Continúa en Nueva York el Ciclo del Anillo de Richard Wagner con el estreno de Sigfrido. Esta vez toma el testigo como tenor en el papel titular el tenor alemán Stefan Vinke. Junto a él se presentan Michael Volle (Wotan), Gerhard Siegel (Mime), Tomasz Konieczny (Argerich) y una espléndida Christine Goerke (Brünnhilde), todos ellos a las órdenes de Philippe Jordan.
Aunque La Valquiria es tal vez el título más atractivo del programa de El Anillo, los wagnerianos de verdad esperan siempre a que caiga el telón tras la representación de Sigfrido, para dar una opinión general de la tetralogía.
Así las cosas, quienes se aventuraron en el bosque de Mime y Sigfrido en el primer acto, se vieron envueltos en un ambiente que respondía con fidelidad a los requerimientos de Wagner. Libreto y música encontraron fácil acomodo gracias a la ya célebre producción de Robert Lepage. Aunque con menos referencias autoexplicativas, y más sencilla que las dos espectaculares entregas anteriores, la producción de Sigfrido permite disfrutar por entero de la ópera. Además, las evidentes mejoras técnicas han multiplicado las prestaciones del enorme escenario móvil que, pese a ser un artefacto mecánico, no tiene problemas para convertirse en bosque misterioso, cueva de Fafner, montaña de Erda o el Valhala, respectivamente. Lástima que los solistas no estuvieran del todo cómodos a la hora de interactuar con el sofisticado escenario.
En cuanto a lo musical, Philippe Jordan se adorna en las referencias a los leitmotiv introducidos en los títulos anteriores del ciclo, sabedor de que son estos lo que más efecto dramático producen. También destacaron musicalmente la escena de la forja de Notung, el ascenso de Erda y el intenso y sublimado dúo final entre Sigfrido y Brünnhilde. Más preciso que inspirado, Jordan es un fiel servidor de la partitura, y su limpieza y orden en el foso enriquecen la escucha.
El tenor dramático Stefan Vinke ha sabido consolidar un instrumento de gran tamaño representando por todo el mundo los más importantes papeles de heldentenor wagneriano. Tristán, Tannhäuser, Lohengrin, Parsifal, Walther von Stolzing de Los Maestros Cantores, y ante todo Sigfrido lo han encumbrado como uno de los artistas de referencia en este repertorio. La voz de Vinke no es perfecta: aunque asentada en principios sólidos de técnica y afinación, la voz suena llana en la zona alta, sin pulpa. El artista parece suplir con una gran presentación actoral las carencias expresivas de un instrumento metálico y estuchado, de gran tamaño, pero poco expresivo. Teniendo en consideración que el tenor alemán salió indemne de una partitura que pone a prueba a los mejores cantantes, podemos considerar exitosa su interpretación, y merecidos los aplausos que recibió al final de cada acto. Su Sigfrido aún tiene margen de mejora, y la actitud de Vinke hace presagiar un crecimiento artístico continuado.
La otra gran triunfadora de la noche fue la heroína local Christine Goerke. La Goerke se supo lucir en las páginas más líricas de Brünnhilde, además de convencer dramáticamente en un final memorable. Aunque sepultada por el sonido de un Vinke arrasador, la capacidad expresiva de la voz de Goerke superó a la de su compañero, igualando así fuerzas. La soprano está respondiendo a las elevadas expectativas artísticas creadas por la compañía y los medios. Su Brunilda es sensible y creíble, muy musical, propia de una solista cuyo arte trasciende sus prestaciones sonoras.
El Wotan de Michael Volle, sonó como es debido en Sigfrido: más humano y vulnerable que en las óperas anteriores. El barítono alemán supo imprimir una dosis extra de calidez en una línea vocal ya de por sí amable; todo ello, sin perder peso dramático ni asertividad.
El experimentado Gerhard Siegel fue un elevado Mime y firmó una de las creaciones más completas de este Anillo, por su inapelable capacidad actoral, la elocuencia de la línea vocal y su respeto escrupuloso a música y texto. Por su parte, el bajo-barítono polaco Tomasz Konieczny demostró una vez más con su Algerich que posee una de las voces mejor dotadas de este Anillo. Le bastaron un par de frases para provocar murmullos de aprobación entre el público del Met. En esta audiencia abundan los fanáticos de la obra de Wagner, hay conocimiento, experiencia de escucha y capacidad de sorpresa. Por ello, reconozcámoslo ahora, se antoja distinta a la parroquia variopinta que abarrota de ordinario este teatro.
La Erda de la mezzo escocesa Karen Cargill, muy compenetrada con Philippe Jordan, fue todo misticismo y musicalidad, y logró emocionar pese a una presentación eminentemente estática. La soprano de Utah Erin Morley interpretó con aseo pero sin demasiada magia la voz del pájaro del bosque.
A la espera del cierre de la tetralogía, son muchos los que ya se atreven a bendecir este ciclo. Desde luego, tanto la recuperación de la escena de Lepage como el rendimiento artístico del elenco vocal y la escrupulosa dirección de Jordan anticipan un gran Ocaso de los Dioses
CARLOS JAVIER LOPEZ