DIE WALKÜRE (R. WAGNER)
Nationaltheater de Munich. 11 Julio 2012.
Segunda entrega de la Teatralogía wagneriana, cuyo resultado me ha resultado un tanto decepcionante. Está claro que, cuando el resultado global es bueno, la decepción tiene que ver con las expectativas de uno, es decir dónde había colocado el listón. Confieso que en Munich siempre lo coloco muy alto y en esta ocasión el resultado se me ha quedado por debajo. Una producción escénica que no ha respondido a lo que pudimos ver en Das Rheingold, una dirección musical que no me ha convencido plenamente, y un reparto vocal con abundantes luces y alguna sombra.
Como apunto más arriba, la producción de Andreas Kriegenburg me ha resultado decepcionante y eso que mi listón de expectativas no estaba colocado a alturas inalcanzables. Si el trabajo del regista alemán me resultó interesante en el Oro del Rhin, no puedo decir lo mismo en este caso.
Escena
Seguimos con una escenografía única, con las tres grandes paredes de madera, cerradas por un techo del mismo material, que se abren, cierran, suben y bajan en las distintas escenas. Esta escenografía (Harald B. Thor) se complementa en el primer acto con un gran fresno –con cadáveres en sus ramas – y una gran mesa por delante, además de otras de embalsamamientos por detrás. En la primera escena del segundo acto estamos en una gran sala, en la que Wotan parece un ejecutivo exitoso, rodeados de sirvientes, que a veces sirven también para que pueda descansar sus divinas posaderas. La escena de la muerte de Siegmund tiene lugar en un escenario lleno de cadáveres, mientras que en el último acto estamos en un gran espacio vacío, al que se añade al final un mesa elevada para colocar a Brünnhilde, rodeada de un cable ígneo. Por si no fuera suficiente para amedrentar a Sigfrido, las paredes sirven de pantallas para imágenes de llamas. El vestuario (Andrea Schraad) sigue la tónica de la jornada anterior y resulta adecuado, manteniendo las pelucas rubio-platino para todos los habitantes del Walhala. Buena la iluminación de Stefan Bolliger.
Escena. Los gemelos, el fresno y los cadáveres.
La idea de Kriegenburg parece ser la de ofrecer un sociedad en la que la violencia impera por doquier, pero la cosa no acaba de funcionar. En la vivienda de Hunding está Sieglinde con unas 20 sirvientas, de las cuales 12 se dedican a poner una mesa y pasarse un vaso de agua unas a otras, cuando Siegmund pide de beber, mientras que las restantes están al fondo embalsamando cadáveres. El continuo movimiento de las sirvientas no hace sino perturbar el desarrollo musical, ya que en este acto lo importante son los tres protagonistas y todo lo demás no sirve sino para despistar. Habrá que agradecer a Kriegenburg que el movimiento se paró durante el maravilloso dúo de la entrada de la primavera. Otros tantos sirvientes – estos masculinos –aparecen en el segundo acto, que tampoco sirven para mucho, salvo para hacer de sillas y no recoger nunca los cristales que sus jefes esparcen por el suelo, cuando se cabrean y rompen vasos. El arranque del tercer acto acabó por enfadar al respetable. Unas cuantas figurantes femeninas forman un grupo de bailarines tipo claqué, en alusión a los supuestos caballos en los que las Walkyrias harán su célebre cabalgada. Antes de iniciar esta música el grupo nos deleita con 5 minutos de “zapateado”, que se acompañan de abucheos del público a partir del minutos 4. El gran dúo de Wotan y Brünnhilde carece de emoción, situándose ambos en puntos alejados, no ayudando nada tampoco el hecho de que Wotan desaparece de escena hasta dos veces, dejando a su hija que cante sola. Si alguien tiene curiosidad por saber dónde estaba Wotan, les diré que fue a buscar botellines de agua. La primera vez para Brünnhilde, que se echaba unos buenos tragos, mientras el dios cantaba, y la segunda para sí mismo. Tampoco el Fuego Mágico tuvo la espectacularidad que puede esperarse de ese momento tan especial.
En suma, un claro paso atrás, tras un arranque muy prometedor. Esperemos que las cosas mejoren en las dos últimas entregas.
