Dos óperas barrocas en el Festival de Innsbruck

                                                                                                         Por Xavier Rivera óperas barrocas Festival de Innsbruck

El 46º Festival de Innsbruck hace renacer dos grandes óperas barrocas

Bajo la dirección de Heinrich Isaac o Pietro Antonio Cesti, Innsbruck, sede entonces del Gobierno de Austria occidental, contaba ya durante los siglos XVI y XVII con un conjunto musical de alto nivel que podía competir con los más conocidos de la capital vienesa. A partir del núcleo de este conjunto se formó la famosa Orquesta de Mannheim, que Mozart elogió tanto. Decía de ellos que “eran capaces de tocar afinados”. Jorge Manrique no acertó diciendo que “cualquier tiempo pasado fue mejor»: hoy en día no soportaríamos conjuntos con problemas de afinación. A mediados del siglo XX, una serie de músicos y entusiastas de gran talento dieron un impulso considerable a las actividades musicales y, sobre todo, al principio de la interpretación históricamente informada y mediante el uso preferente de instrumentos originales.

Las «Innsbrucker Festwochen der Alten Musik» comenzaron en 1976 y hoy pueden presumir de ser uno de los centros con mayor tradición en el mundo de la música antigua. Los nombres de Nikolaus Harnoncourt, Sir John Eliot Gardiner, Jordi Savall, Ton Koopman, Frans Brüggen, Gustav Leonhardt, Sigiswald Kuijken, Rinaldo Alessandrini, Fabio Biondi, Thomas Hengelbrock, Konrad Junghänel, Christina Pluhar o Alan Curtis han sido habituales aquí, por nombrar sólo algunos de los directores que, por supuesto, colaboraron con los mejores cantantes e instrumentistas de su época. Pero fue René Jacobs, director artístico del Festival durante doce años, quien le dio el espaldarazo definitivo y lo convirtió en ineludible en el ámbito barroco internacional. Su salida marcó un claro declive: tuvieron que renunciar a los grandes nombres, a los programas de mano trilingües y a otros lujos de ese tipo que podían cautivar la atención de un público internacional. Bajo la dirección de Alessandro Di Marchi, esta nueva versión, más modesta en la forma pero aún muy exigente en el contenido, ha centrado el interés de un público local fiel y entusiasta y ha permitido la recuperación de un número importante de obras casi siempre injustamente olvidadas, permitiendo así un amplio incremento del repertorio operístico y de concierto. A partir de 2024, y hasta 2028, el también italiano Ottavio Dantone será el nuevo director musical de este Festival. Al mismo tiempo, el nacimiento en 2010 del concurso anual de canto Antonio Cesti ha dado a conocer a muchos jóvenes cantantes que han actuado aquí y en otros eventos en los años sucesivos.

Plano general de "L'amazzone corsara" Foto: © Birgit Gufler
Plano general de «L’amazzone corsara» Foto: © Birgit Gufler óperas barrocas Festival de Innsbruck 

L’Amazzone corsara de Carlo Pallavicino. Innsbrucker Festwochen der Alten Musik, 23 de agosto de 2022. (Haus der Musik Innsbruck, Kammerspiele)

Intérpretes: Helena Schuback, Hannah De Priest, Shira Patchornik, Marie Théoleyre, Julian Rohde, Rocco Lia, Rémy Brès-Feuillet. Barockorchester Jung. Director: Luca Quintavalle. Dirección de escena: Alberto Allegrezza. óperas barrocas Festival de Innsbruck 

Carlo Pallavicino, nacido en Padua en 1630, activo en Venecia y posteriormente en Dresden, donde murió en 1688, es autor de al menos 22 óperas, la mayoría sobre libretos de Matteo Noris. El de ésta es, en cambio, de Giulio Cesare Corradi y se estrenó en Venecia en el Teatro di SS. Giovanni e Paulo en 1686. La inmensa mayoría de las obras de Pallavicino, uno de los sucesores de Cavalli en Venecia, han permanecido en el olvido hasta este año 2022, en el que se han representado dos óperas: Le amazzone nell’isola fortunata, con libreto de Carlo Maria Piccioli, en Potsdam y Beaune bajo la dirección de Christophe Rousset y sus Talens Lyriques, y L’amazzone corsara en el presente Festival de Música Antigua de Innsbruck. Antonio Vivaldi también puso música a este libreto, pero lamentablemente su música no se ha conservado.

