Ecos barrocos en una voz con personalidad: María Bayo en la apertura de temporada del Teatro de la Zarzuela

Ecos barrocos en 27-IX-2020  –  Por Federico Figueroa

 El madrileño Teatro de la Zarzuela abrió su temporada 2020-2021, a pesar del “estira-y-afloja”a nivel político, con alegría y buen pie al presentar en concierto una de las voces más queridas en esta ciudad: María Bayo. Alguien pensará que arrancar temporada con un concierto es poca cosa, pero debemos ponerlo en el contexto actual. El horno no está para bollos y es de aplaudir la labor de todos (artistas, directivos, trabajadores y público) para mantener el ritmo de la vida teatral en esta “nueva normalidad” adaptando lo que sea posible de adaptar a los mandamientos sanitarios. La vía fácil, como ya se ha visto en otras latitudes, es cerrar y ¡hasta luego, Lucas!

El concierto, titulado “Ecos Barrocos”, estuvo compuesto por una selección de arias y piezas orquestales de compositores de diversas procedencias pero que abrevaron en la misma fuente, Italia, desde Alessandro Scarlatti (1660-1725) hasta Johann Adolph Hasse (1699-1783), pasando por Sebastián Durón (1660-1716), Lotti, Astorga, Vivaldi, Durante, Facco, Händel, Nebra y Pergolesi.

Ecos barrocos en el Teatro de la Zarzuela
Ecos barrocos en la inicio de temporada del Teatro de la Zarzuela. María Bayo y el conjunto Vespres d’Arnadí.

María Bayo, rondando los 60 años de edad, puede presumir de tener aquello que la convirtió en una cantante de primer nivel. El timbre inconfundible, la proyección con punta de cristal y acero capaz de llegar a la última silla de la sala. También tiene sus maneras propias, para bien y para mal, y por esto y aquello la tengo como una voz con personalidad acusada, reconocible con los ojos vendados. Personalmente me dio placer encontrar aquella voz tan parecida a como la escuché la primera vez, allá por 1998 en Barcelona, interpretando al personaje principal de La Calisto en Barcelona. Después pude disfrutarla, ya en Madrid, interpretando a Manon, Mélisande y Cleopatra. Recuerdo que en su Mimì de Bilbao (2004) ya noté cambios en su voz. Poco después interpretó a Rosina en Madrid y fue evidente que había iniciado el camino vocal hacia alguna parte. En 2008 la aplaudí como Blanche de la Force (Dialogues des Carmélites) en Oviedo y pensé para mis adentros que aún estaba en el camino hacia alguna parte. Cuando en 2016 presencié su interpretación en la zarzuela barroca Iphigenia en Tracia, me decepcionó. Por eso celebro que en este concierto, cantado aquello que tantos parabienes le trajo, la encontrara con una voz diáfana, con frecor. No hay que obviar que el paso del tiempo ha hecho los naturales efectos, sobre todo en la zona grave, pero lo ganado en experiencia sale en ayuda de una voz que sigue ahí, para continuar dando alegrías a muchos aficionados.

Una grata sorpresa, para mi, ha sido el conjunto Vespres d’Arnadí, dirigido por Dani Espasa desde el clave. Brillaron en las intervenciones instrumentales, especialmente en la obertura de L’Olimpiade de Vivaldi. El público aplaudió entusiasmado y arrancó propinas a los artistas de Nebra y Martín y Soler.