Kent Nagano y la Bayerisches Staatsorchester obtuvieron un triunfo popular incuestionable, triunfo que comparto en lo que se refiere a la orquesta, pero no así en lo referente a su director. Es posible que el listón de mis expectativas estuviera colocado muy alto, pero Nagano no lo podía superar ni con ayuda de una pértiga. En el primer acto, tras un arranque brioso y brillante, faltó energía y sobró lentitud. No tengo nada contra los tiempos lentos, si van acompañados de profundización en la música, como nos enseñó en los últimos años Lorin Maazel en Valencia. No es eso lo que ocurrió aquí. Hubo falta de recogimiento en el monólogo de Wotan en el segundo acto y faltó misterio en el Anuncio de la Muerte. Pasado el incidente de los “caballitos”, asistimos a una buena interpretación de la Cabalgada, pero se cayó en la monotonía en la segunda parte del acto. Si uno no se emociona con la música de “leb wohl”, algo ha fallado. Lo confieso, esperaba más de Kent Nagano.
Escena. El Fuego Mágico
En esta tetralogía vamos a tener 3 Brunildas distintas, cosa muy poco habitual y escasamente aconsejable. La sueca Irene Theorin fue la encargada de interpretar el personaje en esta ocasión y su resultado no me resultó convincente. No cabe duda de que tiene una voz poderosa y bien timbrada, pero resulta excesivamente monótona en su canto, en el que la emoción no asoma por ningún lado. Las notas altas ofrecen dificultades y resultan calantes en más de una ocasión. Una Brünnhilde de poco interés.
Lo mejor del reparto vino de los gemelos welsungos. En primer lugar, Anja Kampe hizo una estupenda Sieglinde, muy adecuada vocalmente y entregada al personaje. La tesitura no le creo problemas y su actuación fue redonda.
Anja Kampe y Klaus Florian Vogt
Klaus Florian Vogt era Siegmund y resultó un convincente y – a ratos – un brillante intérprete. No es la voz blanquecina de Vogt la que yo elegiría para el personaje de Siegmund, que requiere un timbre más heroico. Este estupendo cantante es un magnífico Lohengrin, un estupendo Walther o un gran Erik, pero no me parece una voz adecuada para Siegmund. Dicho esto, tengo que añadir que cantó muy bien y que su emisión le permite salvar los obstáculos del foso sin problemas. Para mi gusto, sus “wälse, wälse” quedaron cortos de potencia y duración, mientras que rayó a gran altura en su dúo con Brünnhilde. El anuncio de la muerte lo resolvió francamente bien, aunque no se le notaba muy cómodo en una tesitura tan baritonal.
El barítono alemán Thomas J. Mayer fue Wotan y tampoco me resultó lo que puede esperarse de un teatro de primerísima línea. Se trata de un buen cantante, expresivo, pero que se encuentra más cómodo en la parte alta que en la baja de la tesitura del personaje. En general, quedó corto de emoción resultando más convincente en los pasajes de irritación que en aquellos en los que Wotan muestra su lado más humano y tierno. Es más adecuado que Johan Reuter por autoridad y volumen, pero uno no llega a mandar en el Walhalla, si no es excepcional.
Thomas J. Mayer y Sophie Koch
Sophie Koch mejoró notablemente su actuación del día anterior como Fricka. Más ayudada por la producción, resultó convincente, aunque se echa en falta mayor contundencia en las notas graves.
El bajo Ain Anger es hoy uno de los mejores intérpretes de Hunding y lo volvió a demostrar, con una voz pastosa y bien timbrada, a la que pudo faltar algún acento más negro para tan malvado personaje.
El grupo de Walkyrias lo hizo francamente bien, una vez que desaparecieron los “caballos” de la escena. Eran Barbara Morihien (Helmwige), Danielle Halbwachs (Gerhilde), Golda Schultz (Ortlinde) Heike Grötzinger (Waltraute), Okka von der Damerau (Grimgerde), Roswitha C. Müller (Siegrune), Alexandra Petersamer (Rossweisse) y Anaïk Morel (Schwerleite).
Teatro lleno, como de costumbre. Público muy cálido en todo momento, que dedicó las mayores ovaciones a Anja Kampe y Klaus Florian Vogt. Kent Nagano y la orquesta obtuvieron también un triunfo por parte de la audiencia. Irene Theorin fue bien recibida, pero no faltaron algunos abucheos aislados.
La representación comenzó con 6 minutos de retraso, lo que es habitual en Munich, aunque no deja de ser criticable. La duración total fue de 5 horas y 30 minutos, incluyendo dos intermedios, que se prolongaron durante 87 minutos en total. Si descontamos el número de los caballitos, nos vamos a una duración puramente musical de 3 horas y 58 minutos, es decir 8 minutos más que la versión ofrecida por James Levine en el Met el año pasado. Los intensos aplausos finales tuvieron una duración de 9 minutos
El precio de la localidad más cara era de 193 euros, habiendo localidades en el patio de butacas desde 142 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 117 y 64 euros.
José M. IRURZUN