La versión de la ópera Don Carlo que Albert Boadella presentó el verano pasado en El Escorial y en febrero del año en curso en los Teatros del Canal, volvió a cosechar un gran éxito entre el público que abarrotaba el Teatro Auditorio del recoleto pueblo. Partiendo de datos históricos, Boadella se arremangó la camisa y decidió limpiar la imagen de Felipe II. De esta manera su hijo, el Infante Carlos que da nombre al drama verdiano, nos lo presenta como un sujeto inestable mentalmente, tullido, obsesivo. Históricamente es más creíble esta imagen. Pero es exactamente la contrafigura del héroe romántico dibujado por Schiller (embrión del libreto en el que se basa la ópera) y coloreado por la música de Verdi. Buscar coherencia histórica en el argumento de una ópera es pretender peras de un olmo. La inteligencia de Boadella buscó salidas en la propia concepción de la obra. Las varias versiones hechas por el maestro de Busetto, permitieron a Boadella, utilizando partes musicales de una y otra version, darle giros visuales más apropiados a lo que se proponía y buscarle un final más acorde: el suicidio de Don Carlo. La cuestión no es para rasgarse las vestiduras. Como propuesta es bienvenida. Está realizada con una pulcritud teatral encomiable, enmarcada en una escenografía (Ricardo Sánchez Cuerda) que hinca el diente en lo conceptual cumpliendo cabalmente su cometido y potenciada por un atractivo vestuario (Pedro Moreno) y una eficaz iluminación (Bernat Jansà).
La dirección musical Manuel Coves fue vitalista, voluntariosa. Más inclinado a la rotundidad del sonido que a matices, pero siempre atento a los cantantes. Sacó lo major de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. El coro, también de la ORCAM y reforzado por el Coro Verum, se escuchó sin brillo. El tenor Massimo Giordano dista mucho de ser un estilista del canto. Su desquiciado Don Carlo, con su poco ortodoxa manera de cantar, pudo no gustar pero cumplió donde debía cumplir: una voz que con suficiente caudal para hacerse notar y los agudos en su sitio. La soprano Ekaterina Metlova mantuvo la compostura durante toda la obra para entregarse al completo en su aria final. Su timbre, con mucho metal en el registro agudo, no es especialmente bello. Su musicalidad y un poco de más recorrido en el personaje de Elisabetta podrian hacerla muy interesante. Uno de los mejores solistas de la noche fue Juan Jesús Rodríguez. Su instrumento tiene calidades que le van perfectamente al personaje del Marqués de Posa, aunque por momentos suene un punto gutural. Su enfrentamiento con Éboli, encarnada con gran expresividad por Nadia Krasteva, fue electrizante. La mezzosoprano se mostró polifacética, desde el candor en la Canción del Velo hasta la desesperación en su efectista interpretación del aria O Don fatale. Grisácea fue la comparecencia del bajo Carlo Colombara como Felipe II. Los agudos sin brillo, los graves débiles y el resto sin la rotundidad de un personaje de ese calado. Su colega de cuerda, el muy veterano Eric Halfvarson fue de una marmórea contundencia vocal como el Gran Inquisidor. La proyección de su voz se impuso con rotundidad ante Colombara/Felipe II. El también bajo Fernando Latorre dio empaque vocal al Fraile y a la Voz de Carlos V. El público aplaudió con entusiasmo a todos los artistas y especialmente a Albert Boadella.
Federico Figueroa