En el siglo XVII, era habitual ver en los escenarios de la ópera personajes de mujeres poderosas poco sensibles al hechizo erótico de los hombres. Se les llamaba amazonas, en recuerdo de las guerreras griegas, pero Alvilda es aquí reina de los godos. Y no hace excepción: en lugar de sucumbir al cortejo del rey danés Alfo, prefiere atravesar los mares como pirata hasta que tiene que ser rescatada precisamente por el danés en un naufragio. El argumento de  L’amazzone corsara gira, pues, en torno a la libre elección de las mujeres, o al libre albedrío femenino en el amor. El compositor, originario de Salò, en el lago de Garda, escuchó sin duda los muy descriptivos y divertidos madrigales de Adriano Banchieri (La barca di Venezia per Padova) porque su música está llena de espontaneidad y alegría. Escribió recitativos con un claro carácter teatral y ariosi o esbozos de arias: el principio del aria «da capo» con sus variaciones inherentes aún no estaba codificado definitivamente. Pero con estos elementos podía contar la historia de una manera muy fluida, mucho menos hierática que lo que llegaría a ser la «opera seria». La mayoría de los cantantes elegidos esta vez procedían del Concurso Cesti 2021, lo que demuestra el nivel muy prometedor, si no muy logrado, de esta hornada. Se trata de una producción de bajo presupuesto, lo cual no determina cardinalmente su nivel artístico. Todo lo contrario, ya que el entusiasmo y el compromiso de los jóvenes talentos en escena es a menudo una experiencia rejuvenecedora para el oyente. óperas barrocas Festival de Innsbruck 

Shira Patchornik y Hannah De Priest Foto: © Birgit Gufler
Shira Patchornik y Hannah De Priest Foto: © Birgit Gufler

Alberto Allegrezza, cantante, actor y director de escena, es el artífice de todo el trabajo escénico: los biombos pintados hacen las veces de biblioteca, salón de espejos o jardín de las delicias. Y los soldados /sirvientes mudos, que a veces intervienen en la acción, crean un movimiento escénico continuo que nos mantiene en vilo de principio a fin.  Nos recuerda los gestos teatrales barrocos, pero nos los hace inteligibles mediante la repetición «ad momentum», creando un verdadero lenguaje gestual comprensible para el oyente moderno. Hay que destacar la proeza realizada en este sentido por los cantantes: la gestualidad está minuciosamente trabajada e integrada como si hubieran aprendido una nueva lengua. Pero, como el tono alegre es inherente a la música de la obra, y Allegrezza hace honor a su nombre deleitándonos constantemente, las dos horas y media que dura la obra pasan como un breve entremés. Aunque la historia de las desventuras de las tres parejas que nos cuenta la obra (¿será que nos evoca Così fan tutte?) no es precisamente festiva: las protagonistas femeninas aceptan o se resignan a su destino amoroso según su temperamento y tras muchas vicisitudes y obstáculos impuestos por la presión social. En este sentido, para quien mejor funcionan las cosas es para Irena y Delio, la clásica pareja de sirvientes bufos que viven su erotismo sin tapujos. Servido por un irreprochable Rémy Brès-Feuillet, contratenor francés de voz flexible y virtuosismo deslumbrante, doblado por un actor muy convincente, irresistiblemente divertido en su aria «La mia bella non è bella ma così, così mi piace», y por su compatriota, la soprano Marie Théoleyre, de timbre brillante y carácter teatral más que entrañable. Su canto podría ser en algunos momentos más introspectivo y delicado, pero cumple con su papel sin más reproche. La pareja Gilde – Olmiro está servida por la estadounidense Hannah De Priest y la israelí Shira Pachornik, ambas ganadoras del concurso Cesti del año pasado. Pallavicino tenía sin duda a su disposición un castrato con una técnica de respiración muy desarrollada para Olmiro, pero Patchornik no se queda atrás: su emisión es a veces de una belleza conmovedora y su gama de recursos emocionales es la más desarrollada de todo el reparto. Su aria «Andate a piangere» nos deparó uno de los momentos más tiernos y conmovedores de la noche. De Priest tiene una voz brillante y una personalidad sugestiva, pero su interpretación es un poco monocorde : sería de agradecer una búsqueda más acendrada de irisaciones en color y de matices vocales más sutiles. Sin embargo, en el papel de la astuta Gilde, resulta extremadamente convincente y su recalcitrante padre acaba aceptando sus amores después de muchos contratiempos y embrollos que eran antaño totalmente del gusto del público. Este padre calculador y poco conciliador (Ernando, chambelán de la corte) será interpretado por el joven italiano Rocco Lia, una voz de bajo brillante, sonora y con un registro agudo fácil aunque no siempre de afinación precisa. Y también nos hubiera nos gustado oír colores vocales más creativos. Es muy prometedor, pero no plenamente formado. Como el rey Alfo, el alemán Julian Rohde tiene una voz de tenor bien enfocada y una coloratura precisa. Es un actor muy completo, persistente y buen manipulador. Sin embargo, nos hubiera gustado más sutileza en ese juego de «aperto/coperto» tan querido por los italianos ya que, con demasiada frecuencia, el sonido es ligeramente acre. Por último, en el papel principal, la sueco-brasileña Helena Schuback interpreta con una convicción muy masculina, intensa como requiere la obra. Su voz es rica e interpreta a Alvilda como una dura resistente ante cualquier adversidad, al tiempo que defiende sus opiniones y su integridad moral. Sin embargo, en algunas notas hay una cierta opacidad de sonido, lo que dificulta la comprensión del texto, un defecto que comparte con varios de sus colegas.

