Esta segunda etapa de mi viaje va a estar centrada en Dresde, teniendo como objetivo fundamental asistir a la representación de Die Walküre bajo la batuta de Thielemann el próximo martes. Como anticipo tenemos una Flauta Mágica con producción de Achim Freyer y este Don Carlo con la presencia de René Pape como Felipe II.
Se atribuye a Toscanini (otros lo hacen a Caruso) la expresión de que para representar Il Trovatore no hace falta sino los 4 mejores cantante del mundo. Si esto fuera verdad en Trovador, en el caso de Don Carlo tendríamos que decir que no hace falta para ser representada sino contar con los 5 mejores cantantes del mundo, por no decir 6, incluyendo al Gran Inquisidor. Pocas veces asiste uno a un Don Carlo en el que todos los cantantes estén a la altura deseable. En Dresde hemos tenido de todo, desde lo mediocre a lo excepcional, sin que producción y dirección hayan ido mucho más allá de la rutina.
La producción se debe a Eike Gramms, que muriera el pasado verano en Salzburgo, habiendo visto su estreno aquí en Octubre de 2003. Desde entonces se ha repuesto en casi 40 ocasiones y no pasa de ser una producción bastante tradicional y de corte minimalista. La escenografía de Gottfried Pilz ofrece un escenario vacío, cuyo único elemento escénico es una especie de pared de metacrilato llena de calaveras, que podemos ver al inicio de la ópera para descender a continuación para convertirse en el suelo del escenario. Volverá a izarse al final de la ópera. El vestuario del mismo Gottfried Pilz es un tanto raro, mezclando épocas de manera arbitraria, lo que resulta chocante en muchas ocasiones. Les pondré un par de ejemplos: en el auto da fe aparecen en la procesión una serie de nobles ancianos, que van vestidos como si de la familia de Carlos IV se tratara. Cuando Felipe II pide soccorso alla regina, aparece Posa con bata de seda. El ambiente es siempre nocturno, del que saca buen partido Jan Seeger en la iluminación.
La dirección de escena no ofrece nada de particular, limitándose a narrar la historia y todos los personajes son sin excepción los vistos en tantas producciones tradicionales. La versión ofrecida es la italiana en 4 actos, añadiéndose la escena del cambio de disfraces entre Elisabetta y Eboli al principio del segundo acto.
En la dirección musical estuvo Paolo Arrivabeni, que sustituía a Myung-Whun Chung. Su labor fue eficaz y bastante rutinaria, además de abusar de volumen orquestal en algunas ocasiones. La Staatskapelle Dresden es una de las mejores orquestas del mundo y demuestran su nivel siempre. Buena también la actuación del Staatsoperchorn Dresden.
Aunque podíamos discutir ampliamente sobre quién es el real protagonista de esta ópera, lo cierto es que es Don Carlo quien da título a la misma. En mi opinión es uno de los personajes más difíciles que escribiera Verdi con el inconveniente añadido de que no tiene en esta versión ni un aria que llevarse a la boca. Su intérprete fue Massimo Giordano, de quien no diré que su actuación fue decepcionante, porque para decirlo tendría que haber tenido antes expectativas. No era ese el caso. Este tenor nunca me ha convencido y menos cantando óperas de Verdi. Su canto es monótono, con una voz engolada en exceso, con afinación deficiente en el centro y poses escénicas fuera de lugar, como esa manía habitual en sus actuaciones de estar pasándose la mano por el pelo, como si estuviera despeinado. La voz tiene cierto atractivo y llega a las notas altas, pero las da como si fuera un saltador de altura que tiene prepararse antes del salto.
La soprano holandesa Barbara Haveman fue una correcta Elisabetta, aunque un tanto insípida. En general, se echa en falta un timbre más redondo y unos graves más sonoros, que en este personaje son muy exigidos.
El auténtico protagonista de la ópera es en mi opinión Felipe II y más cuando en una representación se enfrentan un deficiente hijo y un estupendo padre. René Pape volvió una vez más a encarnar al atormentado monarca y su actuación fue plenamente convincente. Hoy en día René Pape no tiene mas rival en este personaje que él mismo y en mi opinión es un rol que lo tiene muy interiorizado, brillando con luz propia en ese monumento que es el aria Ella giammai m’amò. Frente a otras actuaciones suyas anteriores me ha parecido que ha perdido algo de volumen vocal.
Ekaterina Gubanova fue una más que notable Princesa de Eboli, con voz atractiva, homogénea a lo largo de la tesitura y expresando francamente bien. Su mejor momento fue la brillante interpretación que hizo del O, don fatale, que le valió justamente la mayor ovación de la noche a escena abierta. En la Canción del Velo no estuvo al mismo nivel, con agilidades un tanto para salir del paso. En cualquier caso, una gran Eboli.
El Marqués de Posa era Christoph Pohl, cantante muy habitual en los repartos de Dresde. La voz tiene nobleza y atractivo y canta bien, con el inconveniente de que la voz no está bien emitida y tiene tendencia a no salir del escenario.
Michael Eder fue un Gran Inquisidor un tanto deficiente. Le falta autoridad vocal, queda corto en graves y pasó algunos apuros.
En los personajes secundarios Peter Lobert fue un Monje sin mayor relieve. Timothy Oliver lo hizo bien como Conde de Lerma. Gustó Nadja Mchantaf como Tebaldo. Menna Cazel fue la Voz del Cielo y sonaba bien. Cumplió Gerald Hupach como Heraldo del Rey.
La Semperoper ofrecía una entrada de alrededor del 90 % de su aforo. El público se mostró más bondadoso que exigente y hubo muestras de entusiasmo para todos los cantantes, incluyendo el protagonista.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 3 horas y 26 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 50 minutos, Siete minutos de aplausos.
El precio de la entrada más cara era de 88 euros, habiendo butacas de platea desde 54 euros. La entrada más barata costaba 21 euros
José M. Irurzun