del majestuoso preludio, la habitación se verá ocupada por sus propietarios y por estos visitantes, personajes que más adelante transmutarán sus identidades a las del zapatero Hans Sachs en el caso del propio Wagner (en un guiño al alter ego del compositor, reconocido por él mismo), Eva Pogner en el de Cósima, Veit Pogner respecto a Liszt, y Sixtus Beckmesser, partiendo de Levi. A la reunión también se añaden David y Walther von Stolzing, bajo idénticos aspectos al de don Ricardo, y, en un gesto de irresistible comicidad, todos los maestros cantores irán surgiendo del interior del piano. Al final del acto, tras el alboroto que produce el rechazo a admitir a Walther en el gremio de cantores, Sachs saldrá del marco que envuelve la habitación, y que es tan sólo una parte del amplio escenario, para dirigirse a un púlpito de orador en la sala que juzga el proceso de Nürenberg, en una especie de flashforward de gran efecto visual, la misma sala que alojará toda la acción del acto tercero, tras el idílico ambiente de campiña del segundo. Sachs, nada más triunfar la verdad de la canción de Walther sobre la mediocridad de Beckmesser, se quedará solo en escena en su arenga final de exaltación del arte alemán (y del Volk, que tanto le servirá años después a Hitler), antes de que una gran orquesta sinfónica aparezca desde el fondo del escenario para ser dirigida por un, de nuevo, redivido Richard Wagner. 

Otro llamativo aspecto a destacar es la condición judía del ridiculizado personaje de Beckmesser, apenas sugerida en el acto primero, la cual adquiere su mayor entidad en el esperpéntico final del segundo. El variado y colorista vestuario de Klaus Bruns juega con las diferentes épocas históricas que se convocan, en un ejercicio de adecuación que apenas chirría, tal es la inteligencia con que se administra el movimiento escénico y la singularidad de cada ubicación.

No hay detalle que se le escape a Kosky, pues siempre parece tener un correlato, un reflejo, una solución teatral para ese ora intrincado, ora poético fluir musical que es la compleja partitura wagneriana y que llega desde el foso místico bajo la soberbia y siempre inspirada batuta de Philippe Jordan al frente de la Orquesta del Festival de Bayreuth, cuya interpretación se adhiere como un guante a lo que la escena muestra, en un ejercicio asombroso de coordinación mutua. La acción se abre paso sobre una música que subraya todo lo que vemos en el escenario de una forma insólita y poco común, que aquí fomenta la excelente realización de vídeo dirigido por Michael Beyer y realizado por Regine Freise.

El reparto con el que contó esta producción podría considerarse de auténtica excepción, pues ya de entrada, el barítono Michael Volle es el Sachs personificado, el que Wagner mismo podría haber soñado, tal es la identificación con el humilde zapatero, de elocuencia y verosimilitud realmente milagrosas. Nadie como él sabe sacar más partido de sus dos memorables monólogos, “Was duftet doch der Flieder” y “Wahn! Wahn! Überall Wahn!”, ni dotarles de toda la carga expresiva que contienen. Tan sólo resta escuchar para rendirse a su increíble talento. A su lado (y nunca mejor dicho, pues comparten dos amplios dúos en los actos segundo y tercero), el Beckmesser del barítono Johannes Martin Kränzle es otra de esas creaciones únicas que no tienen parangón, pues el espectador queda rendido ante tal despliegue de efectos teatrales del cantante a la hora de definir una interpretación modélica de su insulso personaje, pero a la vez tan riquísimamente diseñado por Wagner. No podía ser más que un dechado de lirismo el Walther del tenor Klaus Florian Vogt (el tan debatido Lohengrin en Bayreuth), quien, por medio de su irresistible y genuino timbre vocal, realza todo el colorido y la calidez del canto que se le exigen a su gratísimo personaje. El acto tercero es el enteramente propicio para disfrutar de su voz sin reservas, con esas sublimes repeticiones de la canción del concurso. Muy bien cantado también el David del barítono Daniel Behle, al que reviste de una gran soltura en escena. Imponente el Veit Pogner del bajo Günther Groissböck y correcto el sereno fuera de escena de Georg Zeppenfeld. 

El brevísimo apartado femenino cuenta en primer lugar con la soprano Anne Schwanewilms, que, sin llegar a ser una Eva de antología en lo estrictamente canoro, tiende a dotar de toda la candidez y dulzura al rol, vivo retrato de Cósima Liszt en el primer acto. Sensacional sin ambages en voz y actuación la Magdalena de la mezzosoprano Wiebde Lehmkuhl, una cantante que a través de su magnífica prestación llega a engrandecer un papel secundario. Como detalle de grupo, el quinteto “Selig, wie die Sonne” del tercer acto alcanza cotas de sublime expresión. Para concluir, aunque sería muy extenso mencionar a todos y cada uno de los maestros cantores, sólo cabe señalar que el trabajo conjunto es de una gran solidez que ayuda a redondear el elenco de una muy disfrutable producción que llegará, sin dudarlo, a convertirse en una referencia audiovisual del afortunado título wagneriano.

Germán García Tomás