Die Walküre. Wagner. Munich

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Nationaltheater de Munich. 14 Julio 2013.
¡Qué gran cantante! ¡Qué gran artista es Bryn Terfel! Pocas veces tiene uno la oportunidad de asistir a una representación de ópera en la que todo cambia, cuando aparece un artista excepcional en escena. No es que su interpretación fuera mayúscula – que lo fue – desde el momento que abrió la voz. Es que hizo que toda la representación cambiara. Ya sé que se puede pensar que es una exageración decir que la presencia de un
Habíamos asistido a un primer acto en el que no se podía destacar sino la actuación de Hans-Peter König como Hunding, moviéndose la lectura de Kent Nagano por aguas tranquilas, en las que la emoción no estaba presente. Es decir, ni más ni menos que la continuación de la representación de Das Rheingold del día anterior. Sin embargo, en la continuación se produjo el milagro y tuvo que ser necesariamente Bryn Terfel quien lo consiguiera. No es que cantara de manera intachable, pleno de poderío, de expresividad, de intención y emoción, sino que contagió a todos los demás, incluido el maestro Nagano, que en los dos últimos actos voló muy alto, mucho más que en el Prólogo de la Tetralogía del día anterior y mucho más también que en la ópera que nos ocupa el año pasado. Mera coincidencia o no, lo cierto es que ni en Das Rheingold de este año ni en Die Walküre del año pasado estaba en el escenario Bryn Terfel. Él fue la diferencia y quien arrastró al resto de las fuerzas a la excelencia. ¡Qué gran cantante! No faltó sino que en los saludos finales la orquesta atacara el pasodoble de Marcial Lalanda. Si en la ópera hubiera una puerta grande, nadie habría tenido tanto derecho a cruzarla y a hombros de los aficionados y de todos sus compañeros. Inolvidable.
Volvía a ofrecerse Die Walküre en la producción de Andreas Kriegenburg, que pude ver el año pasado y que es, posiblemente, su trabajo más flojo de toda la Tetralogía.
Seguimos con una escenografía única, con las tres grandes paredes de madera, cerradas por un techo del mismo material, que se abren, cierran, suben y bajan en las distintas escenas. Esta escenografía (Harald B. Thor) se complementa en el primer acto con un gran fresno – con cadáveres en sus ramas – y una gran mesa por delante, además de otras de embalsamamientos por detrás. En la primera escena del segundo acto estamos en una gran sala, en la que Wotan parece un ejecutivo exitoso, rodeados de lacayos con librea, que a veces sirven también para que puedan descansar sus divinas posaderas. La escena de la muerte de Siegmund tiene lugar en un escenario lleno de cadáveres, mientras que en el último acto estamos en un gran espacio vacío, al que se añade al final una mesa elevada para colocar a Brünnhilde, rodeada de un cable ígneo. Por si no fuera suficiente para amedrentar a Sigfrido, las paredes sirven de pantallas para imágenes de llamas. El vestuario (Andrea Schraad) sigue la tónica de la jornada anterior y resulta adecuado, manteniendo las pelucas rubio-platino para todos los habitantes del Walhala. Buena la iluminación de Stefan Bolliger.
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La idea de Kriegenburg parece ser la de ofrecer una sociedad en la que la violencia impera por doquier, pero la cosa no acaba de funcionar. En la vivienda de Hunding está Sieglinde con unas 20 sirvientas, de las cuales 12 se dedican a poner una mesa y pasarse un vaso de agua unas a otras, cuando Siegmund pide de beber, mientras que las restantes están al fondo embalsamando cadáveres. El continuo movimiento de las sirvientas no hace sino perturbar el desarrollo musical, ya que en este acto lo importante son los tres protagonistas y todo lo demás no sirve sino para despistar. Habrá que agradecer a Kriegenburg que el movimiento se paró durante el maravilloso dúo de la entrada de la primavera. Otros tantos sirvientes – estos masculinos – aparecen en el segundo acto, que tampoco sirven para mucho, salvo para hacer de sillas y no recoger nunca los cristales que sus jefes esparcen por el suelo, cuando se cabrean y rompen vasos. El arranque del tercer acto acabó por enfadar al respetable. Un grupo de figuración ofrece una especie de zapateado en alusión a los supuestos caballos en los que las Walkyrias harán su célebre cabalgada. Antes de comenzar las notas de este

