Lo que pudo haber sido una buena representación de Don Giovanni en Múnich se vio lastrada por una producción escénica sin pies ni cabeza. No es la primera vez que esto ocurre ni mucho menos. Yo me pregunto si los directores artísticos de los teatros no saben qué contratan, cuando encargan una nueva producción. De ninguna manera pueden considerarse como ajenos a la producción, ya que por activa o por pasiva la han aprobado antes de subir al escenario.
Esta producción de Don Giovanni en Múnich se estrenó en Octubre de 2009 y se debe al director de escena alemán Stephan Kimmig, bastante reconocido por sus actividades teatrales, pero que hacía su debut en ópera. Que yo sepa, no ha vuelto a hacer ninguna otra producción operística y esto es seguramente lo mejor que puede ocurrirnos a los aficionados.
La escenografía de Katia Hass ofrece un escenario giratorio ocupado por contenedores de todos los tipos, que se suponen localizados en algún puerto de España. Al menos los graffiti de algunos así lo declaran. Los distintos contenedores se abren y ahí se desarrollan las escenas. Es igual que hablemos de la fiesta de Don Giovanni, de los esponsales de Zerlina, del cementerio o de la cena con el Comendador. Todo en contenedores, situados en dos niveles. El vestuario de Anja Rabes es actual y responde a las geniales ideas de Stephan Kimmig y así le maschere que acuden a la fiesta de Don Giovanni lo hacen como esquiadores. La iluminación de Reinhard Taub resulta correcta. Hay una pantalla en la que se proyectan imágenes y que está situada en la parte de arriba del escenario, resultando bastante incómoda para el espectador.
Stephan Kimmig hace lo que le viene en gana y no tiene mucho que ver con lo que dice el libreto. Comenzamos con un obertura en la que se nos ofrece en el escenario un anciano desnudo, que volverá a aparecer en otras ocasiones, unas vestido de mujer, otras actuando como un gallo en gallinero y, al final de la ópera, nuevamente desnudo. Quién sea el tal anciano se escapa a mi imaginación. Para unos es un Don Giovanni decrépito, pero cualquier interpretación es válida. Qué hacen el Comendador y su hija en un container no es fácil de entender. Menos todavía que Doña Elvira – noble dama de Burgos, según el libreto – sea una mochilera que vive entre containers. La escena del cementerio se desarrolla – cómo no – en un contenedor con reses descuartizadas. Por supuesto, ni estatua, ni inscripción, ni nada. Bueno, sí: El Comendador entre las reses. En la escena final aparece El Comendador vestido de Obispo y acompañado de una serie de personajes eclesiásticos y militares. Me pregunto para qué se cambiarán de atuendo en el segundo acto Don Giovanni y Leporello, si el macarra del Don no canta la Serenata a la criada, sino a Donna Elvira, que no está en la ventana sino en brazos de su amado. Lo más lamentable es que esta representación no era el estreno de la producción para poder haber abucheado a Stephan Kimmig como se merecía.
La dirección del americano James Gaffigan me pareció un tanto irregular. Delicada acompañando a los cantantes en sus arias y más bien blanda en el desarrollo dramático de la ópera. Los tiempos también fueron bastante irregulares, con tendencia a alargarlos, salvo en ocasiones en que se aceleraban. Buena la prestación de la Bayerische Staatsorchester. La versión ofrecida fue la ya tradicional de Praga con el añadido de la segunda aria de Don Ottavio, el aria de Donna Elvira y la Moraleja final.
El reparto vocal funcionó francamente bien en su conjunto, sin puntos débiles, aunque tampoco hubo actuaciones sobresalientes.
Don Giovanni fue interpretado por el bajo-barítono uruguayo Erwin Schrott, que hace muy bien este Don Giovanni tan macarra. No cabe duda de que es muy creíble en escena y hace los recitativos con gran intención (a veces excesiva). En cuanto a su interpretación vocal, la suya fue buena, aunque no me entusiasmó. Estuvo mejor en Fin ch’han dal vino que en la Serenata.
Buena la actuación de Alex Esposito como Leporello. Buen actor, muy desenvuelto en escena, y buen cantante, a quien la producción también nos lo ofrece en ropa interior innecesariamente.
Donna Anna fue interpretada por la soprano rusa Albina Shagimuratova, que ofreció una voz adecuada y buenas agilidades. A mí me resulta una soprano bastante impersonal y hasta monótona. La paleta de colores que es capaz de usar en su canto resulta bastante escasa.
Dorothea Röschmann fue Donna Elvira y me pareció la mejor cantante mozartiana de todo el reparto. La voz es atractiva y canta con mucho gusto. Su mejor momento fue el aria Mi tradí quel alma ingrata.
Pavol Breslik fue un muy adecuado Don Ottavio y demostró que en Mozart se encuentra mucho más en su elemento que cantando el Alfredo de La Traviata. Cantó con gusto sus dos arias.
La soprano japonesa Eri Nakamura lo hizo bien en Zerlina, con una voz de calidad y fácil en escena. Buena impresión también la dejada por Brandon Cedel como Masetto. Finalmente, el Comendador fue interpretado adecuadamente por el bajo Ain Anger.
El teatro estaba lleno una vez más y el público no se mostró muy entusiasmado durante la representación, ya que ninguna de las arias mereció más de 12 segundos de aplausos. Fue llamativo que el público interrumpiera el aria del catalogo con sus aplausos. Al final del primer acto hubo sonoros abucheos, indudablemente dirigidos a la producción escénica. La recepción final fue muy cálida, como de costumbre, no faltando bravos para todos los artistas.
La representación comenzó con los consabidos 6 minutos de retraso y tuvo una duración de 3 horas y 33 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 51 minutos. Nueve minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 163euros, habiendo butacas de platea desde 91 euros. El precio de la localidad más barata con visibilidad era de 39 euros.
José M. Irurzun