El Barockorchester Jung es el protagonista más desafortunado de la noche. Inexpertos y confusos, los numerosos accidentes, la falta de precisión general, la realización pesada y con demasiados clichés del continuo o la ausencia de matices parecen impropios del nivel habitual en Innsbruck. Luca Quintavalle, responsable de la nueva edición de esta ópera y experimentado clavecinista, dirige con buena voluntad, pero le falta la autoridad necesaria para llevar esta aventura a buen puerto. Cuando recordamos la estupenda actuación de Dorothee Oberlinger con su Ensemble 1700 el año pasado, parece que estuviéramos en otro planeta.

 

Luigi De Donato, Dara Savinova, Ana Maria Labin y figurantes en "Astarto". Foto: © Birgit Gufler
Luigi De Donato, Dara Savinova, Ana Maria Labin y figurantes en «Astarto». Foto: © Birgit Gufler

Astarto de Giovanni Bononcini. Innsbrucker Festwochen der Alten Musik, 25 de agosto de 2022. (Tiroler Landestheater, Großer Saal)

Intérpretes: Francesca Ascioti, Dara Savinova, Ana Maria Labin, Paola Valentina Molinari, Theodora Raftis, Luigi De Donato. Enea Barock Orchestra. Director: Stefano Montanari. Director de escena: Silvia Paoli

Si queremos referirnos a un verdadero músico europeo, mucho antes de nuestra construcción actual, sería Giovanni Bononcini quien se llevaría la palma. Nacido en Módena (Pavarotti y Freni), fue maestro de capilla y compositor en Bolonia, Milán, Roma, Berlín, Londres, París y Lisboa, antes de terminar sus días en Viena. ¿Se puede ser más viajero? Cantante, violonchelista y compositor, fue rival de Händel en Londres: el famoso castrato Senesino y la soprano Margherita Durastanti, artífices de muchos de los grandes éxitos de Händel, fueron inicialmente artistas de Bononcini, a quienes Händel sedujo, bien al precio de unos buenos doblones o al de su prodigioso talento. Ambos fueron los protagonistas de la primera representación de Astarto en Londres en 1720, tras su estreno en Roma en 1715. Los autores del libreto fueron Apostolo Zeno y Pietro Parlati, pero para la versión londinense, la que se ha repuesto aquí, fue Paolo Rolli quien escribió la adaptación. Todo muy simple… No es de extrañar que la trama resulte tan inextricable.

Paola Valentina Molinari, Theodora Raftis, Francesca Ascioti, Ana Maria Labin, Dara Savinova y figurantes. Foto: © Birgit Gufler
Paola Valentina Molinari, Theodora Raftis, Francesca Ascioti, Ana Maria Labin, Dara Savinova y figurantes. Foto: © Birgit Gufler