tercer acto, el grupo ya nos ha deleitado con 4 minutos de ruidosas evoluciones escénicas, que se acompañan de abucheos y aplausos del público a partir del minuto 3. El gran dúo de Wotan y Brünnhilde carecería de emoción, si no fuera por los intérpretes, no ayudando nada tampoco el hecho de que Wotan desaparezca del escenario, dejando a su hija que cante sola. Si alguien tiene curiosidad por saber dónde estaba Wotan, les diré que fue a buscar botellines de agua. Por extraño que parezca esta búsqueda de agua forma parte de la producción, ya que también ocurrió el año pasado y entonces por partida doble.
El Fuego Mágico
Ya me he referido más arriba a la lectura musical de Kent Nagano y no tengo mucho más que añadir. Nada tuvo que ver su dirección del primer acto con la de los dos siguientes. A la mediocridad le siguió la emoción en grandes dosis. Poco tuvo que ver esta segunda parte de la ópera con la que nos ofreció el año pasado. Uno admite casi como lógico que Bryn Terfel contagie a Nagano, cuando el galés está en escena, pero también ocurrió en el Anuncio de la Muerte de Siegmund, donde la emoción siempre estuvo presente. La Cabalgada, que no Cabalgata, fue brillante, y para cortar el aliento el tema de la redención que canta Sieglinde. Es obvio decir que el dúo final de Wotan y Brünnhilde y el Fuego Mágico fueron magníficos, pero ahí estaba Bryn Terfel y eso explica muchas cosas. La Bayersiches Staatsorchester nos brindó una espléndida versión, sin los altibajos de su director. Fue una magnifica orquesta de principio a fin.
La soprano sueca Katarina Dalayman fue una convincente Brünnhilde en escena, pero vocalmente queda superada por las dificultades de la partitura. Por el centro la cosa funciona francamente bien y ella sabe transmitir emoción y convicción en su canto, pero sus notas altas se lanzan invariablemente en forte, abiertas, calantes y hasta gritadas. Una pena.
Petra Lang siempre se ha movido en terrenos entre mezzo y soprano y tenia curiosidad por ver cómo podría funcionar su Sieglinde. Tengo que decir que me parece una de las mejores intérpretes de personajes como Ortrud o Kundry, pero Sieglinde requiere una
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voz más calida que la suya. En los pasajes líricos del primer acto no acaba de convencer vocalmente, mejorando mucho en los pasajes más dramáticos del segundo acto y, especialmente, en el anteriormente referido motivo de la redención, donde rayó a gran altura.

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Bryn Terfel
El tenor neozelandés Simon O’Neill venía de cantar con éxito la parte de Siegmund en las Tetralogías de Viena y Milán. Tengo que decir que su actuación no me ha resultado convincente. La voz no tiene excesiva calidad ni tintes dramáticos, sus cualidades de actor no son precisamente excepcionales, el volumen no es excesivo y ni siquiera los Wälse, Wälse tuvieron el brillo ni la duración necesarios para dejar un buen recuerdo.
Como ya ocurriera el año pasado, la actuación de Sophie Koch en Fricka fue notablemente mejor que en el Oro del Rhin. Estuvo convincente tanto vocal como escénicamente.
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El anuncio de la Muerte
Capítulo aparte merece Hans-Peter König como Hunding, sin duda uno de los mejores – si no el mejor en absoluto – en estos personajes malvados. No me extraña que Siegmund huyera de su casa. Mucho voy a lamentar no poder asistir al Ocaso de los Dioses, en el que estoy seguro habrá dos enormes triunfadores, que serán Nina Stemme y Hans-Peter König.
Buena actuación del grupo de Valquitrias formado por Golda Schultz (Ortlinde), Heike Grötzinger (Waltraute), Okka Von Der Damerau (Grimgerde), Roswitha Christina Müller (Siegrune) y Alexandra Petersamer (Rossweise), que repetían del año anterior. Las nuevas eran Susan Foster (Helmwige), Karen Foster (Gerhilde) y Anja Jung (Schwerleite).
El teatro estaba completamente abarrotado y en el exterior se hacía difícil caminar por la masiva presencia de gentes con letreros de “Suche Karte”. Al acabar el segundo acto, todavía quedaban un par de ellos inasequibles al desaliento. La recepción fue un tanto tibia en el primer acto y triunfal en la continuación. El triunfo grande y merecido fue para Bryn Terfel, seguido de Kent Nagano. Petra Lang fue muy aplaudida en los saludos finales.
La representación comenzó con los 5 minutos de retraso habituales en Munich y tuvo una duración total de 5 horas y 25 minutos, incluyendo dos entreactos y un zapateado. Duración estrictamente musical de 3 horas y 53 minutos, es decir 5 minutos más breve que la del año anterior. Los triunfales aplausos finales se prolongaron durante 13 minutos y eso que Bryn Terfel fue especialmente discreto en los suyos. El año anterior los aplausos duraron 9 minutos.
El precio de la localidad más cara era de 193 euros, habiendo localidades en el patio de butacas desde 142 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 117 y 64 euros.
Tengo música de pasodoble en la cabeza.
José M. Irurzun