Don Giovanni en el Liceu de Barcelona Por Félix de la Fuente
Antes del toque de queda y por un lapso de tres funciones frenadas en seco por el decreto de estado de alarma, Don Giovanni se abrió paso con los codos entre las restricciones sanitarias para inaugurar en el Liceu la ópera escenificada de esta temporada 20-21.
Lo hizo con esta evocadora producción de la Ópera de Frankfurt a cargo de Christof Loy, de quien ya disfrutamos aquel prodigioso Macbeth. En esta ocasión un Don Giovanni, digamos que en su cincuentena, no ha perdido ni un ápice de su veleidoso gancho: la misma labia ostentosa, la misma buena planta y la misma posición social que exige el devenir del libreto… todo ello contrarrestado por la redefinición dramatúrgica y escénica del personaje en la obertura. Es patente que Loy alude a una cita del arranque del libreto para resignificar este dramma iocoso:
–Leporello: ¿Quién ha muerto, usted o el viejo?
–Don Giovanni: ¡Qué pregunta! El viejo
La confusión nerviosa y despistada de Leprorello que nos tuerce una sonrisa en el texto original se vuelve, sin embargo, extrañamente objetiva para un espectador que ha sido testigo del fatal lance de un espadachín de melena cana y guante negro contra sí mismo. Tras la lucha, al cuerpo caído se le alude como el Commendatore mientras que el que huye airoso se nos presenta como Don Giovanni.
Christof Loy nos propone de este modo que la acción no transcurra a continuación del asesinato del Comendatore sino muchos años después, protagonizada por un Don Giovanni cuyo libertinaje de antaño se ha vuelto más bien una inercia veleidosa, una glamurosa carcasa en un hombre hueco de culpa que vuelve una y otra vez a mirar su espada con una recurrencia cada vez más obsesiva y persecutoria. Diera la impresión de que su memoria culpable no puede flagelarse más que poniendo su propio rostro al Comendatore.
La fina escenografía de Johannes Leiacker refuerza esta idea: el primer acto transcurre íntegramente en la casa de Don Giovanni, en un salón largo tiempo abandonado, vaciado de todo bulto salvo la chimenea, con el ventanal arrancado de cuajo y sustituido por unos tablones, y el techo medio derrumbado… ¡Qué contradicción con los fastos que cabría esperar! Don Giovanni ha acabado habitando así el interior monocromo y desvencijado de su salón, muy análogo a los fueros internos de sus amantes una vez despechadas.
Desmoralizado por momentos, la culpa puntea la ópera constantemente: Don Giovanni se apoya aturdido en la chimenea, se aparta de la acción para sentarse en primer plano hipnotizado por su espada, se desploma (no se recuesta, se desploma) durante la fiesta sobre las telas rojas como lo hizo el cuerpo ensangrentado del Commendatore… incluso mientras sus interlocutoras le replican sus pasiones él evade la mirada y canta al público el dictado del seductor ya sin poder mirarlas a los ojos.
El excelente retrato a nivel teatral y sonoro del protagonista encarnado por Christopher Maltman fue uno de los acicates de la noche, en perfecta complicidad con la lustrosa representación de Leporello por Luca Pisaroni. En la contraparte femenina complació el nervio de la Donna Elvira de Véronique Gens, y la delicada Donna Anna de Miah Persson. Desde el foso el maestro Josep Pons extrajo de una reducida orquesta toda la vivacidad necesaria para que Mozart estuviese también presente y se coaligara con el resto de cantantes: el contundente Ottavio de Ben Bliss y el acertado Comendatore de Adam Palka, y los intérpretes de urgencia de Masetto y Zerlina, convocados esa misma tarde por precaución ante la covid, Toni Marsol, y Leonor Bonilla, completaron un cartel que se percibió sin fisuras.
Decíamos que la recurrencia, empezando por el desdoblamiento de Don Giovanni y el Comendatore como espadachines, era la fuente de la obsesión y el acorralamiento del personaje en sí mismo. En el segundo acto se vuelve además el leitmotiv escénico, donde director y escenógrafo toman la celebérrima finestra bajo la que canta Don Giovanni y la multiplican erráticamente en el plano de una fachada. Finalmente, de su conjunto han de emerger una multitud de réplicas de Don Giovanni (o del Commendatore, que aquí es lo mismo), cuyas estocadas son el crepitar de un infierno que ahora le quita la vida después de haber prolongado su condena durante décadas.
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PD: El Liceu ofrecerá al público la grabación de Don Giovanni el próximo 8 de noviembre a las 17:00 (más información aquí), una última función que añadir a la que asistimos presencialmente el pasado miércoles, para compensar así en lo posible la cancelación debida a las medidas sanitarias decretadas por el Govern.