La versión presentada este año en el Festival de Innsbruck ha sido una pura delicia. Es imposible destacar a ninguno de los protagonistas de la velada, porque que cada uno de los intérpretes ha encontrado la manera de sacar a relucir su propia personalidad artística y de ponerla al servicio tanto de la música como del arte visual. Stefano Montanari, como director de orquesta, nos ha hecho revivir la antigua tradición, dirigiendo a veces con su violín, que tocaba con pasión comunicativa, u otras veces con las manos con un gesto sobrio y eficaz. El brillante resultado del estreno le debe muchísimo a su entrega, pero también a su sabiduría, conocimiento de las voces y flexibilidad. Su conjunto romano, Enea Barock Orchestra, se siente como en casa con una música que les habla como si fuera su lengua materna: matices, colores, tormentas, momentos divertidos discretamente subrayados, un bajo continuo tan discreto como imaginativo (por Salvatore Carchiolo y Simone Ori), todo es simplemente perfecto. La puesta en escena está firmada por Silvia Paoli. Si su trabajo no ha sido aceptado de forma unánime (algunos abucheos acogieron su saludo en escena), me parece que ha aportado una mirada muy inteligente a una obra plagada de embrollos y cuya construcción dramática es completamente inadecuada para nuestra visión actual del teatro, la principal razón por la que estas obras maestras permanecen olvidadas. Su creación visual consiste en ofrecer al espectador una comedia mientras el oyente escucha una tragedia. Y como esta tragedia se desarrolla básicamente en las esferas del poder, en las exacciones y abusos de todo tipo que los poderosos de este mundo cometen, nos hace pensar rápidamente en la tragicomedia que representan los juegos de poder actuales. De Londres a Moscú, de Riad a Washington, asistimos como “voyeurs” a un espectáculo desolador que nos haría reír hasta las lágrimas si el riesgo de un apocalipsis no fuera tan amenazador. Una permanente serie de guiños a los «condottieri» de Mussolini, a Fellini, a Chaplin y su gran dictador, a los clichés publicitarios, etc., atraen nuestra mirada constantemente hacia una nueva invención que se parangona con el drama cantado. Paoli añade dos papeles de actores mudos vestidos de jugadores de béisbol, a veces esbirros, a veces torturadores o meros reservorios de la más consumada estupidez humana, pero muy efectivos para el juego escénico y para la reflexión. El conjunto acaba por ser hilarante.

La mezzosoprano estonia Dara Savinova interpreta a una Elise regia: su voz es hermosa, su canto refinado y brillante y como actriz es elegante y comunicativa. ¿Qué más pedir? La soprano rumana Ana Maria Labin interpreta a uno de los dos «Hosenrolle»: Agenore, el hermano de Sidonia. Es brillante, conmovedora y sabe cómo hacernos reír cuando la escena lo requiere. Nino, el otro papel de travesti, ha sido interpretado por la soprano italiana Paola Valentina Molinari. Construye un personaje que comienza sin “glamour” pero que va in crescendo, su canto es elaborado y reflexivo y su actuación está llena de imágenes y emociones que nos mantienen en vilo durante toda la velada. La soprano chipriota Theodora Raftis, ganadora de un precedente concurso Cesti en Innsbruck, interpreta a una encantadora princesa Sidonia vestida de “sex-simbol” americano. Su composición es una de las más divertidas de la noche (y eso que el listón estaba alto) pero ello no oculta sus excelentes cualidades como cantante.

Dara Savinova y Luigi De Donato. Foto: © Birgit Gufler
Dara Savinova y Luigi De Donato. Foto: © Birgit Gufler

El papel principal de Clearco/Astarto, creado por el célebre Senesino en 1720, se ha confiado a la contralto italiana Francesca Ascioti. Hoy en día es habitual y casi indefectible escuchar contratenores en papeles de contralto masculino, lo que a menudo resulta fascinante. Pero escuchar una voz femenina cantando a voz plena es también un ejercicio lenitivo, en particular porque la orquesta de anoche era bastante importante y sonaba a veces con una plenitud majestuosa. Ascioti es una artista admirable, tanto por la calidad de su canto como por sus dotes interpretativas. Su coloratura es chispeante, no tiene ningún problema con las tesituras ni en el registro agudo ni en el grave, sus cadencias son imaginativas y deja fluir libremente sus emociones. Nos deja impacientes por volver a escucharla. También hay que hacer una mención especial al bajo italiano Luigi De Donato: impresionante. En una de las arias con violonchelo ‘obbligato’ (la otra pertenece al personaje de Nino), sus coloraturas vuelan a una velocidad totalmente inhumana, pero con precisión de relojero. La voz es increíblemente sonora y es considerablemente expresiva, pero matiza con tal riqueza de color que a veces puede aparentar que sea ligerísima.  El Festival ha hecho un esfuerzo de producción muy importante pero que sólo habrá tenido dos representaciones, lo que plantea interrogantes sobre las dificultades a las que se enfrenta todavía hoy la ópera barroca. Innsbruck no ha escatimado en medios y ha redescubierto también este año una tercera ópera, Silla de Carl Heinrich Graun.

OW