Una de las óperas de Verdi se presenta como antesala del cierre de temporada con un éxito de taquilla, con un casting desigual y un montaje que no acabó de gustar al respetable firmado por el siempre detallista Emilio Sagi y de la batuta del que hasta ahora ha sido el titular musical, Roberto Abbado, con un resultado intermitente desde el foso.
En un coliseo con una historia relativamente corta y con mucho repertorio que mostrar es difícil de entender que en menos de 7 años se vuelva a repetir una ópera verdiana ,por mucho que sea de repertorio y en otra producción, cuando hay muchas por mostrar y mucho por demostrar en este periodo no precisamente boyante ni de gestión económica ni de pilares artísticos. Pero, sea como sea, este título basado en Le Roi s’amuse de Victor Hugo ha sido un éxito de recaudación con funciones prácticamente de sold out y un público que empatizó más con el dolor del bufón jorobado que con la desvergüenza del Duque de Mantua.
Emilio Sagi nos proporciona una lectura un tanto lineal y oscura de este drama francés pasado por las tijeras y sabiduría teatral del binomio Piave-Verdi. De un ritmo excesivamente lento y con una escenografía, de Ricardo Sánchez Cuerda, por módulos cambiantes que rápidamente te situaban en el Palacio de Mantua como se abrían y cual google maps te ofrecían un laberinto de calles de la ciudad italiana por la que coro y solistas tuvieron que pelearse con rampas y escaleras impidiendo una mayor acción para salvaguardar una interpretación canora notable en el coro, excepto en alguna descuadrada intervención del principio, que afecto igualmente a alguno de los solistas.
Uno de los aspectos incomprensibles de la puesta en escena era trasladar muchas acciones dramáticas del centro hacia atrás, con lo que los cantantes tuvieron que forzar su voz para hacerse oír sin conseguirlo por parte de bastantes de los partiquinos, destacando lo imperceptible de la voz de Gabriele Sagona como Monterone, o como Ceprano y algún solista como el Sparafucile de Marco Spoti al que le salvan más las tablas y experiencia que un instrumento en plenas facultades.
La Gilda de Maria Grazia Schiavo no empezó con buen pie, ya que se anuncio su estado de incomodidad al empezar la función y que pudimos apreciar en su primera intervención con el barítono, mejorando posteriormente con el tenor en su primer dúo en una escena en que se nos muestra sumisa y encandilada. Su “caro nome”, pieza verdaderamente esperada de la ópera fue una versión correcta, con buen gusto en la línea pero con sobreagudos no muy limpios, algún problema de fiato y a veces forzando en intensidad de emisión para no verse absorbida por una orquesta excesivamente generosa en volumen. Más etérea fue su interpretación del relato final en medio del dúo con el barítono.
La Maddalena de Nino Surguladze cumplió en su breve intervención del último acto empastando bien en el cuarteto “Bella figlia dell’amore” con una voz carnosa y bien proyectada, a pesar de un registro incómodo dentro de esta formación de cámara.
Como en la obra de Delibes “La sombra del ciprés es alargada” la expectación levantada por la debut en Les Arts del maestro Leo Nucci pudo oscurecer las prestaciones de otro de los Rigolettos más cotizados de nuestros días, el barítono búlgaro Vladimir Stoyanov, pero para nada sucedió de esta manera. Un gran y elegante fraseo se extendió en cada una de sus intervenciones desde un “Pari siamo” rico en matices e intenciones musicales, combinado con una gran presencia escénica, si bien a veces no sabemos la razón cae en unos cliches teatrales imitados y poco naturales. Fue memorable su aria “Cortigiani”si bien faltó patetismo y desesperación en sus últimos compases más allá de la gestualización standard.
Celso Albelo tuvo una noche mágica. Tras un comienzo un poco frío y reservado se destapó en su primera aria “Questa o quella” con un timbre esmaltado, un control perfecto del fiato y un fraseo de alguien que sabe en qué liga juega y a quien sirve, que es al maestro Verdi.
