La Orquesta Sinfónica de Baleares (OSIB), desde su fundación hace veintiséis años, es la titular de las temporadas de ópera del Teatro Principal de Palma, y no es infrecuente que incluya en su propia temporada conciertos líricos. Ha sido menos habitual la programación de óperas completas en concierto: solamente recuerdo “Norma” a principios de los 90 y “La clemenza di Tito”en el año 2006. Quiero decir con esto que la OSIB está más que acostumbrada a ser orquesta “de foso”, y además lo hace muy bien.
Manacor es la segunda ciudad en población de la isla de Mallorca. Dispone de un magnífico auditorio de casi ochocientas localidades, todas con visibilidad y acústica excelente, que desde hace un tiempo está funcionando también como segunda sede de la orquesta: se repiten algunos de los programas que se presentan antes en el Auditórium de Palma (recientemente la Novena Sinfonía, y el concierto de año nuevo), y otros se proyectan específicamente para este espacio, como “Don Giovanni”, que llenó el teatro con aficionados de toda la isla y algunos venidos de fuera. No era para menos porque el reparto tenía mucho interés.
Pablo Mielgo, director titular de la formación y responsable último de su programación, ha dispuesto una especie de temporada lírica complementaria a la menguante (en número de funciones) del Teatro Principal, y este año los aficionados mallorquines disfrutaremos, además del título mozartiano objeto de esta crítica, de un Réquiem de Verdi el próximo mayo que se prevé también muy apetecible.
La ópera se presentó con la orquesta sobre el escenario y en versión semirepresentada, sin vestuario, con muy pocos elementos de atrezzo y con imaginación en el movimiento escénico, cuyo responsable no figura en el programa: la batuta del director sirvió como arma, las máscaras llevaban máscara y bailaron en la fiesta, a Masetto le dieron una buena paliza y el Comendador hizo su aparición espectral desde el público.
La pareja formada por Nicola Uliveri (Don Giovanni), que debutaba en Mallorca, y el menorquín Simón Orfila (Leporello), muy conocido y querido aquí, funcionó a la perfección. Daba la impresión de que podrían intercambiar sus papeles en cualquier momento y se notaba que han cantado juntos esta ópera en los teatros más importantes. Voces idóneas, estilo adecuadísimo y absoluto dominio de sus personajes. Ambos estuvieron a una altura sobresaliente durante toda la función y recibieron grandes aplausos. Dieron tanto juego en lo teatral que no se añoró que la función careciera de montaje escénico.
Mariola Cantarero (Donna Anna) y José Luis Sola (Don Ottavio), fueron la pareja noble. La soprano granadina, que ha sido madre recientemente y debutaba en el papel, empezó la función un poco tímida, pero se sobrepuso inmediatamente y disfrutó e hizo disfrutar mucho al público. Quizás no fue el suyo un estilo mozartiano canónico al cien por cien, pero el papel se adecúa a sus características vocales y domina el escenario. Como curiosidad, fue la única que se cambió de vestido, pero ella podía porque era la rica de la historia. Con el vestido rojo del segundo acto estaba imponente. La característica más destacable del tenor es su capacidad para cantar frases larguísimas sin sufrir ni hacer sufrir, y puede ser que por eso el director optara por llevar muy, muy lentas sus arias. Sola cantó con una voz de volumen más que suficiente y con buen gusto. Don Ottavio es un soso, por lo que tampoco cabía exigirle al tenor más en lo escénico. Bien los dos, y también muy aplaudidos, especialmente Cantarero después de su gran escena “Or sai chi l’onore…”, llena de fuerza.
La tercera pareja, la de los jóvenes Ruth Iniesta (Zerlina) y Francisco Crespo (Masetto), fue otro acierto del reparto. Soprano y bajo cantaron muy bien, interpretaron a sus personajes con gusto y credibilidad, y entre ellos había verdadera química. El director llevó muy rápido (demasiado, y el coro lo pagó) su dúo de presentación. Masetto es un personaje para un bajo muy joven, con intervenciones de importancia, y Francisco Crespo resultó muy solvente siempre. Es interesante destacarlo a él entre los demás porque los bajos tan jóvenes están aún evolucionando, y el granadino promete, pero ya se puede decir que vale para la ópera representada. Las sopranos maduran antes, y Ruth Iniesta fue el complemento perfecto tanto del joven campesino como del libidinoso protagonista.
Vistas las parejas, veamos ahora qué pasó con los desparejados. Raffaella Lupinacci (Donna Elvira) impactó ya desde su salida, con una voz oscura y percutiente, muy agradable, perfectamente adecuada a la tesitura del personaje y utilizada siempre con contención: estuvo a la altura de los dos barítonos protagonistas y fue braveada después de “Mi tradì…”. Vestía de concierto, de negro, con un vestido pantalón con el que no se identificaría mucho a la dama burgalesa, pero eso se olvidaba al verla actuar. No la conocíamos en la isla y fue un placer verla y escucharla.
El otro personaje suelto es el Comendador, interpretado aquí por Francisco de Santiago. Cumplió simplemente durante su intervención del principio y estuvo mucho mejor el su aparición como fantasma durante la cena. No resultó impactante, pero tampoco desmereció. El coro de hombres que acompañaba su intervención cantó desde detrás del escenario, mientras que el Comendador estaba en un lateral del patio de butacas. El efecto funcionó y sonó inquietante.
La orquesta presentaba una formación de una cuarentena de músicos, más el clave (un siempre atento Pedro José Rodríguez) y la mandolina para la serenata (María Carmen Simón). Sonó precisa y con el estilo que la pieza requiere. Se notaba el trabajo previo y que se quiso presentar muy bien el espectáculo. Mielgo dirigió con cuidado y atención. Solamente se le pueden achacar algunos tempi demasiado rápidos o demasiado lentos (ya los he mencionado antes) que no cumplían ninguna función dramática.
Dos observaciones para acabar: el programa de mano era una birria, y por no poner (ya no hablamos de los currículos de los artistas, que brillaban por su ausencia) no ponía ni que participaba la Coral Universitaria, en una formación reducida; en cuanto a la sobretitulación, que se proyectaba en el propio escenario, disponía de una pantalla lo suficientemente grande como para ofrecerla en una edición bilingüe y facilitar que los venidos de fuera hubieran podido disfrutar también de este servicio.
En resumen, una función más que buena que dejó al público muy satisfecho. Quiero alabar la iniciativa y deseo en el futuro muchas veladas como la del pasado domingo, que sirvan para consolidar el auditorio de Manacor también como coliseo lírico, puesto que ya es un referente en el mundo del teatro.
En breve se iniciará la XXXI Temporada del Teatro Principal de Palma y espero seguir informándoles.
FCNiebla