Antes de la reposición de La Traviata que abrió la temporada y la Compañía Nacional de danza que cerrará la temporada del coliseo barcelonés el humor de Don Pasquale ha vuelto al Liceu tras casi tres décadas de ausencia y con éxito artístico y de taquilla.
Este dramma buffo en tres actos de Gaetano Donizetti con libreto de Giovanni Ruffini estrenado en el Théâtre Italien de París en 1843 y cinco años después en el Teatro del Liceu ha tenido a lo largo de su historia más de noventa representaciones alternando una presencia más o menos estable en la historia de esta casa operística.
Es curioso observar a veces el comportamiento de un público determinado ante las propuestas que se le presentan. Es la primera reflexión que me viene a la cabeza tras las representaciones que he visto en estos días de esta joya donizettiana.
Si en navidad pudimos ver el drama de María Estuardo del mismo compositor que nos emocionó y nos hizo una reflexión sobre la erótica y crueldad del poder, en estas fechas ya casi veraniegas la pluma del de Bérgamo nos intenta sacar una sonrisa e incluso una carcajada con esta piedra de toque del bel canto humorístico. Pero en cambio la seriedad del género y del teatro donde se hace hizo que raramente se oyera una risa ante los buenos gags del primer cast, cosa que no pasó con el segundo que comentamos y que triunfó sin excepciones con grandes risas de un público atento a la acción y a la transcripción musical de la misma. No entramos en la calidad de los intérpretes sino en la reacción del público, mucho más tradicional y que le cuesta más reír que llorar en estas ocasiones…pensando equivocadamente que la ópera es únicamente seria. NO. La ópera como cualquier género escénico es variado y pluriforme y a veces como nos recuerdan los grandes intérpretes es más difícil hacer reír que llorar.
El gran mago parisino Laurent Pelly se encuentra mucho más cómodo en el género cómico que en el dramático, cómo él mismo ha declarado, siendo célebres sus montajes de Robert le diable, L’Heure espagnole, L’etoile, Le Comte Ory, su mágica Cendrillon o su ya clásica Fille du Regiment. De ahí que esta propuesta bastante minimalista y claustrofóbica con un único espacio escenográfico móvil sea otro gran acierto de este regista.
Don Pasquale se presta a situarlo en el tiempo y en el espacio que se quiera, de ahí que la opción de hacerlo con cierta estética del neorealismo italiano de los cincuenta sea correcta jugando con gags, vestuario, mundo al revés y onírico que hacen que los más de 80 minutos de la primera parte se pasen en un abrir y cerrar de ojos.
El debutante director venezolano Diego Matheuz por contra fue bastante aburrido con su batuta, no entendió o no supo reflejar lo que pasaba encima del escenario. Tempos desbocados que a veces ponían en peligro sincronización o balances excesivamente fuertes y lo más peligroso, una orquesta que no le seguía en sus dinámicas reinando una atonía musical bastante peligrosa y aburrida. Todo esto da como resultado un acercamiento al bel canto no muy positivo, lo cual nos hace pensar que su titularidad en La Fenice de Venecia tal vez sea por otro tipo de repertorio.
Donde el éxito indiscutible fue en el cuarteto solista. Gabriel Bermúdez fue un correcto Malatesta en lo vocal y con mucha gracia en lo escénico, venciendo sin obstáculos tanto su aria inicial, como sus múltiples dúos.
Antonio Siragusa de quien ya hemos podido seguir en diversas óperas en Pésaro y un Almaviva en el Palau de la Música Catalana hace un tiempo estuvo francamente ideal. Su timbre metálico se adapto al lirismo de su ensoñador rol haciendo de la serenata y dúo posterior con Norina los momentos más íntimos de la velada, ofreciendo pianísimos y mezza di voci del gran profesional que es.
El Don Pasquale de Roberto de Candia hizo las delicias del público en lo escénico sin por eso perder calidad ni presencia vocal, demostrando su gran capacidad para este tipo de roles de bufo protagonista. Una gran y cuidada emisión, con diversos colores que se adaptan al momento dramático y una ligereza para los silabati hacen de este cantante un buen fichaje para futuros roles más allá del Melitone con el que debutó hace tres años en el coliseo de las Ramblas.
Norina fue interpretada por la cantante de color que ahora está en carrera ascendente Pretty Yende. Como su propio nombre indica esta preciosa sudafricana conquistó al público desde la primera nota. Voz fácil, generoso volumen, con gracia en las variaciones hacen de esta soprano ligera una intérprete ideal para esta partitura donizettiana. Hubo una gran química con este montaje y este rol ofreciendo una muchacha alegre y con personalidad al que añade el punto de dominación que ejerce con todos los hombres de la ópera sin perder ni la naturalidad escénica ni la calidad vocal en ningún momento. Ojalá que podamos disfrutarla en otras veladas en breve tiempo.
Gracioso el notario de Marc Pujol donde se cumple el aforismo teatral de “no hay pequeños papeles, sino malos intérpretes”.
En esta ópera la presencia del coro es mínima sin embargo con su buena profesionalidad se supo ganar el aplauso del público en su más larga intervención del inicio del tercer acto.
Esta pesadilla que vive Don Pasquale en esta producción acaba con una cierta amargura o acidez en su puesta en escena pero consigue a raudales los objetivos del regista que sea divertida, emotiva, perturbadora, burlesca, densa, enérgica, tonificante, pero sobre todo combina la risa con la sonrisa. ¡Bravo!
Roberto Benito