¿Dónde está cantando la Yoncheva? En el Teatro de la Zarzuela.

Sonia Yoncheva en el Teatro de la Zarzuela Por Majo Pérez

Como todas las divas, la Yoncheva tiene fama de trabajadora incansable y ambiciosa. Venir a cantar zarzuela a la cuna del género, lo confirma, máxime cuando tres días antes estaba en Les Arts ofreciendo un recital de canción italiana con Verdi y Puccini como protagonistas. En Madrid, había ganas de escucharla en vivo después de su paso por el Teatro Real -estando embarazadísima de su hija Sofía- hace un par de años, y no defraudó. Sin entrar a valorar la adecuación de su técnica vocal para abordar el repertorio escogido, la búlgara demostró que posee cualidades de sobra para cantar lo que le dé la gana. [Me hacen el favor de leer estas últimas palabras con deje castizo].

Sonya Yoncheva en el Teatro de la Zarzuela.

Si bien es dueña de una voz larga y carnosa, de centro pulido y amplio caudal, le basta hacer un pequeño gesto en apariencia banal para meterse al público en el bolsillo. Interpretó las diez romanzas del programa con gracia y sentimiento, algo a lo que contribuyeron un fraseo elegante y una dicción totalmente inteligible y adaptada a las exigencias de cada pieza. Seseó al interpretar a Soleá de El gato montés o a Cecilia Valdés, y ceceó en todas las demás. Todo lo que decía estaba dotado de intención, al igual que su mirada, sus gestos y sus movimientos, y a pesar de que en todo momento cantó leyendo de la partitura.

El repertorio interpretado fue escogido con gusto y sabiduría.  Al finalizar, la soprano agradeció al maestro Miquel Ortega su ayuda en la preparación del concierto,  y a lo largo del mismo fue palpable la buena sintonía que había entre ambos. La primera parte estuvo conformada por romanzas de carácter más intimista.  La romanza “Noche hermosa”, perfumada de jazmines y que de luna está nevada, de Katiuska, fue la menos apropiada para su voz, pues requiere emitir el sonido desde más arriba. A continuación, llegaron partituras más dramáticas donde pudo lucir mejor su centro carnoso y timbre aterciopelado, empezando por la petenera “Tres horas antes del día” de La Marchenera, de la cual afirmó que era su preferida. [De hecho la ofreció de propina al final de la velada]. “Lágrimas mías en dónde estáis”, de El anillo de hierro, “La luz de la tarde se va”, de El pájaro azul y “Yo me vi en el mundo desamparada”, de El juramento, las tres que completaron este bloque, fueron interpretadas con maestría y emocionaron a los asistentes.

Sonya Yoncheva y Alejandro del Cerro interpretando el dúo de El gato montés.

La segunda parte, de carácter preponderantemente alegre, arrancó con el dúo de El gato montés “¡Vaya una tarde bonita”, en donde se contó con la colaboración del tenor Alejandro del Cerro, al cual habíamos escuchado hace poco como el Javier de Luisa Fernanda en este mismo teatro. El cántabro estuvo bárbaro en su papel de Rafaelillo, y entre él y la búlgara hubo complicidad y chispa a pesar del distanciamiento preventivo. Su interpretación estuvo desprovista de manierismos costumbristas, centrándose en expresar con gracia lo que dice el texto. Se mantuvo el nivel en el resto de las obras, en las que Sonya Yoncheva nos conquistó con su legato, su desparpajo y su poderío. Tras un “No corté más que una rosa” de La del manojo de rosas bellísimo, con un fraseo muy bien trabajado, su capacidad de seducción llegó al paroxismo con romanzas míticas como “De España vengo” de El niño judío y “Al pensar en el dueño de mis amores” de Las hijas del Zebedeo. En esta última, su dicción, al igual que le pasa a Elīna Garanča, flaqueó al pronunciar “tiene unos ojillos… muy píos”, en vez de lo que dice la letra, “pillos”. Fue en la última pieza, la salida de Cecilia Valdés, en la que echó los restos y consiguió que el teatro se viniera abajo, y es que a partir de ahora, figurará entre las grandes que han interpretado magistralmente “un repertorio nada fácil” y de “muy bellas melodías”, en palabras de la propia cantante.

El gran Miquel Ortega se mostró solícito con la diva en todo momento. Le dio entradas, no escatimó un rubato, de hecho privilegió tempi largos en la mayor parte de las obras, y le transmitió seguridad con sus expresiones faciales, llegando incluso a aprobar la actuación de la soprano con un ligero asentimiento de cabeza en algún pasaje. La ORCAM sonó muy bien, y las piezas instrumentales que aderezaron el concierto fueron recibidas con entusiasmo. Estas fueron cuatro: el preludio de La alegría de la Huerta, de Chueca; el intermedio de Los Burladores, de Sorozábal; el preludio de Los Borrachos, de Giménez; y el intermedio de La leyenda del beso, de Soutullo y Vert. Esta buena entente entre el maestro y la cantante culminó con él sentado al piano para acompañarla en la segunda y última propina de la noche, la habanera de Carmen. En ella, una Yoncheva descalza y borracha de bravos y aplausos demostró todo el juego escénico que puede dar el podio del director musical y, si a alguien le quedaban aún dudas, dejó claro por qué es una grande.

Sonya Yoncheva y el maestro Miquel Ortega.

La diva vistió un opulento vestido rojo de volantes, con escote palabra de honor que dejaba ver en sus hombros unas marcas blancas de tirantes producidas por el efecto del sol. Y ese sol, el mismo que ilumina el magnífico teatro romano de su ciudad natal, Plovdiv, se nos metió a todos en el cuerpo. A pesar de la distancia que separa esa tierra de la nuestra, salí del teatro reflexionando sobre todo lo que nos une, a lo que a partir de ahora se añade el encanto de la zarzuela. ¡Hasta pronto!