Su paleta de colores e intenciones le permitió pasar de la sensualidad del dúo “T’amo” a la desesperación de ·”Ella mi fu rapita” con un lirismo y medias voces en la parte central para coronar con el sobreagudo no escrito de “Possente amor”pero que sin dificultad corona uno de los momentos más memorables de la representación, más allá de la archiconocida “La donna è mobile”.
La orquesta y el coro titular se pusieron a las órdenes de Roberto Abbado que pecó de excesivos decibelios desde el foso sin trabajar una calidad del detalle y provocó más de un descuadre debido a la distancia así como tapar a diferentes solistas. El equilibrio foso-orquesta no estuvo trabajado como en otras ocasiones y que esperemos que se solucione con la Lucia que cerrará una temporada 2018-19 de transición.
Robert Benito
Había expectación (tal vez con cierto punto de morbo) para escuchar el «Rigoletto» de Leo Nucci, con sus 77 años sobre la chepa. Bien es verdad que el barítono no defraudó en su debut en el valenciano Palau de les Arts e incluso escribió líneas legendarias en su historia, siente el primer cantante que ha ofrecido un bis en una actuación operística. Quién esto escribe asistió a la segunda función de la ópera verdiana y bien es verdad que, al parecer no tuvo el nivel de la del primer día, y esto más en particular por la prestación del protagonista.
Nadie discutirá la calidad de cantante de Nucci y más en particular en el papel del infortunado bufón del duque de Mantua. Entre los muchos registros que ha grabado, uno recuerda de manera especial el del teatro Regio de Parma pisando el escenario junto a un Alfredo Kraus en perenne estado de gracia y Luciana Serra, componente uno de los mejores tríos protagonistas de la historia para esta popularísima ópera.
Nucci de envidiable y elogiable carrera, tiene una bella materia prima lírica, generosa, uniforme, muy fácil arriba; de hecho, hace tres años se permitió escalar el La de la cavatina de Fígaro de «El barbero» en el Palau de la Música y esta semana prodigó dos Lab de juvenil emisión en el dúo «Vendetta» y en «La maledicione» del final de la obra. Canta con mucha intención en el decir y en la acción, un papel que tiene muy asumido en los mejores escenarios del mundo y al cual dota de una indiscutible verdad escénica. Pero…, si hay uno más que evidente, como hemos dicho: tiene 77 años y esto supone problemas de emisión y en particular la presencia del temido vibrato senil. ¿Qué hace para obviar esta contrariedad? Pues muy fácil, tiende a un fraseo «parlato», enfatizando los inicios de frase y siendo muy lacónico en las notas tenidas, para evitarse oscilaciones de la voz. Por otro lado emite siempre en una posición vocal muy alta (prácticamente tenoril) lo que le permite resolver muy bien las notas agudas, pero, por el contrario descuida la zona grave que es prácticamente inexistente. El resultado es que evita el canto legato y las frases encadenadas, cómo se puso de manifiesto en los bellísimos motivos de sus dos dúos con Gilda. No sé si seria para estar mejor servido pero, extrañamente, en el primer término del escenario apareció la concha de un apuntador, que no hizo más que incordiar. De hecho el barítono boloñés se descuadró en dos ocasiones muy vecinas de manera ostensible; en «cortegiani» y «vendetta». Al público le tuvo igual, como «sfoggià» un agudo final de antología en la cabaletta, las palmas tronaron y el barítono, no esperó más allá de un minuto (con este tiempo de aplausos tendría que haber bisado el 70 por ciento de los cantantes que han actuado en el teatro de Calatrava) para pedir al maestro Roberto Abbado la anhelada repetición solicitada por el respetable. Es algo que ha reiterado últimamente en muchos teatros. «Cría fama y échate a dormir». El refranero en estas ocasiones es abundante.
Antonio Gascó